
Por Laura Durango
Escuchar a dos titanes de la palabra como los escritores y poetas Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) y Luis García Montero (Granada, 1958) intercambiando cariño, impresiones y conocimiento es un disfrute. El mano a mano tuvo lugar durante la inauguración de la cuarta edición del ciclo Conversaciones Trasatlánticas, diálogos entre México y España organizado por la Fundación Casa de México en España, centro ubicado en Madrid que en apenas seis años de existencia se ha convertido en faro del pensamiento, la cultura, la gastronomía, las tradiciones y el arte mexicanos. A lo largo de este este tiempo, un millón de visitantes ha desfilado por la institución que dirige la mexicana Ximena Caraza y que bajo el patrocinio de Valentín Díez Morodo alumbra encuentros de figuras relevantes de ambos países, entre otras muchas actividades. La conversación entre ambos colegas, dirigida por Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, acercó a la audiencia al pensamiento y creación de Jorge Volpi, intelectual que descifra en su obra los claroscuros humanos al tiempo que interconecta con audacia pasado, presente y futuro; desde el Big Bang, a la Inteligencia Artificial. Esta es la cuarta ocasión que Volpi vive en España —“la primera hace tres décadas”, desvela— y ahora, ya con la doble nacionalidad, dirige el Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque en la capital de España. En octubre publicó su última novela, “La invención de todas las cosas” (2024), una disección de las realidades transformadas en ficciones. “Es lo que somos, ficciones que nuestro cerebro convierte en convicciones”, explica.
Luis García Montero: Una característica de tu narrativa es el interés por la historia, la relación entre el lenguaje y la creación y cómo las palabras ponen en juego la interpretación del pasado. Recuerdo el ensayo “La imaginación y el poder, una historia intelectual de 1968” (1998), sobre la matanza de estudiantes de Tlatelolco, o “La guerra y las palabras, una historia intelectual de 1994” (2004), sobre la revolución zapatista.
Jorge Volpi: Sí, me encanta analizar la tensión entre el saber y el poder. Creo que la historia es un género de ficción en el sentido de que la memoria no está hecha para ser fiel a los recuerdos, sino para sobrevivir y adelantarnos al futuro. Los seres humanos convertimos todo en ficciones. Por supuesto, la realidad y los hechos existen, pero a la hora de interpretarlos el cerebro humano los completa, enriquece o reinventa. Y es muy fácil dotar a esas interpretaciones de sesgos políticos con un objetivo particular, lo que ahora ocurre de manera intensa y acelerada. El ejemplo más representativo es Donald Trump, cuyo lema MAGA (Make America Great Again) implica una reinvención de un pasado en el que Estados Unidos en algún momento fue grande, pero dejó de serlo por culpa de enemigos que deben resarcirle. Se crea así un relato inverosímil que convierte a la mayor potencia del mundo en víctima del resto; bien del eslabón migrante, el más débil, bien de sus vecinos Canadá y México por haberse aprovechado del Tratado de Libre Comercio o de la Unión Europea, creada solo para hacer daño a Estados Unidos. Estos populismos de derecha e izquierda manipulan la historia, la reinventan y generan ficciones que son mentiras peligrosas.
L.G.M.: Según el lingüista Noam Chomsky, la mejor manera de ocultar los problemas internos es buscar un enemigo exterior. El autoritarismo legitimista de Trump contra lo hispano y los 65 millones de norteamericanos nativos en español, ¿serían otra ficción?
J.V.: El proyecto de Trump es claramente racista y lo emparenta con el fascismo. En Estados Unidos se habló español antes que inglés, y lenguas indígenas antes que español. Lo que está haciendo es cancelar las historias indígena e hispana, acabar con la diversidad lingüística y convertir el inglés en idioma oficial. Suprimir la palabra “México” del nombre
del golfo exhibe su obsesión contra lo que significa ser latino. Exacerbar el nacionalismo excluyente, creer que Estados Unidos es solo un país blanco, protestante, anglosajón y heterosexual valiéndose de cualquier tipo de violencia es pura ficción antidemocrática que fomenta además el auge nacionalista en los países agredidos.
L.G.M.: Muchas personas no entienden el voto hispano a Trump.
J.V.: Es que ser hispano también es otra ficción, pues no existe más que como categoría étnica. No hay una identidad que te convierta solo en hispano. Por ejemplo, si se trata de un hombre latino que admira el machismo, que considera el feminismo una amenaza, con convicciones dogmáticas, y si además es cubano o venezolano —las dos nacionalidades con mayor tendencia republicana—, pues posiblemente una de esas múltiples identidades pesa más y es la que hace que vote a Trump. Hay que analizar los hechos concomitantemente.
L.G.M.: Mientras las relaciones entre escritores mexicanos y españoles en torno a una tradición común permitieron vínculos estables que justificaron, por ejemplo, la solidaridad de Lázaro Cárdenas con el exilio español, no parece que la política abogue siempre por el entendimiento mutuo.
J.V.: La España moderna no tiene ninguna enemistad con el México contemporáneo, lo contrario es ficción populista. Es un buen momento para revisitar nuestra relación reciente y darnos cuenta de que los vínculos que mantenemos son infinitamente más ricos y poderosos que el uso político del pasado, de la Conquista, cuando ni siquiera existían los territorios de España y México. Por supuesto, todas las historias del mundo están llenas de infinitas violencias, porque los seres humanos somos los primates más violentos, está escrito en nuestros genes, pero también los más cooperativos. Esas violencias hay que reconocerlas. Otra cuestión es el uso de las mismas para rédito político.
L.G.M.: ¿Cómo fue la experiencia salmantina, tu primer destino en España, cuando llegaste para estudiar un postgrado de Literatura?
J.V.: Fue uno de esos momentos clave que cambian la vida. En 1995, un año antes, había visitado a Nacho Padilla, gran escritor mexicano que murió hace tiempo y que era uno de mis mejores amigos y compañero de aventuras. Formábamos parte del grupo literario que llamábamos la Generación del Crack, que lanzó un manifiesto contra la obligación exótica de tener que escribir realismo mágico. Nacho estudiaba en una casa que daba al río Tormes y desde entonces supe que quería estar ahí. Pedí beca a los gobiernos mexicano y español, me dieron ambas, imagino que esa doble nacionalidad que acabé por tener estaba ya presente. Pasé tres años increíbles. En Salamanca escribí “En busca de Klingsor” (1999). No hay más saludable que huir del propio país y del nacionalismo para verse desde fuera.
L.G.M.: Salamanca fue un detonante de tus identidades.
J.V.: Mi encuentro con América Latina y España en Salamanca fue simultáneo. Allí solíamos decir que los latinoamericanos y españoles nos parecemos en todo menos en el idioma, broma que refleja la riqueza del español, un tesoro compartido en su diversidad y unidad por 500 millones de personas. Me di cuenta de que mis palabras de uso cotidiano no se parecían en absoluto a las de España, pero tampoco a las del resto de latinoamericanos. Eso me hizo tomar conciencia de quién era, un mexicano, un latinoamericano y ahora también un español. Cuando uno reconoce que puede tener múltiples identidades, encontrarlas también en otros, se establecen vínculos prósperos y enriquecedores. Unir todo aquello fue extraordinario.
L.G.M.: El Instituto Cervantes siempre aboga por la diversidad lingüística de nuestro idioma, sin centro alguno.
J.V.: Cuando el nacionalismo se vuelve excluyente, se convierte de nuevo en ficción. Jorge Cuesta, poeta mexicano de los años 30, uno de los mejores analistas políticos de su tiempo, estaba en contra de ese nacionalismo mexicano militante que discriminaba a quien no se posicionaba a su favor. Decía que el absurdo era que los mexicanos no se dieran cuenta de que los nacionalismos son una invención europea del romanticismo alemán, un virus que lo contamina todo. Hay que estudiar la historia con sus luces y sus sombras, pues es tan perverso decir que todos los mexicanos somos herederos de Moctezuma y Cuauhtémoc como que un español lo es de Pizarro o Cortés. Son invenciones perversas, un reduccionismo extremo.
L.G.M.: En el caso de la Generación del Crack, ¿qué se buscaba?
J.V.: Queríamos distanciarnos del cliché del realismo mágico, marcar distancia con los autores de aquel boom, pero sin borrar el pasado ni dejar de admirarles. En realidad, el realismo mágico solo lo practicó Gabriel García Márquez, pero el triunfo de Cien años de soledad era sinónimo de la literatura latinoamericana. Buscábamos una literatura internacional en español, escapar de la literatura nacionalista cerrada.
L.G.M.: Diría que todas las ficciones que inventamos no son igual de éticas. Una ficción puede llevar a justificar un genocidio o a respetar la dignidad del otro.
J.V.: Claro, por eso mi conclusión en La invención de todas las cosas es que uno debería sospechar que las convicciones son ficciones inoculadas por el entorno familiar, la escuela, los medios de comunicación, etc., sin quitarles mérito. El reto es construir ficciones cooperativas que podamos compartir, sin fijarse tanto en las pequeñas relativas al color de piel o creencia, pues finalmente todos merecemos los mismos derechos y la posibilidad de ser felices.