
Redacción T Magazine México
El trabajo de Vanessa Barragão parece nacido del fondo del océano. No por la estética, aunque sus tapices evoquen arrecifes, corales o remolinos marinos, sino por el pulso orgánico que los sostiene, cada pieza respira con la cadencia de las mareas. Nacida en Faro en 1992 y formada en diseño de moda en la Universidad de Lisboa, la artista decidió alejarse del sistema industrial que conoció de cerca durante sus estudios para entregarse a un lenguaje textil basado en la recuperación y la intuición. Su práctica surge de un gesto simple, aunque radical; transformar el desperdicio en belleza. En su taller de Albufeira —que comparte con un pequeño equipo, incluida su familia—, los residuos de lana se convierten en tapices monumentales que parecen ecosistemas autosuficientes. La técnica manual se transforma en resistencia, el color en alegoría. Las fibras descartadas por la industria encuentran aquí una segunda vida, tejidas con la paciencia y el rigor de las técnicas que aprendió de sus abuelas.

Vanessa no busca imitar la naturaleza, sino hablar con ella. Su trabajo remite a los paisajes subacuáticos que conoció de niña durante sus viajes al Caribe, donde fue testigo del deterioro de los arrecifes. Esa experiencia marcó su mirada y dio sentido a su búsqueda. Lo que en sus obras se lee como ornamento, en realidad es advertencia. En sus propias palabras, la creación artística es una herramienta de sensibilización, un recordatorio de que el tiempo y el consumo son también materiales de los que el arte puede hacerse cargo.


Sus piezas han sido expuestas en Lisboa, Oporto, Shanghái, Londres, Nueva York y Seúl. En 2024, Portugal ofreció una de sus obras como regalo oficial a la Organización de las Naciones Unidas, donde hoy forma parte de la colección permanente. La distinción no cambió su ritmo. Barragão sigue trabajando desde el sur, donde la luz y la humedad dictan el tempo de sus tejidos, sin abandonar la escala humana que da sentido a su práctica.