
Carolina Chávez
Hay casas que fabrican joyas y hay casas que construyen mitologías. Cartier pertenece a la segunda categoría. Su fauna —esa comunidad feroz hecha de panteras, cocodrilos, tigres y criaturas híbridas— funciona como un archivo vivo que desafía la noción de lo ornamental y se acerca, más bien, al lenguaje ritual.
Desde las primeras apariciones de la pantera en 1914, dibujada con un pelaje moteado sobre una caja de reloj, Cartier entendió que el animal no era un motivo decorativo, sino una figura de carácter. El dossier recupera esta genealogía con imágenes y piezas que revelan un mundo donde cada criatura impone presencia, volumen y mirada propia
La pantera es el emblema y el punto de fuga. En el documento aparece como reina y habitante fundacional, ya sea en anillos que condensan su gesto felino o en collares que convierten su cuerpo en arquitectura. En páginas posteriores, tigres, serpientes y jirafas expanden ese territorio y muestran cómo la Maison ha interpretado la naturaleza desde el hiperrealismo hasta la abstracción, generando un bestiario que se mueve entre lo escultórico y lo onírico. El corazón del repertorio es el savoir-faire. Cartier recupera técnicas como el serti pelage —el engaste minucioso que reproduce manchas y rayas con láminas y filamentos de metal— o la glíptica, donde la escultura en piedra da forma a panteras que custodian gemas con una precisión casi ceremonial.


Hay piezas donde el cuerpo del animal se articula como un organismo real: cocodrilos flexibles, tigres con ojos de esmeralda que parecen parpadear, serpientes que rodean el cuello con un equilibrio desafiante.
Este repertorio también narra complicidades históricas. María Félix, legendaria y exacta, aparece en el archivo con sus collares articulados de cocodrilos —encargos tan específicos que, según la leyenda, llegó a llevar un cocodrilo vivo a la boutique de la Rue de la Paix como modelo—.


Décadas más tarde, actrices como Monica Bellucci o Elle Fanning han vuelto a ese imaginario en la alfombra roja, heredando la tradición de mujeres que entienden la joyería como una forma de afirmar territorio.
La fauna Cartier funciona como un espejo: habla de la casa, sí, pero también de quienes se atreven a llevarla. Reafirman la idea de que el cuerpo puede convertirse en escenario para una bestia íntima, un instinto que la Maison ha sabido traducir en oro, ónix, esmeralda y gesto.
La suya no es una zoología domesticada. Es un mundo salvaje que Cartier ha pulido sin restarle intensidad.