
Carolina Chávez Rodríguez
Hay cielos que no se parecen a ningún otro. Noches estrelladas a las que uno no se acostumbra del todo, porque obligan a mirar hacia arriba con una atención distinta. Ese fue uno de los primeros gestos del Festival Internacional de Cine de Los Cabos: recordarnos que el cine también empieza fuera de la pantalla, en el territorio, en el silencio, en la vastedad de la península.
Desde su inauguración en Crania —un espacio pensado para dialogar con los ritmos del lugar y no imponerlos— el festival dejó clara su postura. No se trata solo de exhibir películas, sino de recuperar Baja California Sur como un espacio de pensamiento, creación y encuentro, lejos de los centros tradicionales de legitimación cultural. Un acto de valentía, pero también de honestidad.

Paola Desentis, directora del festival y hoy habitante de este territorio, habló desde la emoción y el agradecimiento. La respuesta de la comunidad y el respaldo de aliados han permitido consolidar una plataforma que se vive como independiente, abierta y compartida. Un festival que no llega a ocupar, sino a contagiar, a generar pertenencia, a volverse propio para quienes lo habitan.
Alejandro Puente, host de la inauguración, puso palabras a una idea generacional. Para él, el cine nunca ha sido un límite, sino un punto de partida. Una herramienta para arriesgarse, para abrir relatos que se expanden hacia otros lenguajes: la música, la poesía, el arte. Su presencia no fue la de un conductor tradicional, sino la de alguien que entiende el rol como un ejercicio de atención plena, de escucha, de estar realmente ahí.
Esa noción de cine como detonador atravesó también la conversación con Ana Gómez, directora de arte. Frente a un paisaje marítimo tan imponente como frágil, su lectura fue clara: la programación dialoga con el mar no solo como escenario, sino como urgencia. El cine, aquí, funciona también como herramienta de sensibilización ecológica, como un recordatorio de la biodiversidad que nos rodea y de la necesidad de reconectar con lo esencial. Una curaduría que no separa contexto y contenido, sino que los entrelaza.

El performance Personas haciendo cosas, de Tania Reza, operó como un preludio poderoso. A través del cuerpo y la repetición, la pieza puso en el centro el oficio de la pesca. José —pescador, sin apellido anunciado— encarnó la inercia de un trabajo extenuante, casi ritual, que suele quedar fuera del relato. Bajo la lupa, la pesca deja de ser paisaje para convertirse en experiencia humana: cansancio, persistencia, dolor y una dignidad silenciosa. Detrás de cada plato sofisticado, recordó la pieza, hay cuerpos marcados por el sol, heridas que no cicatrizan y una constancia casi sagrada.
Al final de la noche, conversando con Lizeth Ceseña, choyera nacida en el mar, la idea se reforzó. Muchos pescadores no eligieron ese oficio, pero lo sostienen porque es la única forma de vivir. El cansancio es visible, el deseo de detenerse también, pero la red vuelve a lanzarse cada día. Escuchar estas historias dentro del marco de un festival de cine no es casualidad: es una decisión política y estética.

La noche avanzó entre ritmos diversos y conversaciones abiertas. La atmósfera fue de expectativa y emoción, pero también de reconocimiento. Hacer un festival así —convocar, gestionar, ejecutar desde y para Baja California Sur— es un gesto de enorme valentía. Un proyecto que merece respaldo institucional y privado, no como espectáculo, sino como plataforma cultural viva.
Más que un festival de cine, FICLosCabos es un ejercicio de presencia. Un recordatorio de que el cine no termina en la sala, sino que se expande hacia el territorio, la comunidad y las historias que esperan ser contadas.
El Festival Internacional de Cine de Los Cabos se lleva a cabo del 10 al 14 de diciembre.
La programación completa puede consultarse en su página oficial.