Foto: Alina Cherubin.

Redacción T Magazine México

Carolin Ruggaber ha convertido las flores en su herramienta para pensar el tiempo. Desde Berlín, su estudio funciona como un laboratorio donde el arte floral se vuelve una práctica conceptual y emocional. Su trabajo, que ha recorrido ciudades como Nueva York, Barcelona y Sarlat, se distingue por una sensibilidad que rehúye del ornamento y abraza la estructura. En cada instalación, la flor deja de ser un adorno para convertirse en un organismo que respira y ocupa el espacio con la misma fuerza que una escultura.

Sus colaboraciones con Hermès, Cartier y la UTA Talent Agency la han posicionado en una nueva generación de artistas que entienden la floristería como un lenguaje expandido. En la intervención creada para Hermès en Barcelona, por ejemplo, la artista reinterpretó el espíritu de Antoni Gaudí y la tradición de Sant Jordi con dos monumentales estructuras florales de más de cinco metros. En cambio, para Cartier en Berlín, experimentó con técnicas inéditas de curvatura de tallos de cala, un gesto técnico y poético a la vez.

Foto: Carolin Ruggaber.
Foto: Jaqui Dresen.
Foto: Carolin Ruggaber.
Foto: Carolin Ruggaber.

En proyectos como Botanical Utopia o Rencontre Sauvage, Ruggaber explora la tensión entre la vida urbana y la naturaleza indómita. Las flores, dispuestas con precisión quirúrgica, se convierten en metáforas del ciclo vital y de la vulnerabilidad de lo natural frente al exceso humano. En cada una de sus piezas late la idea de que la belleza está siempre al borde de desaparecer, y que la contemplación puede ser una forma de resistencia.

Su estética, moldeada por sus raíces en la Selva Negra, dialoga con la energía incesante de Berlín. Esa dualidad —entre lo silvestre y lo urbano, lo perecedero y lo estructurado— define su trabajo. Ruggaber parece construir paisajes donde la flor se emancipa del florero, reclamando un nuevo orden visual y simbólico.


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