Laura García del Río

Recuerda con toda claridad la primera joya que diseñó: un colgante con un diamante montado en un hilo de pescar. “Quería que pareciera flotar sobre la piel”, nos dice Valérie Messika, fundadora y directora artística de Messika, en la suite del Hôtel de Crillon de París, donde acaba de presentar su última colección de alta joyería. “Era una idea muy sencilla, muy ligera, pero que ya decía mucho de lo que más tarde defendería como creadora”. 

Al principio creaba joyas para ella misma y sus amigos “por puro placer”, pero un día decidió participar en Baselworld —la feria anual que hasta 2019 reunía en Basilea a las industrias mundiales de la joyería y la relojería—, como un reto personal, y ese fue el punto de inflexión. “Un salón profesional exige una visión de marca, una campaña, un universo. Fue entonces cuando realmente empezó la aventura”. Era 2005, y los cimientos de la que hoy es una de las firmas de referencia de la joyería internacional ya estaban dispuestos. “En aquel momento no encontraba nada que me representara. Nada que me diera ganas, como mujer, de comprar una joya para mí. Así que creé lo que me habría gustado tener. Hoy hemos abierto un camino, una nueva actitud ante la joyería”, dice la fundadora de la marca.

Collar Mirage, inspirado en las dunas de Sossusvlei, en Namibia.

Con solo 25 años, la francesa irrumpió en el entonces muy tradicionalista mundo de la joyería apostando por hacer de los diamantes un instrumento disruptor y moderno, capaz de reflejar las inquietudes y necesidades de la mujer contemporánea. Lo hizo con Skinny, una reinvención de la clásica pulsera tennis. Después llegaría Move, un diseño que se oponía a la estaticidad joyera de la época con tres diamantes que se deslizaban con el movimiento de su dueña en una suerte de ábaco de oro ingeniosamente construido. Dos décadas después, sigue siendo un pilar de la enseña, en concepto y en rendimiento: cada 20 minutos se vende una joya de la colección que sacó los diamantes de su tedio nupcial para vivir en una constante reinvención. Desde que vio la luz, se ha reformulado en ear cuffs y chokers de cadenas; se ha cubierto con un pavé integral, engaste aureola mediante; se reformulado con malaquita, ónice, turquesa, lapislázuli y nácar; y hasta se ha revisitado en titanio para el hombre. Ultramoderno y atemporal al mismo tiempo, “encapsula perfectamente el ADN de la maison”, enfatiza Messika. “Llegamos al mercado con una energía contemporánea, en un momento en que pocos sabían darle ese ritmo moderno a la joya. Supimos leer el momento y responder con autenticidad”, continúa. Y funcionó: los analistas sitúan las ventas en los 360 millones de dólares, van en camino a alcanzar las 180 boutiques propias y son uno de los nombres de cabecera cuando se habla de diamantes. 

Si eligió convertir esta piedra en el epicentro de su particular universo no fue por casualidad. De niña, recuerda, jugaba a medir quilates y distinguir cortes en el despacho de su padre André, comerciante de diamantes desde 1972. “Está ligado a mis recuerdos, a mi relación con mi padre. Para mí el diamante es luz, es energía, es sensualidad. Tiene algo muy íntimo, muy emocional. Es ese plus de alma que siempre me conmueve”, describe. Y en ese eje sobre el que gira Messika se integra a la perfección Terres d’Instinct, la colección de alta joyería con la que la marca celebra su 20 aniversario: 16 juegos de piezas únicas inspiradas en un viaje familiar a Namibia, Botsuana y Sudáfrica. “Me impactaron profundamente los paisajes, la fauna salvaje, la inmensidad del desierto. Fue una conexión casi visceral. Volví llena de inspiración, con una necesidad de crear”, recuerda la diseñadora. “África es la cuna de los diamantes más bellos del mundo. Y ese vínculo es fundamental para Messika. Quise volver a lo esencial de nuestro éxito: nuestra relación con el diamante”.

Anillos Hypnotic Scale, la primera vez en dos décadas que la marca introduce el color en sus diseños.

Rendir homenaje a la idiosincrasia de la firma también incluye ciertas cuotas de irreverencia, de ahí que, por primera vez en dos décadas, hayan usado piedras de color. “Un aniversario se celebra con color, con alegría, con audacia. Tras 20 años de fidelidad absoluta al diamante sentí que podía permitirme romper esa exclusividad. Es una forma de expresar una nueva madurez creativa, una libertad renovada”, añade la directora artística de Messika. 

Ese libre albedrío para salirse de los márgenes establecidos y proponer algo diferente, más atento al pulso de los tiempos que al acervo, es una de las claves de su éxito. También la punta de lanza para competir en un sector inmovilista, históricamente capitaneado por hombres y dominado por casas que hacen alarde de biografías. “Cuando no tienes los mismos recursos que los grandes grupos, tienes que ser ingeniosa y esa limitación se convierte en una fuerza. Nuestro truco ha sido anticiparnos, atrevernos antes que los demás. Eso es lo que nos ha mantenido a la vanguardia”, continúa Messika. 

Anillo en oro y diamantes de la colección Terres d’Instinct

No habría sido igual dentro de las lindes de una maison atada a una historia, un patrimonio y una junta de inversores. “La agilidad que te permite la independencia es incomparable. Poder tomar una decisión en una hora, sentada en mi mesa, sin pasar por cadenas de validación, es un lujo enorme”, defiende. Sabe que esa autonomía para poder salirse de los márgenes ha jugado a favor. Y en esa audacia ha tenido mucho que ver no tener estudios formales en joyería y moverse más guiada por la intuición que los tecnicismos y las reglas puristas. “Si hubiese tenido demasiada técnica, tal vez no me habría atrevido a hacer lo que hice. Fue esa mirada libre la que me permitió empujar ciertos límites”, señala. También ser una mujer en un sector donde la batuta generalmente la llevan hombres. “Nunca lo viví como una dificultad, al contrario. Ser mujer en un universo tan masculino y codificado me permitió aportar una voz distinta. Creo que eso reforzó el impacto de mi discurso y de mi visión”. 

Su relación con la joya es íntima, explica, y eso se refleja en su manera de crear. La sensibilidad femenina que se aplaude en las propuestas sartoriales de Phoebe Philo y Chemena Kamali también aplica aquí. Ayuda mucho que quien se encarga de crear las joyas también pueda ponérselas, entender qué se siente al llevarlas, cómo se mueven, lo cómodas que resultan, explica Messika. Por eso el 70 por ciento de su equipo está formado por mujeres. Algo poco común en un sector que para ella, lejos de un mero dato, es una fortaleza.

Valérie Messika, fundadora y directora artística de Messika, en su estudio.

Hoy innovación, reinvención y evolución forman el triunvirato léxico del discurso joyero, pero Messika llevó la delantera. “Creo que nuestra forma de hacer las cosas abrió nuevas perspectivas”, apunta la diseñadora. Y no solo en lo referente al diseño. También en la manera de vestir la joyería. Fue Messika quien espoleó la mezcla de oro blanco y amarillo, el maridaje de distintas colecciones y el stacking que ahora vemos en los desfiles de Celine, Dolce & Gabbana o Sportmax. “Nosotros propusimos otra libertad, la de llevar las joyas de formas diferentes y en lugares inesperados con una actitud nueva”. Neoporté lo llaman en la enseña. 

Messika es consciente de lo rebelde de su enfoque y de la definición de disruptiva que a menudo se le atribuye. E incluso con la tensión que a veces carga el término, le gusta la capacidad de romper los códigos y el desafío de esa solemnidad tradicional que conlleva. “Si eso es ser disruptiva, entonces sí, lo asumo con orgullo”.

Fotografías: Ezra Petronio; Nicolas Gerardin.


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