Graciela Iturbide, fotografiada el pasado 13 de agosto en su casa-taller de Coyoacán, Ciudad de México, lleva collar, aretes y anillo de Cartier, cartier.mx.

Como un gorrión menudo y perspicaz, a sus 83 años Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) no teme levantar el vuelo las veces necesarias para, acompañada de su cámara analógica, dar alas a su pasión fotográfica. Medio siglo de oficio viene avalado por rituales creativos basados en la suma de contrarios: el azar y la reflexión, el orden y la libertad, lo onírico y lo testimonial. Y aunque otorgue a la sorpresa un puesto de honor en su labor, reconoce que sin conocimiento o propósito ético la intuición tiene escaso recorrido. Tratándose de un viaje de altos cielos —recoger el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025 en Oviedo—, Iturbide, que en su universo interior afirma sentirse ave, no duda en subirse a ese otro pájaro metálico, el avión, para cruzar emocionada el Atlántico.

T México: Cuando el pasado mes de mayo se le concedió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, se inauguraba en la Fundación Casa de México en España, en Madrid, su retrospectiva Cuando habla la luz, que ha tenido una extraordinaria acogida. Ambos hechos constatan su reconocimiento en España y también global. ¿Cómo se siente?

Graciela Iturbide: Al principio bloqueada, no lo esperaba. Luego muy feliz y agradecida. Aunque soy muy mexicana tengo también sangre vasca, aragonesa y asturiana. Mis ancestros españoles llegaron a México antes de la Independencia, y para mí es muy lindo compartir mi parte mexicana con la española a través de este galardón.

T México: El blanco y negro es una de sus señas de identidad. ¿Nunca le atrajo el color?

G.I.: Admiro mucho a la gente que toma bien el color, pero en general no me gusta, yo veo en blanco y negro; el color para mí es solo una abstracción de lo que estoy viendo. En todo caso, me gustan las tonalidades suaves.

Iturbide considera a Manuel Álvarez Bravo como su primer y gran maestro, pero también se relacionó con figuras de la literatura como Juan Rulfo. Arriba: brazaletes y collar de Tiffany & Co., tiffany.com.mx.

T México: Hizo una excepción en la serie El baño de Frida. ¿Por qué?

G.I.: Tras la muerte de Frida Kahlo en 1954, Diego Rivera cerró dos espacios de la Casa Azul con objetos y documentos de Frida. Medio siglo después, en 2004, Dolores Olmedo me encomendó plasmar la reapertura de esos lugares. Quería que fotografiara los huipiles de Frida, pero como casi no hago guiones permití que el azar, que es totalmente importante, operase en mí. Al pasar por el baño lo que me atrajo fue el dolor de Frida a través de sus prótesis, corsés, medicinas, animales disecados y carteles de Stalin, objetos que parecían tener una palidez propia. Supe entonces que ahí estaba el tema.

T México: Siempre menciona a su primer y gran maestro, Manuel Álvarez Bravo, referente de la fotografía mexicana, quien la guio en su interés por los pueblos originarios. Sin embargo, en sus series documentales sobre India, Tlaxcala, los indígenas seris de Sonora o los muxes de Juchitán se aprecia un eco de lospaisajes y figuras que fotografiaba Juan Rulfo, también amante del blanco y negro, de lo ancestral y de los trasfondos oníricos.

G.I.: Ah, Juan Rulfo. Tengo dos historias sobre él… Yo le conocí, me decía que era una maravilla que yo viviera en una calle que se llamaba Barranca del Muerto. Quería que le imprimiera sus fotos, me lo pidió, pero yo apenas estaba aprendiendo a revelar con Manuel Álvarez Bravo y rehusé porque pensé que le iba a quedar mal. Luego me propuso un experimento: ir a su casa y fotografiarnos mutuamente. Y ¿qué crees? Nunca fui. Ahora me arrepiento, adoro su literatura, Pedro Páramo es uno de mis libros fetiche.

T México: ¿Se considera fetichista?

G.I.: Lo soy en mi proceso creativo, un ritual que amo. Nunca robo fotos, busco la complicidad y pido permiso. No uso teleobjetivo, iluminación artificial ni tripié. Me gusta llegar a casa, revelar los contactos, seleccionar con calma. Recorto algunos, a veces los pego en tarjetitas y por último imprimo. Sí soy fetichista, pero no mitómana. Por ejemplo, no comparto la fridamanía. Para mí Frida Kahlo no era santa, como dicen; solo una gran mujer.

Brazalete y anillos de Cartier.

T México: Sin embargo, dos de sus imágenes más laureadas, Mujer ángel y Nuestra señora de las iguanas, ambas de 1979, se han convertido en arquetipos casi iniciáticos del imaginario colectivo. He leído que en California hasta les ponen altares.

G.I.: El curador de la exposición Cuando habla la luz, Juan Coronel Rivera, escribió respecto a esas fotografías que hay una mitología ancestral inconsciente que conecta a los seres humanos con los vínculos metafísicos de determinadas culturas; en este sentido, quizá Nuestra señora de las iguanas, una mujer vendedora de iguanas en el mercado que porta a las mismas en la cabeza a modo de corona, tiene esa fuerza mágica y simbólica de la madre creadora que nos alimenta, el poder de la diosa. La llaman la Medusa juchiteca, y se ha convertido, junto a Mujer Ángel, en un símbolo feminista. Mujer Ángel es mi preferida, no fui consciente de ese instante extraordinario mientras la hacía. Amo esas imágenes que tomé con mi rollieflex porque me las regaló el azar.

T México: Alude mucho al azar pero sus ensayos fotográficos denotan un sentido muy meditado de lo que hace.

G.I.: Me gusta trabajar sin prisa, ya sean encargos o proyectos míos. Me atraen muchos asuntos: las tradiciones, las costumbres, los jardines botánicos, la diversidad, la mujer, los pájaros, los pueblos originarios… Sin embargo, a la hora de disparar, de apretar el obturador para ese “momento decisivo” del que hablaba Henri Cartier-Bresson —al que por cierto tuve la suerte de conocer en París—, interviene la sorpresa. Nunca sé lo que voy a encontrar, salgo con mi cámara y dejo que las cosas aparezcan, a veces se presentan incluso a través de los sueños. Es muy emocionante.

T México: Hablando de sueños, de esas fronteras entre lo interior y exterior, ¿cree que existen circunstancias superiores a lo meramente terrenal?

G.I.: Mira, yo no soy creyente pero sí muy mística. Adoro a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa de Ávila, a los sufíes, me gusta mucho leer sobre las religiones, me encanta El cantar de los cantares… No obstante, a pesar de la educación tan severa que tuve con obispos y arzobispos, de confesiones obligadas en mi escuela del Sagrado Corazón, de misas y comulgadas continuas con mi madre, incluso de una capilla avalada por el Vaticano en casa de mi tía, pues con el tiempo vas evolucionando y viendo cosas. Y aunque no soy creyente, no dudo ni tantito que hay una gran fuerza, lo descubrí en la isla de Lanzarote.

T México: ¿Por qué en Lanzarote?

G.I.: Cuando fui allí hace dos años sentí que llegaba al principio y fin del mundo, al lugar perfecto. Me di cuenta de cómo venimos de esa gran fuerza de la naturaleza. Desde entonces, creo en el homo sapiens. He estado luego en Japón y Machu Picchu fotografiando también piedras, volcanes, lava, esos elementos de la naturaleza con tanta potencia y belleza telúricas.

Dice Iturbide que en su proceso creativo nunca sabe lo que puede encontrarse. “Dejo que las cosas aparezcan”, explica. Abajo: aretes y collar de Gala is Love, galaislove.com; anillo y brazalete de Bulgari, bulgari.com.

T México: ¿Le asusta la idea de la muerte?

G.I.: Sí, me asusta un poquito. La he fotografiado mucho, porque nacemos para morir y porque la muerte es costumbre en México, de ahí la multitud de máscaras de la muerte en festividades. Pero ya no, hubo un momento en que tuve que parar porque ciertas energías de ciertas personas y ciertos rituales me estaban afectando.

T México: ¿En qué sentido?

G.I.: Perdí a una hijita cuando tenía 6 años. A partir de entonces me dediqué a fotografiar angelitos (niños muertos), que en México los ponemos en sus cajitas con flores y medicinas. Un día, en Dolores Hidalgo, Guanajuato, me encontré a un señor con toda su familia que llevaba a su niña muerta en una cajita. Le pregunté si podía acompañarle y en medio del camino al cementerio el señor se volteó asustado porque había un hombre tirado con el cuerpo picoteado por los buitres, no sé si lo habían sacado de la tumba o no lo habían enterrado. Nada más dejar a la niña en su tumbita, de repente salieron miles de pájaros y sentí entonces que la propia muerte me dijo: ‘Basta de fotografiar angelitos para sufrir’. Y lo dejé.

T México: ¿Ha habido más fotografías difíciles?

G.I.: No hubiera podido contemplar sin mi cámara la fiesta mixteca de la cabrita, que me recomendó el pintor oaxaqueño Sergio Hernández. Fue una experiencia muy fuerte, la más dolorosa como fotógrafa, ver las lágrimas de las cabritas cuando iban a degollarlas, una tradición muy incómoda. Pero como soy un poquito morbosa y me gusta lo prohibido, quiero ver el mundo y no solo lo bonito.

La cámara es para Iturbide “todo eso anímico que descubre el corazón pero que se aloja en la cabeza”. La fotógrafa en una de las estancias de su casa-taller en la capital mexicana.

T México: ¿No le atrae la parte moderna de México, tan espectacular?

G.I.: No me interesa lo moderno como tal, pero me gustan ciertos aspectos geométricos de lo que está a medio terminar. He fotografiado los alambres del anillo Periférico de Ciudad de México, algunos edificios en construcción como parte de un paisaje, sobre todo si ha llovido.

T México: ¿Cómo es el universo interior de Graciela Iturbide?

G.I.: En mi mundo interior anidan los pájaros, la libertad. Como decía San Juan de la Cruz, soy pájaro solitario que vuela alto, que pone un pico en el aire, que no goza de ninguna compañía aunque sea de su naturaleza y que canta suavemente. En México, los pájaros tienen amplitud de significados, igual que los venados, conejos, mariposas, insectos, serpientes o jaguares; no hay más que observar la artesanía popular. En muchos pueblos, cuando va a nacer el niño hay una persona cerca que dibuja en el suelo animales; y al nacer el bebé, el animal que se pinta en ese momento se convierte en su nahual. Un nahual en la mitología mesoamericana corresponde a un ser sobrenatural que te acompaña de por vida y que te protege aunque a veces pueda ser dañino. Mi nahual es un ave.

T México: Por último, ¿qué representa para usted la fotografía?

G.I.: Es mi pasión, una manera de vivir, de conocer mi país, el mundo y a mí misma. La cámara es la que permite que a través de mis ojos afloren mis sentimientos, todo eso anímico que descubre el corazón pero que se aloja en la cabeza. Nunca salgo sin ella.

La fotógrafa mexicana se considera admiradora de genios de la imagen como Brassaï, Henri Cartier-Bressono Sebastião Salgado, entre otros. Collar de Gala is Love.

Y así, tan pequeñita y coqueta por fuera —le gusta la moda y el aroma de rosas— pero gigante en su interior, Iturbide cierra con el Premio Princesa de Asturias de las Artes otro capítulo de su fabulosa trayectoria, un crisol testimonial de la compleja profundidad mexicana y la suya propia. Admiradora entre otros del húngaro Brassaï, el francés Henri Cartier-Bresson, el brasileño Sebastião Salgado, el británico Bill Brandt, el checo Josef Kondelka, la italiana Tina Modotti o los mexicanos Manuel Álvarez Bravo y Francisco Toledo, nos despedimos de esta creadora amena, vivaz, comprometida y poética.


TE RECOMENDAMOS