En el dormitorio de Chanel, su cama original veneciana de hierro forjado dorado, una lámpara de bronce de Alberto Giacometti y un tapete antiguo de Kerman

Por Nick Haramis
Fotografías de Clément Vayssieres

En la década de 1920, la Costa Azul, ese tramo de 690 kilómetros de acantilados imponentes y aguas azules al sureste de Francia, era un destino predilecto para lo que Gertrude Stein denominó la Generación Perdida, una comunidad laxa de escritores y artistas expatriados. Ernest Hemingway, Dorothy Parker, Cole Porter y Virginia Woolf pasaban los veranos allí; en 1924, F. Scott Fitzgerald terminó un borrador de su tercera novela, “El gran Gatsby”, en una casa que rentó en Saint-Raphaël. Gabrielle Chanel, la modista parisina, entonces de 45 años y ya conocida como Coco, compró un bungalow rosa en un olivar de dos hectáreas con campos de lavanda en Roquebrune-Cap-Martin, justo al este de Mónaco, en 1928. Para entonces la Riviera Francesa ya se había consolidado, como más tarde diría el escritor británico nacido en París W. Somerset Maugham, como “un lugar soleado para gente sombría”.

Chanel mandó demoler el edificio de 1911, pero conservó su nombre, La Pausa, que, según un artículo del New York Times de 1914 sobre sus propietarios originales, los escritores Charles Norris y Alice Muriel Williamson, aludía a la leyenda que indica que la Virgen María, “disfrazada de campesina, bajó del cielo a la tierra para poner a prueba la reputación de crueldad de la región, y ese fue el único sitio donde la invitaron a descansar”. La diseñadora y arquitecta irlandesa Eileen Gray estaba construyendo allí su propia villa, una obra maestra modernista, justo al final de la calle, y otros vecinos también habían adoptado estilos diversos de la época: renacentista, morisco, Belle Époque. Pero Chanel encargó al poco experimentado arquitecto belga Robert Streitz una casa casi minimalista que evocara la austera belleza de la abadía de Aubazine, el monasterio cisterciense en la región de Corrèze, Francia, donde se dice que pasó gran parte de su adolescencia con sus dos hermanas y su tía Adrienne, quien vivía allí. “¡Qué genialidad haber gastado tanto dinero para que no se notara!”, dijo el joyero Fulco di Verdura.

El claustro de La Pausa, una casa de vacaciones construida en 1929 sobre una colina frente a la costa de Roquebrune-Cap-Martin, Francia, para la diseñadora de moda Gabrielle “Coco” Chanel.

Durante una visita a la casa recién restaurada en marzo, Yana Peel, de 50 años, presidenta de artes, cultura y patrimonio de Chanel, destacó el “espíritu de lujo salvaje” de La Pausa: una paleta monocromática, muros desnudos y algunas escasas florituras barrocas, como candelabros del siglo XVIII y un candelabro de hierro forjado bañado en hoja de oro. “Es más palladiana que palaciega”, dijo sobre la villa de tres pisos y 1,400 metros cuadrados, construida alrededor de un patio claustral con el pasto en forma de cuadrícula y losas cuadradas de piedra que evocan las bolsas de piel acolchada de la marca. Desde un gran salón con una fila de cinco ventanas a cada lado (un encargo de Chanel, quien retomaría ese número al bautizar su fragancia icónica) parte una imponente escalera que conduce al dormitorio de Chanel y al del duque de Westminster, su compañero de muchos años, en el ala oeste, así como a tres habitaciones de invitados y los que solían ser los aposentos del personal en el ala este. Aunque Streitz había planeado incluir dos escaleras simétricas, Chanel insistió en tener solo una: una interpretación en yeso blanco de lo que había visto en Aubazine, que la marca también está ayudando a restaurar. “Es interesante,” comentó Peter Marino, el arquitecto neoyorquino de 75 años que diseña boutiques de Chanel desde hace más de tres décadas y quien inició el proyecto de La Pausa hace casi cinco años. “Puedes construir una casa por primera vez en tu vida porque por fin tienes el dinero, y vuelves a lo que viste al crecer”.

Mientras sus contemporáneos organizaban fastuosos bailes, Chanel, cuyos tejidos de punto y pantalones para mujer desafiaban la ropa restrictiva de la época, siguió su propio camino. La arquitectura de La Pausa era poco usual para la zona, pero también lo eran los eventos que organizaba allí: ignorando las normas del protocolo de la alta cocina, Chanel prefería servir comidas informales tipo buffet, sobre las cuales decía: “Te vistes o no para la cena, como prefieras”. El baile era igual de espontáneo e informal. Al recibir a artistas durante largas temporadas —Salvador Dalí vivió y trabajó allí con su esposa Gala durante cuatro meses— ella instauró su propia versión de una residencia artística, mucho antes de que ese concepto se popularizara. En el libro “La Pausa: The Ideal Mediterranean Villa of Gabrielle Chanel” (La Pausa: la villa mediterránea ideal de Gabrielle Chanel), que se publica este septiembre, hay una fotografía de una hoja cubierta de dibujos y firmas de Dalí, el poeta francés Pierre Reverdy y el cineasta italiano Luchino Visconti, quienes fueron huéspedes de Chanel en abril de 1938, mientras ella planeaba su colaboración en el ballet “Bacchanale” de Dalí, coreografiado por Léonide Massine en 1939. (La diseñadora ya había creado el vestuario para la puesta en escena de “Antígona” de Jean Cocteau en 1922 y, dos años después, para “Le Train Bleu”, interpretado por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev). Pero entonces estalló la Segunda Guerra Mundial y Chanel, quien más tarde sería identificada como simpatizante nazi, comenzó a visitar La Pausa cada vez con menor frecuencia. En 1953, la modista, de regreso en París tras pasar casi una década en Suiza, vendió la casa y todo su contenido al editor y agente literario húngaro Emery Reves y su esposa estadunidense, Wendy Reves, alegando: “Ahora es parte de mi pasado y no deseo volver a él”.

En la biblioteca, una reproducción de una mesa de roble del siglo XVII, un escritorio italiano de nogal del siglo XIX y una lámpara de gres en forma de jarrón de Auguste Delaherche. 

Hace diez años, la maison Chanel compró La Pausa al Museo de Arte de Dallas, que había heredado la propiedad tras la muerte de Wendy, socialité y filántropa, en 2007. En su primera visita, Marino observó que, aunque los Reves conservaron la mayor parte del mobiliario original de Chanel y no realizaron grandes modificaciones estructurales, el espacio se sentía “cómodo para una buena familia texana”. (La valoración de Peel fue menos sutil: “El baño tenía una alfombra rosa”, dijo). Excepto por algunas intervenciones modernas —aire acondicionado, nuevas instalaciones hidráulicas y eléctricas— Marino optó por devolver a La Pausa el esplendor de 1935. (“Cuando restauras algo, no puedes diseñar la biblioteca en 1936 y la sala en 1942,” comentó. Para él, 1935 tenía más sentido: los interiores “cambiaron más radicalmente durante la guerra, y no queríamos que eso se reflejara”). Su despacho rescató y restauró la mayoría de los paneles de roble, que revisten las paredes de la biblioteca y la sala de la planta baja, y reinstaló espejos de piso a techo, que crean la ilusión de un campo visual infinito en el baño principal. Aunque se fotografió bastante la casa en tiempos de Chanel, la mayoría de las imágenes eran en blanco y negro, por lo que Marino y el equipo de archivos de Chanel tuvieron que hacer conjeturas sobre ciertos colores. “¿Qué tan dorada era su cabecera?”, se preguntaba Marino. “Eso fue un tanto arriesgado”. El departamento de patrimonio de la marca volvió a comprar muchos de los muebles originales en subastas o en tiendas de antigüedades —antes de deshacerse de ellos, los Reves habían guardado en el sótano algunos muebles de la época de Chanel, como los del dormitorio— y Marino mandó reproducir el resto.

Hoy, la quietud de La Pausa encarna la definición de elegancia de Chanel. “La moda no existe solo en el vestir”, decía. “La moda está en el aire, vuela en el viento, se siente, se respira, está en el cielo y en el camino, está en todas partes”. Y ahora, una vez más, está de vuelta en este lugar. Peel, quien afirma que está “tratando de crear el futuro con fragmentos del pasado”, espera revivir la casa como un lugar para cultivar el arte y compartir ideas. En noviembre, habrá un retiro de una semana para escritoras centrado en el tema de la mujer artífice de su propio éxito. Hasta entonces, Peel sigue decidiendo cómo reintroducir La Pausa al mundo. Cuando describe la fiesta de sus sueños —una celebración de artistas como las que Chanel solía organizar— señaló un piano Steinway recién instalado. Pronto, espera volver a enrollar las alfombras para que comience el baile.


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