
Redacción T Magazine México
En un paisaje que parece suspendido entre el silencio y la precisión, T Magazine asistió a una de esas escenas donde la relojería y el arte dejan de ser industrias para volverse interrogantes. La celebración por los 150 años de Audemars Piguet convocó a la prensa internacional a su manufactura en el Valle de Joux, donde el tiempo se fabrica con la misma disciplina que se observa en la nieve que desciende por las montañas. Ahí, entre ese orden helado, Adrián Villar Rojas presentó Untitled (From the Series The Language of the Enemy), una obra que se impone primero por su escala y después por su memoria.
La escultura es el cráneo de un triceratops a tamaño real, fundido en bronce tras un proceso técnico que inició con modelación 3D y derivó en varias toneladas de materia. Pero reducirla a su hazaña material sería limitarla. Villar Rojas vuelve a los restos, a aquello que sobrevive cuando la historia se desdibuja, para construir un comentario sobre el tiempo que no es lineal ni arqueológico, sino emocional.



Instalada en la propiedad que comparten la manufactura de Audemars Piguet y el museo de Aspen —co-comisionadores de la obra—, la pieza parece llegar desde un pasado remoto o tal vez desde un futuro donde el mundo ya es ruina. Su superficie oscura convive con el blanco de los Alpes como si ambos se reconocieran: el fósil imaginado y el paisaje milenario tanteando sus límites.
Durante la presentación, Villar Rojas habló del lenguaje como herramienta de supervivencia y conflicto. “Es a través del lenguaje que nombramos y dividimos, y es a través de nuestro lenguaje que los conflictos atraviesan el tiempo”, dijo. En su voz, el triceratops no es un homenaje a lo extinto, sino un recordatorio de que las palabras también fosilizan. Lo que nombramos vive; lo que silenciamos se vuelve amenaza latente.
La colaboración entre el artista argentino y la casa relojera se sostiene en esa tensión: el tiempo como precisión y como grieta. Mientras los maestros relojeros afinan engranes que intentan domesticarlo, Villar Rojas señala que el tiempo, en realidad, es otra cosa; un animal que regresa para recordarnos que todo es provisional.
La pieza permanecerá ahí, en diálogo con los Alpes, acompañando el aniversario de una casa que mide los segundos, pero que aquí se permite reflexionar sobre lo que no puede contarse. Es un encuentro entre disciplinas que rara vez coinciden, donde la monumentalidad no busca deslumbrar, sino abrir una pausa. Y, en esa pausa, preguntarnos qué versión de nosotros quedará cuando el tiempo siga su curso.