Crédito: cortesía de la marca.

Redacción T Magazine México

En un país donde los recetarios de las abuelas compiten con la fiebre de la fusión, Judas no está en búsqueda de reconciliar opuestos sino recordar que los platos nacen de desplazamientos forzados  e incluso de nostalgias. La historia de los inmigrantes, que cruzaron océanos con la receta escrita a mano en un papel doblado, Estamos hablando de memoria encarnada en especias, panes, caldos.

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Óscar Medina Mora, al frente de esta cocina, rehúye la comodidad de la repetición. Con paso por proyectos como Dulce Patria, EM o Martínez, y con experiencia internacional en el Fairmont de Puerto Rico, sus platillos se sostienen en la fricción. Texturas que colisionan, ingredientes que se resisten a ser domesticados. No hay concesión a lo decorativo. Su carta se presenta como un lugar donde las tensiones culturales son visibles y, a veces, incómodas.

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El nombre, Judas, no omite la incomodidad, más bien, evoca al apóstol marginado, que cruzó fronteras para predicar fuera de los circuitos cómodos. La metáfora se cumple. Cada plato es un cruce que no busca armonía, sino la incomodidad productiva de dos mundos que no siempre se entienden. Medio Oriente y México conviven en un ejercicio seductor. No es un gesto piadoso ni un truco, sino la constatación de que la cocina es archivo de tensiones.


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