Crédito: cortesía de Carlos Castellanos.

Carolina Chávez Rodríguez

Hay historias que se abren con la misma delicadeza con la que se enciende una llama: sin prisa, sin miedo. La de Trinidad González comienza entre flores de maculí, muñecas improvisadas y tardes de juego. “Yo siempre había estado obsesionada con las muñecas, pero en el pueblo donde crecí eso no estaba bien visto”, recuerda.

Su camino no ha sido fácil. Criada en una familia profundamente católica, Trinidad aprendió desde pequeña que el miedo también se hereda. “Crecí con ansiedad, sin entender por qué había nacido así”. Hoy, en cambio, su espiritualidad es una elección íntima. “Transformé ese miedo en fe. Encontré un Dios que no castiga, sino que acompaña. 

CC. Hoy, ¿quién es Trinidad González?
TG: Wow, creo que esta persona trata de salir adelante, pese a lo que pase en el mundo. Siempre trato de ser feliz, de serme fiel lo más que puedo a mí misma. Me encanta compartir con mis amigas, amigos y familia. Soy esa persona que hoy trata de cuidar su mundo y todo lo que esto conlleva.

CC. Me gustaría que nos platicaras un poco sobre tu niñez. ¿A qué te gustaba jugar? ¿Qué recuerdos tienes de esos años y cómo dialogan hoy con tu identidad?
TG. Yo siempre había estado obsesionada con las muñecas, pero obviamente, en el pueblo y la familia con la que crecí, era algo que no estaba bien visto. Recuerdo que en la casa de mi abuelo había un árbol de maculí enorme, con flores rosas, y yo agarraba los palitos de las hojas, les ponía como un vestidito, y esas eran mis muñequitas. Tuve la fortuna de crecer con mi mejor amiga, con la que nos llevamos un mes de diferencia.

CC. ¿Hasta la fecha son amigas?
TG. Sí, y obviamente me escapaba a su casa a jugar muñecas, las Polly Pocket. Fui muy afortunada de tenerla.

CC. Creciste en una familia católica. ¿Cómo transformaste esa herencia espiritual en fuerza propia para construir tu camino como mujer trans?
TG. ¡Ay, Dios! Creo que ha sido un camino muy largo, porque mi abuela me heredó una parte mala de la religión. Siempre me leía lo negativo, el Apocalipsis y todo eso: pecado, culpa… Crecí con mucha ansiedad, sin entender por qué había nacido así. Empecé a transformar ese miedo y a decir: “Por algo fue, y esta soy yo, punto”. Así llegué a descubrir una parte sana de la religión, donde digo “este es Dios, es mi Dios y es en lo que creo”. Siento que, además, el nombre que heredé, esto de la Trinidad, tiene mucho peso espiritual. Por eso ninguna creencia o religión es mala para mí; depende de cómo la lleves.

CC. ¿Qué significa para ti mirar atrás y ver la exposición que has logrado gracias a tu talento, y claro, a la valentía que has tenido para resignificar tus malas experiencias?
TG. Hay veces que me conmueve mucho el cariño de la gente y cómo mi historia, sin pensarlo ni quererlo, ha traspasado miles de pantallas y vidas. La gente me para en la calle y me dice: “Gracias a ti, tal…”. Yo siempre buscaba esa visibilidad, esa empatía de las mujeres, y saber que hoy yo soy una de ellas me hace pensar: wow, nunca me imaginé que eso iba a pasar.

CC. ¿Lo soñabas?
TG.
Realmente no. Nunca fui de decir “quiero ser famosa”, jamás. Sí sabía que quería ser modelo, pero nunca me imaginé que iba a ser actriz, me daba pena. Pero sí decía: “Yo sé que voy a ser algo”. Y ahora, cuando pongo la mirada atrás y veo el larguísimo camino que he recorrido, no es que haya tenido suerte; sí le he fregado, y la he pasado mal, pero de eso se trata la vida.

Escena de la serie El secreto del río. Crédito: cortesía de foto Netflix.

CC. En “El secreto del río” haces tu debut como actriz. ¿Qué te reveló este personaje sobre ti misma que el modelaje aún no te había permitido explorar? ¿Y cómo ha sido la experiencia?
TG. A mí El secreto del río me regaló mil cosas por las que siempre voy a estar agradecida con el personaje y con todo el equipo. Una de esas cosas fue volver a creer en mí. Estaba pasando por un mal momento, deprimida, y me llegó el personaje. Dije: “Ok, quiero hacerlo”. Sin saber absolutamente nada, confié. Y desde ahí empecé a ser valiente, a dejar de tratarme mal. Antes me decía: “No eres inteligente, te falta mucho”. A partir de ahí fue un cambio enorme conmigo misma. Regresó esta Trinidad que no veía hace muchísimos años y que extrañaba. Pude volver a creer en mí y a ser buena conmigo. Hay que aprender a ser buena con una misma.

CC. La moda siempre ha sido una forma de resistencia y de belleza. ¿Cómo concilias las exigencias de la industria con tu vida cotidiana?
TG. Creo que la moda puede ser hasta un acto político. Al principio, cuando empecé mi transición, siempre quería estar perfecta: maquillaje, ropa corta… Era una cosa de autoexigencia, como si por ser mujer tuviera que estar siempre impecable.
Hoy digo: no, yo hice mi transición para ser libre, y eso para mí es la moda: libertad. Si hoy quiero andar fodonga, me pongo así y me siento libre. Si quiero estar con un súper vestido, me lo pongo y punto.
Recuerdo que mi mamá me decía que en fechas especiales tenía que usar cierta ropa, y hoy en día todos los días son especiales. Si tienes algo increíble —o lo menos glamuroso— pero se te antoja ponértelo, que nada te lo impida. Atrévete a ser tú y no dejes que la gente te diga qué ponerte.

CC. ¿Qué historias sobre mujeres trans aún faltan por contar en el cine, la moda y la cultura popular? ¿Dónde sientes que está el vacío?
TG. Hay muchas. Siento que las historias que más se cuentan son las de prostitución, y aunque existen, también hay que dejar de reducir a la mujer trans a ese personaje sufriente. Hay historias dignas que deben contarse. La historia de Sicarú me pareció hermosa, porque es la historia que muchas soñamos: tener una carrera, una familia, irte a otro país si así lo quieres.
También hay historias de infancia, de vejez trans. Yo tengo tres años de haber hecho mi transición y sigo aprendiendo muchísimo. La tasa de mujeres trans mayores abandonadas es altísima. Cada vez tengo más información y es muy duro.
Así que hay muchísimas historias por contar. La gente que dice que México no está preparado para escucharlas está muy equivocada. La serie fue un éxito. La gente ya está cansada de escuchar las mismas historias; quiere ver historias reales.

Crédito: cortesía de Kevin Corona.

CC. Otra pregunta interesante, porque implica búsqueda y autoconocimiento: ¿cómo apropias y vives tu feminidad?
TG. Hoy en día, la feminidad para mí está en mil cosas. Por ejemplo, mi amiga La Bruja de Texcoco siempre la pongo de ejemplo porque se me hace una mujer libre. Ella la vive a través de su barba, de su pelo, de su labial, y eso me encanta. Me gusta encontrarme con mujeres que viven su feminidad a su manera.
Yo la vivo desde un maquillaje, una canción, una película… Siento que cada una debe buscarla dejando de lado el pensamiento de que la feminidad son tacones. Va mucho más allá, es un abanico inmenso.

CC. Si esa niña que fuiste, pudiera hablar contigo hoy, ¿qué le dirías?
TG. Le diría que es la persona más valiente del mundo, que no se avergüence de su voz, porque va a ser súper escuchada en el mundo. Que gracias por salvarme.
Cuando hice mi transición, Trinidad siempre fue mi nombre, pero tenía otro. Entonces solo me quedé con uno. Le escribí una carta y le dije que él siempre iba a ser el hombre de mi vida, porque estuvo ahí hasta que supo que ya era momento de despedirnos.

CC. Háblame de la voz. ¿Qué importancia tiene?
TG. Mi voz era súper aguda. Me hablaban mis tíos a la casa de mi abuelo y me confundían, entonces fui engrosando mi voz por pena. Hoy ya no. No quiero aparentar algo que no soy.
Para mí la voz es como un perfume. La otra vez estaba en el tianguis y una señora me dijo: “¿Verdad que eres la de la serie? Es que te escuché y supe que eras tú”. Eso es para mí: tu esencia, tu sello personal, esta fusión de cerebro, corazón y estómago, y la forma en que lo compartes. Siento que una voz verdadera, honesta, se nota desde adentro.

CC. ¿Qué quieres para el futuro?
TG. Quiero paz y salud. Seguir trabajando en lo que me gusta.

CC. ¿Te vamos a ver actuar más?
TG. En eso andamos. A mí me encantó la actuación, quiero seguir trabajando en ello, me sigo preparando, pero quiero que lleguen papeles dignos, que no tenga duda de hacerlos. Obviamente no siempre es así, pero estoy segura de que llegará.

Trinidad González no interpreta la libertad: la encarna. Habla desde un lugar donde la vulnerabilidad y la fuerza conviven con naturalidad, donde ser uno mismo es el mayor acto de resistencia. Su historia no busca ejemplificar nada, sino recordarnos que cada identidad merece narrarse sin permiso ni miedo. Al final, la suya no es solo una historia de transición, sino de regreso: hacia el centro, hacia la voz, hacia la verdad.


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