Cortesía del artista.

Redacción T Magazine México

Hay artistas que no pintan para representar, sino para descifrar. Cristian Armenta, nacido en Culiacán en 1985, pertenece a esa estirpe que usa la pintura como código mental, como una forma de pensamiento expandido. Desde que comenzó a pintar a los siete años y más tarde se formó en la Accademia D’Arte Firenze, ha hecho del color y la geometría un laboratorio emocional.

Su obra, cargada de símbolos, figuras suspendidas y estructuras que parecen diagramas de una conciencia superior, tiene algo de mapa neurológico y algo de arqueología visual. Las espirales, los cuerpos flotantes y los fondos celestes no buscan la belleza inmediata, más bien se trata de una lectura más lenta, un tipo de comprensión que se parece al silencio. En su estudio, el azul no es color, es frecuencia.

Influenciado por el arte metafísico y la estética retrofuturista, Armenta trabaja con una lógica casi científica. Sus piezas recuerdan que la pintura sigue siendo un campo de especulación, un lugar donde la imaginación puede dialogar con la física o con la filosofía sin pedir permiso. Hay en su obra una constante tensión entre lo humano y lo cósmico, entre la materia y la idea, entre la intuición y el cálculo.

Cortesía del artista.
Cortesía del artista.

A lo largo de su trayectoria ha exhibido en ciudades como Florencia, Dubái, Londres y Nueva York, consolidando un lenguaje propio que se mueve entre el surrealismo y la abstracción tecnológica. Ha colaborado con firmas y espacios internacionales como Saatchi Art, The Other Art Fair, SOHO Art Consulting y proyectos de hotelería en destinos como Cancún y St. Thomas. Fue incluido entre los Top 20 artistas de Saatchi Art, una distinción que lo coloca en el radar de la nueva generación de creadores que están reescribiendo la estética contemporánea desde los márgenes.

Sus obras son espejos de una mente que observa la realidad con sospecha. En ellas, el caos tiene orden, la razón se disuelve en pigmento y la belleza deja de ser un ideal para convertirse en una especie de código interno.


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