
Redacción T Magazine México
En un mundo que produce ruido a toda hora, Hanna Heino elige la lentitud. Sus esculturas, trabajadas con arcilla y materiales naturales, habitan un territorio intermedio entre lo etéreo y lo terrenal. Cada pieza nace de un proceso pausado que rehúye la prisa y rescata una ética antigua del oficio, hablamos de escuchar al material antes de imponerle forma.
Heino no busca la perfección ni la explicación, prefiere la atmósfera. En sus obras, la materia se torna íntima y respirable, un eco de ruinas sagradas, de arquitecturas que se derrumban con belleza, de plantas que insisten en brotar aun bajo la piedra. En esa tensión entre lo fragil y lo duradero, la artista construye un lenguaje que se percibe antes de entenderse, donde cada superficie cuenta un secreto y cada grieta se convierte en símbolo de permanencia.



Fundó su estudio en Turku en 2019, después de quince años dedicados al diseño de interiores. Desde entonces, su obra ha viajado a París, Bruselas, Nueva York y Milán, y forma parte de colecciones privadas en espacios como The Royal Mansour Hotel en Casablanca, Cartier’s Mansion en Nueva York y The Hotel Maria en Finlandia. En 2024, recibió el 5º Officine Saffi Award, que le otorgó una residencia en Casa Wabi, Oaxaca, donde actualmente trabaja.
Hay algo profundamente contemporáneo en su aproximación a lo ancestral. Heino no intenta domesticar la arcilla, sino dialogar con su memoria, vaya reto. Su práctica es un ejercicio de contención, una forma de resistencia frente al exceso, una apuesta por lo imperfecto como vía hacia lo sagrado.