En la sala de estar de Hyde Court, la casa de la diseñadora británica de accesorios Lulu Guinness ubicada en el ala occidental de una mansión en Gloucestershire, una obra cinética del artista británico Daniel Chadwick, titulada 1250 Degrees (2004), cuelga sobre un sofá inglés del siglo XVIII tapizado en terciopelo rojo oscuro. A un costado se encuentra una versión de los años noventa del mueble Trumeau Architettura, diseñado por Piero Fornasetti y Gio Ponti en 1951. Junto a la ventana hay un diván francés cubierto de satén a rayas rojas y blancas, y sobre la chimenea penden un par de paneles bordados de manera opulenta.

Aimee Farrell

Fotografía por Marcus Quigley

La diseñadora británica de accesorios Lulu Guinness, de 65 años, visitó por primera vez la ciudad de Stroud, en el condado de Gloucestershire, hace unos 30 años, acompañada de su amiga, la diseñadora Cath Kidston, que vivía cerca. En aquel momento, Guinness criaba a sus dos hijos en Londres junto a su entonces esposo, Valentine Guinness, miembro del clan cervecero irlandés, y dirigía su marca de bolsas, célebre por su entusiasta celebración de la excentricidad inglesa: incluyendo su bolsa en forma de labios rojos y la Lily of the Valley Florist Bag, una de sus siete piezas en la colección del Victoria and Albert Museum. Se sintió atraída por este rincón modesto de los Cotswolds, a unos 160 kilómetros al oeste de Londres, que compara con el North Fork de Long Island.

Hyde Court, ubicada en Five Valleys, cerca de la ciudad de Stroud, data de la década de 1720. Durante la época victoriana, la mansión de piedra caliza con remates elevados sobre el pretil y una hilera de ventanas emplomadas se amplió para añadir las ventanas saledizas. Guinness habita el ala occidental de la mansión con cinco habitaciones, que durante los años cuarenta fue dividida entre tres propietarios.

Guinness regresó con frecuencia a la región y tuvo una casa de fin de semana allí durante varios años de la década de 2010, pero no fue hasta 2020, siete años después de su divorcio y tras la muerte de su madre y su hermano, cuando decidió mudarse a a la zona, conocida como Five Valleys. Tras haberse retirado en gran parte de su marca homónima —aunque aún colabora como consultora y diseñadora—, alquiló una construcción gótica de planta hexagonal y tres niveles, (llamada la sombrerera o Hat Box) en un pueblo cercano. Esa mudanza marcó el inicio de un renacimiento artístico para Guinness, que ya había aprendido a bordar y encontró un consuelo en el simple acto de coser mientras contemplaba el paisaje verde que la rodeaba.

Deseosa de conservar esa paz, Guinness emprendió una búsqueda de tres años para encontrar un hogar permanente en los alrededores. Lo halló a unos seis kilómetros al sur de Stroud, entre colinas que forman un mosaico de tonos verdes tan encantador que la reina Victoria anotó su belleza en su diario mientras su tren pasaba por allí en 1849. Bautizada como Hyde Court, la residencia, cuya restauración le tomó a Guinness dos años, ocupa 270 metros cuadrados dentro del ala oeste de una mansión de piedra caliza de la década de 1720, con remates elevados sobre el pretil y contraventanas de madera y marcos de hierro emplomado.

En el dormitorio principal, una mesa y sillas de chapa de nogal de principios del siglo XX se colocan frente a una ventana victoriana salediza con cortinas de algodón estampado vintage. En los estantes reposan las elaboradas creaciones en conchas diseñadas por Guinness.

La casa que alguna vez fue parte de una propiedad mayor con caballerizas y un garaje para carruajes, protegida en parte por un muro de piedra y arropada por las copas de los tilos y hayas centenarias y con un tejado ondulado de arcilla y pizarra, fue dividida entre tres propietarios a finales de la década de 1940. El ala occidental de la mansión fue ampliada en el siglo XIX por la familia Beale, entonces propietaria del lugar; una de sus 11 hijas, Dorothea Beale, fue la educadora y sufragista que fundó el actual St. Hilda’s College, en Oxford.

“Es un lugar romántico”, dice Guinness, contemplando por la ventana mirador de la cocina hacia el jardín donde los Beale organizaban bailes y partidos de tenis. Un prado que antaño albergaba alpacas se extiende hasta la fachada sur, y la propiedad incluye los restos de un antiguo invernadero de piedra (“Tengo mi propia ruina”, comenta), así como un pabellón de jardín de lámina corrugada pintado en azul eléctrico, encargado al artesano y diseñador Rollo Dunford Wood con forma de escenario enmarcado por una carpa lo suficientemente grande para tres personas y rematado por una estrella al estilo Disney. La estructura se inspiró en otra similar del pintoresco pueblo de inspiración italiana de Portmeirion, construido en el norte de Gales a mediados del siglo XX como una excéntrica atracción turística.

Guinness diseñó y decoró una pared del dormitorio principal con lino francés del siglo XIX de Katharine Pole, dispuesto en forma de collage con retazos y adornos antiguos. Su abertura barroca deja ver un lavabo turco de mármol blanco con borde ondulado empotrado en la pared y un espejo italiano sobre muros de hoja de plata creados por el artista Andrew Joynes.

Incluso en una lluviosa mañana de mayo el interior de la casa resplandece. “Compré esta casa por la luz”, dice Guinness, quien compara su disposición horizontal con la de un vagón de tren. La fachada, con más vidrio que muro, cuenta con dieciséis ventanas abatibles que Guinness ha usado para resaltar su divertido uso de tonos primarios brillantes junto con una profusión sofisticada de patrones.

El atrio junto a la puerta principal, donde antes se encontraba la cocina, es hoy un pasillo luminoso con muros cubiertos de yeso tradicional; en las mañanas de invierno, Guinness enciende la estufa Franklin, conectada a una chimenea decorada con un relieve de yeso diseñado por ella misma e inspirada en motivos jacobinos. En la esquina derecha del espacio, sobre el piso de espiga cubierto con baldosas de terracota, se alza una columna de estilo clásico hecha a mano con hule espuma, yeso y arpillera por Joe Sweeney, el artista conceptual de Brixton. Dicha estructura marca la entrada a un invernadero de techo plano revestido de cobre, abierto por ambos lados durante el verano, y cuya estructura interior está pintada de verde esmeralda.

Sobre la cama de invitados del ático, una colcha con estampado de amapolas del estudio de Brigitte Singh, en Jaipur, India, y un par de fundas de almohada de Fragonard, la boutique francesa, decoradas con los rostros de un hombre y una mujer rodeados de flores. A los pies, una chaise longue antigua tapizada con un motivo de tulipanes serigrafiado a mano por la diseñadora textil londinense Susan Deliss.

A un lado, con paneles pintados en azul cerúleo pálido que simulan paneles decorativos, Guinness transformó la sala principal en un refugio extravagante. En el centro, sobre una chaise longue inglesa del siglo XVIII tapizada en terciopelo rojizo, cuelga una escultura cinética que parece una cascada de alas escarlata, obra del artista Daniel Chadwick, quien vive cerca. Frente a la ventana se encuentra un diván francés curvado, tapizado en satén a rayas rojas y blancas. Revestidos a lo largo de las paredes, junto con fragmentos enmarcados de antiguos paneles bordados, hay estantes que contienen ejemplares coleccionables de la revista Flair, piezas de coral y un florero de Pablo Picasso, además de una versión de los años noventa del Trumeau Architettura, el imaginativo mueble diseñado por Piero Fornasetti y Gio Ponti en 1951. Guinness llama a este espacio su cuarto Beaton, por la colección de ediciones raras de los libros ilustrados de Cecil Beaton, muchos de ellos regalos de su pareja sentimental de muchos años, John Ingledew, quien, al igual que Beaton, es escritor y fotógrafo.

En el extremo opuesto de la casa, la cocina fusiona proporciones clásicas con materiales inesperados y falsos acabados que evocan la obra del diseñador y escenógrafo Renzo Mongiardino, nacido en Génova. La carpintería está impresa digitalmente con un patrón de arlequín verde y blanco, con sutiles marcas de desgaste para imitar una pátina, y los bordes acanalados del mueble central, sostenido sobre patas de mármol verde italiano, están recubiertos con un esmalte que imita la pátina de óxido. Los metálicos en mate, dice Guinness, “tienen un lugar en las casas de campo inglesas, te levantan el ánimo”.

Las paredes de un baño de visitas cubiertas con hojas de papel decorativo que imitan los azulejos Delft del ceramista Simon Pettet, adquiridas en Dennis Severs’ House, un museo del barrio londinense de Spitalfields.

Ese fulgor se intensifica en un pasillo del piso superior transformado en un vestidor en forma de L, con un papel tapiz brillante de follaje impreso a mano en tonos dorados creado por el artista y diseñador Hugh Dunford Wood, padre de Rollo. Los armarios empotrados resguardan los abrigos de ópera que Guinness borda y vende, confeccionados a partir de saris antiguos, colchas kantha y yute decorado. El baño contiguo, con piso de terrazo, está dominado por un gran espejo diseñado por ella misma, enmarcado con conchas. Al fondo del pasillo hay dos habitaciones de huéspedes y una escalera que lleva al ático, donde se encuentran otras dos habitaciones para hospedar a sus dos hijas adultas y su nieto de un año. En una de las habitaciones, que luce un papel tapiz de inspiración art nouveau de la diseñadora textil Ellen Merchant, radicada en East Sussex, una cama inglesa con dosel de caoba del siglo XIX está cubierta con piezas de la colección de bordados folclóricos de Europa del Este de principios del siglo XX que posee Guinness. En un cuarto en el ático, cuelga un pedazo de voile antiguo de una viga sobre una cama cubierta por una colcha estampada con amapolas diseñada por Brigette Singh, quien radica en Jaipur, India.

Sobre los restos de un antiguo invernadero de piedra se levanta un pabellón teatral de lámina ondulada en tono azul eléctrico con una estrella en la punta, creado para Guinness por Rollo Dunford Wood e inspirado en una estructura similar de mediados del siglo XX en el pintoresco pueblo de inspiración italiana de Portmeirion, en Gales.

El instinto coleccionista y el brío maximalista de Guinness alcanzan su apoteosis en el dormitorio principal. Todo un muro se ha convertido en un escenario imaginario inspirado en el dormitorio revestido en patchwork de la casa de Gloria Vanderbilt en la calle East 67 de Manhattan, fotografiado por Horst P. Horst en 1970. Una abertura de silueta barroca está revestida con una tela francesa del siglo XIX, estampada en rojo vivo, recortada para dejar entrever un muro cubierto en hoja de plata del que cuelga un lavabo con borde ondulado; a cada lado, un panel en collage reúne textiles antiguos, retazos bordados, cintas y adornos provenientes del muestrario de una tejedora lionesa de la década de 1890. El efecto, como prácticamente todo lo que Guinness ha creado a lo largo de sus 36 años de carrera, es a la vez fantasmagórico y refinado, con un matiz de irreverencia punk. “Hay muchas reglas sobre el buen gusto, pero cuando se trata de decoración, lo único que me importa es lo que siento”, dice. “Tiene que subirme el ánimo. Creo que las reglas se hicieron para romperse”.


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