
Carolina Chávez Rodríguez
Las marcas de moda suelen regresar a sus orígenes como quien abre un álbum de recuerdos; al menos con un afán de legitimidad que a veces conmueve y otras tantas delata cierta necesidad de anclar el presente a una épica reconocible. Lacoste elige un camino intermedio. Para Holiday 2025 se sumerge en la memoria de René Lacoste no como un gesto romántico, sino como un ejercicio de reposicionamiento: recuperar lo íntimo para reconfigurar lo público.
La colección vuelve a Chantaco, ese territorio pirenaico donde la familia Lacoste encontró una especie de refugio emocional. Allí René pintó los Alpes: montañas en tensión entre luz y sombra, paisajes que no dialogaban con el tenis ni con la indumentaria, pero que hoy emergen como una base visual para resignificar la identidad de la Maison. No es una revelación ingenua, sino una operación narrativa precisa; hablamos de rastrear un talento inesperado del fundador para otorgarle profundidad estética a la marca.
La curaduría divide la propuesta en tres líneas. Lo parisino, reinterpretado desde la elegancia práctica; lo invernal, pensado para un cuerpo en movimiento; y la audacia, esa palabra tan maleable que sirve lo mismo para hablar de archivo que de ambición. El discurso funciona, pero también abre interrogantes. ¿Cuánta verdad hay en estas reconstrucciones? ¿Cuánto de René y cuánto del deseo contemporáneo por dotar a la moda de densidad simbólica?



Los materiales elegidos —petit piqué, lana, velvet, denim, fleece— sostienen la narrativa táctil de la temporada. Son texturas que hablan menos del pasado y más de la necesidad actual de vincular herencia con confort. Las reinterpretaciones gráficas de las pinturas alpinas, por su parte, funcionan como el corazón conceptual de la colección, aunque también dejan ver una tensión: transformar el archivo íntimo en mercancía es siempre una operación delicada.
Holiday 2025 no cae en la trampa de la nostalgia evidente, pero sí se mueve en ese territorio donde la memoria se estiliza para volverla deseable. Lacoste mira su origen con pulso seguro y lo convierte en argumento estético. Lo interesante no es la fidelidad del relato, sino cómo la marca utiliza su historia para hablarle a un público que exige autenticidad, y la ofrece.
La audacia de René Lacoste no está solo en los golpes que revolucionaron el tenis, sino en la capacidad de generar un universo en el que deporte y elegancia fueron la misma cosa. La colección reinterpreta ese impulso inicial. Lo cuestiona, lo depura y lo transforma en un relato que, más que mirar hacia atrás, examina lo que significa construir identidad en una época donde el archivo ya no es memoria, sino materia prima para el futuro.