Foto cortesía Proyecto Mono Rojo.

Redacción T Magazine México

Hay talleres que funcionan como fábricas de objetos y otros que funcionan como sistemas vivos. Mono Rojo pertenece a esta segunda especie; y es que desde hace más de trece años, el espacio fundado por Olmo Aguirre se ha convertido en un laboratorio permanente donde ceramistas, pintores, ebanistas y artistas de distintas generaciones dialogan a partir de un código que no busca la perfección técnica, sino la expansión imaginativa. A partir de ese impulso surge Proyecto Mono Rojo, una plataforma itinerante que abre nuevas sedes de exhibición y cuyo debut, Far Out, parece responder a una premisa clara: antes que producir objetos, producir vínculos.

Foto cortesía Proyecto Mono Rojo.

El proyecto nace del diálogo entre Aguirre y Jimena Antúnez, cuyo interés por los materiales, los símbolos y la cultura popular encuentra eco en la genealogía del taller. A esa conversación se sumó el coleccionista José Kuri, entusiasta de juegos ancestrales y del azar como forma estética. La primera exposición conjunta condensa ese espíritu; colaboración, reuso, reinterpretación y un humor que opera como corriente subterránea.

El título, Far Out, proviene de una pintura temprana creada por Miguel Corral, Emilio Gómez y el propio Aguirre. A simple vista, es un lienzo lleno de animales, pero basta detenerse para que la figuración se rompa y el trazo revele su verdadera naturaleza: líneas que giran como fuerzas centrífugas, vacíos que funcionan como respiraciones y una energía que solo surge cuando se dibuja para extraviarse. Lo que ahí ocurre es una declaración estética del taller: lo doméstico se vuelve extraño, lo animal adquiere lenguaje, lo abstracto abandona su hermetismo.

Foto cortesía Proyecto Mono Rojo.
Foto cortesía Proyecto Mono Rojo.

La exposición reúne otras pinturas —Ave+Relay (2012) y Cornucopia (2020)— donde la insistencia del trazo desplaza la mirada entre escalas: de un paisaje cenital a un mundo microscópico en cuestión de segundos. Esa oscilación es clave para entender por qué las piezas de Mono Rojo no replican códigos, sino que los inventan desde la necesidad de narrar: a veces una historia, a veces un estado anímico.

La muestra también presenta la reinterpretación como gesto central. Mesa y sillas de trabajo (2025), del ebanista Martín Wallace, parte de un diseño de libre acceso de Enzo Mari. Sin solemnidad alguna, el conjunto se vuelve soporte de Backgammon mono rojo (2025), un juego creado por el taller por encargo de Kuri. Fichas-talismanes, azules y blancas, que son caritas y plastas al mismo tiempo: un objeto que existe para ser jugado, no contemplado. Durante la exposición, cualquiera puede sentarse a tirar los dados.

Hay también objetos que parecen tener carácter propio: Campana (2025), de Salvador Nuñez Borja, o las mesas de madera y porcelana realizadas por Naoya Sakaguchi y Aguirre, cuyas presencias energéticas superan la idea tradicional de mobiliario. No son soportes: son cuerpos. La exposición completa opera con cambios de escala que invitan a pensar en lo humano, lo fantástico y lo material como tres estados conectados. Desde las sillas miniatura Pop (2025) de Willie Gurner hasta los mezcaleros Soda (2025) ilustrados por Carlos Morales, todo participa de un ecosistema en el que convivir es tan importante como mirar.

En uno de los gestos más contundentes, Vitrina 2 (2012–2025) mezcla objetos encontrados con piezas del taller, recordándonos que la vida real —lo que se guarda, lo que se recicla, lo que se hereda— también forma parte de la obra. Far Out no busca monumentalidad; busca afinación. Es una invitación a observar los gestos que construyen los objetos que nos rodean y a imaginar qué mundos podrían abrir si les diéramos permiso de acompañarnos.

Lo que Mono Rojo propone no es un catálogo de piezas, sino un modo de estar en el mundo: jugar, reinterpretar, colaborar y, sobre todo, escuchar la forma silenciosa en que los materiales desean ser trabajados.


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