
Por Carlos Celis Estrada
¿Qué es lo que separa a una obra escultórica como las Torres de Satélite de Mathias Goeritz o la Casa-Estudio del arquitecto Luis Barragán de la construcción de una sencilla barda en Ecatepec de Morelos? De acuerdo con el artista Rolando Flores, “es diferente en el sentido de que no forma parte del programa moderno arquitectónico ni escultórico”.
Como origen de su proyecto “Dinastía de albañiles”, que actualmente se presenta en el espacio de Nave Generadores del Centro de las Artes de Monterrey, Flores comisionó una pieza de su propio diseño a una familia de albañiles del municipio de Ecatepec de Morelos, en el Estado de México. Pero encontrar a esta dinastía, unida por un lazo consanguíneo, no fue tan sencillo: “Fue a través de una intensa búsqueda”, explica. “Empecé por los lugares tradicionales donde encuentras trabajadores de la construcción, esperando a ser contratados, en la Ciudad de México: las rejas de la Catedral Metropolitana y la Plaza de San Jacinto en San Ángel, por ejemplo”.
Lo que él buscaba era reunir a miembros de tres generaciones dedicadas al oficio de la albañilería, hasta que alguien le habló de los Vargas: Don Gilberto, Roberto y Alberto. “A través de sus testimonios, recogidos en un cortometraje documental que forma parte del proyecto, pueden verlos y escucharlos”, comparte. “Se vuelven como paisajistas sociales de diferentes épocas de la ciudad o el país”.

El proyecto surge de una reflexión en torno al “Manifiesto de Arquitectura Emocional” de Mathias Goeritz, publicado en 1953, donde el artista de ascendencia europea afincado en México afirmaba que “arquitecto, albañil y escultor eran una misma persona”. Lo que Flores quiso desarrollar fue una producción escultórica donde cada uno de los oficios mencionados estuviera presente: “aunque cada quien por su lado, reflexionando y resolviendo sobre sus diferentes problemas alrededor del espacio”.
Como eje fundamental de la exposición, se removió y exhibió el conjunto escultórico producido en Ecatepec de Morelos a distintos espacios culturales del país. El daño que supone desmantelarlo y reconstruirlo de manera imperfecta, servirá como evidencia de la vida institucional que ha adquirido la obra al ser despojada de su contexto original.
La pieza central también ha dado origen a un cortometraje documental, esculturas en distintos formatos, collages y otros objetos, además de ser el punto de partida para una diversidad de reflexiones y reinterpretaciones de arquitectos y de otros artistas que complementan esta exhibición con propuestas fotográficas, pictóricas, textiles y artesanales.

Para Rolando Flores, la práctica de la construcción, aunque invisible para muchas personas, ha hecho posible los grandes, medianos y modestos proyectos escultóricos y arquitectónicos que nos envuelven como sociedad urbana. Su cuerpo de obra profundiza en la intersección de la escultura con otras disciplinas, y las periferias urbanas siempre han sido de interés para su práctica artística.
“Es crítico localizar mis prácticas en esos contextos marginales”, afirma. “Es necesario tensar las ideas del arte a lugares que no le sean geográfica ni institucionalmente naturales ni cómodas”. Con este proyecto, Flores hace un comentario social sobre el orden y las jerarquías que existen dentro de la arquitectura, la escultura y las artes en general.