
Por Enrique Giner de los Ríos
La arquitecta mexicana nos cuenta desde su departamento en Ciudad de México sobre dos de los proyectos más interesantes de su carrera: la presentación del diseño de la nueva ala del MET de Nueva York y la renovación del Centro Pompidou de París, según sus palabras “una máquina de producir cultura”. Comprometida con las condiciones sociales de su entorno, Escobedo también conversa sobre migración y derechos, así como sobre el manido concepto de mexicanidad, al que se enfrenta con naturalidad. “Crecí aquí, mis primeras grandes influencias fueron con gente mexicana”, responde. “¿Qué es súper mexicano?”, se pregunta. Y es que, en su opinión, “las tradiciones tampoco tienen que ver con unos códigos súper estrictos”.
T México: Con proyectos tan grandes como los que estás llevando a cabo en el extranjero, supongo que es imposible que no te encasillen constantemente como “la arquitecta mexicana”. Puede ser gratificante —y más, por el momento político que estamos atravesando—, pero, por otro lado, hay un espíritu personal en tu trabajo, incluso más universal, que debería trascender esa etiqueta.
Frida Escobedo: Joven, latina, mujer… Son muchos adjetivos que se repiten. Está bien si me quieren describir de esa manera, pero me parece extraño ese empeño en ponerme en una categoría determinada. Por otro lado, con todo lo que está pasando ahora, me parece importante remarcar la relevancia del trabajo de los migrantes en una ciudad como Nueva York, afirmar con orgullo ser mexicana y estar orgullosa de mi comunidad. Somos personas muy valiosas; si se nos quiere reconocer como mexicanos, está muy bien por mí. Ya estando allí, te das cuenta de que hay un montón de mexicanos que están marcando la diferencia con sus proyectos. O latinos. Muchísima gente de mi generación, un poco más grandes o más jóvenes, cuyo trabajo es sumamente relevante. Es un mosaico gigante donde nadie pierde su identidad y, a la vez, toda esa gente se siente neoyorquina. Es muy especial.
T México: ¿Cómo te afecta este cambio político?
F.E.: Me preocupa. Veo cómo el ambiente se polariza cada vez más, cómo mucha gente se enfoca más en ver las diferencias y no las similitudes. Es bueno ver las diferencias para aprender del otro, pero no de una manera sectaria. Hay muchísima gente con la que convives todos los días cuya situación migratoria actualmente es totalmente ambigua. No creo que dejen de trabajar, si no, esa ciudad colapsa. Simplemente, sus condiciones contractuales serán cada vez peores. Es muy duro ver cómo la gente empieza a tener miedo. A veces pienso que si la invitación para hacer el ala contemporánea del MET hubiera surgido ahora, no sería capaz de hacerla. Probablemente no podría haber abierto una oficina, los procesos de visa serían mucho más problemáticos e incluso ciertas contrataciones hoy en día serían imposibles de hacer.
T México: ¿Sientes que la gente le exige un cierto grado de “mexicanidad” a tus proyectos?
F.E.: Es curioso, muchas veces se me cuestiona por mi ADN mexicano, sobre mi “alfabeto de mexicanidad”, y no sé qué responder. Creces viendo ciertas cosas, platicando con cierta gente y eso es lo que va formando tu visión del mundo. No tengo otra respuesta. Crecí aquí, mis primeras grandes influencias fueron con gente mexicana. ¿Qué quiere decir eso? No lo sé. Las tradiciones tampoco tienen que ver con unos códigos súper estrictos.
T México: Incluso muchas de nuestras referencias clásicas se trataron de una nueva mexicanidad en su momento. Me imagino que estás contenta con ese alfabeto de referencias personales, pero supongo que aún así, a veces se te exigen ciertos clichés de identidad nacional.
F.E.: Lo noto más últimamente. Me parece que mucha gente quiere entender mi trabajo a la primera, poder desglosarlo en puntos muy claros, en lugar de querer ver lo que estoy tratando de decir. En el trabajo creativo, con suerte amplías tu campo de visión un poco. Creo que en mi trabajo lo único que podría traducirse como mexicanidad es el sentido de la estratificación, el traslape y la yuxtaposición. Aunque es algo súper general. ¿Qué es súper mexicano? El mole sería una broma fácil como respuesta. Una mezcla, todo aquí es así, no hay una cosa que sea cien por cien pura, afortunadamente. Por otro lado, mi trabajo responde a un lugar y a un tiempo muy específico. Eso es lo que me parece más importante, cómo hablar de las circunstancias que te rodean, del ambiente social y material que tienes alrededor.

T México: El MET es tu proyecto más ambicioso hasta el momento, sin embargo, has realizado muchos proyectos en el extranjero.
F.E.: La Trienal de Lisboa, en 2013, fue mi primer proyecto internacional, aunque ese año también hice intervenciones más pequeñas, como algunas tiendas para la marca Aesop en Estados Unidos. El proyecto para el Victoria & Albert Museum en 2015, el MoMA PS1 en 2016, o el Serpentine Pavilion en Londres en 2018, que fue muy importante para mi carrera.
T México: Es interesante ver la relación entre tus proyectos de pequeña y gran escala. En muchos de los más pequeños o intervenciones, pareciera que podemos encontrar muchos de tus principios estéticos.
F.E.: Cuando empiezas una oficina, tienes que ganarte la confianza de los clientes. Si no tienes trabajo anterior, es difícil hacer trabajos a otra escala. Experimentas con esos proyectos porque es lo que te dejan hacer. La relación entre los proyectos pequeños y grandes no es algo lineal. También está relacionado con etapas de mi vida. En 2013, estaba terminando la maestría en Arte Diseño y Dominio Público en Harvard. Había mandado mis papeles al mismo tiempo que esperaba la beca CEMEX (para poder solventarlo) y había participado en el concurso para La Taller, en Cuernavaca. Uno debe ser cuidadoso con lo que desea: ocurrieron las tres cosas al mismo tiempo. El segundo año de la maestría se juntó con la obra, y eso me obligaba a venir al menos una vez al mes.
T México: ¿Por qué escogiste un posgrado no directamente relacionado con la arquitectura? ¿Hacia dónde pensabas que iría tu carrera después de eso?
F.E.: Estaba un poco cansada de la arquitectura, de convertirme en una suerte de validadora del buen gusto. No era lo que quería de la arquitectura y no encontraba cómo cambiarlo. Pienso que el hotel Boca Chica en Acapulco, que fue un proyecto que hice con Francisco Rojas en 2008, fue un parteaguas en mi manera de pensar, y no por la escala del proyecto. Trabajar con Pepe me hizo disfrutar la arquitectura de otra manera, al comprender su visión tan curiosa de la estética. Para él, todo tiene que tener una historia y un porqué.

T México: ¿Boca Chica fue tu primer proyecto de mayor escala? Me parece una obra muy importante para el momento, con una serie de intervenciones de gran sensibilidad.
F.E.: Ese proyecto me encantó, lo recuerdo bien. Venía de pequeñas obras, de remodelaciones, de hacer la Casa Negra. Todo se sentía un poco cuesta arriba. Con Pepe nos inventamos una narrativa única. Veíamos los muebles de Lina Bo Bardi, nos inspirábamos en la idea de la gruta de los palazzos para hacer el spa. Me di cuenta, trabajando en Boca Chica, que ese era el tipo de proyecto que me interesaba.
Era muy satisfactorio hacer las cosas solo si estábamos completamente convencidos. Se puede leer como un capricho. La mayoría de los clientes quieren que un arquitecto tenga una visión particular de las cosas. Después, cuando eres necio con tu visión, terminas por parecer inflexible. Es una negociación delicada, pero es importante saber decir “es esto o no es”. Es mejor hacer las cosas que uno cree; si no ocurren, vendrá una siguiente oportunidad. Esa manera de pensar hizo que quisiera buscar algo fuera. Y fue cuando se abrió la maestría. Irme dos años a reflexionar sobre el espacio no me podía parecer mejor idea.
T México: Tu relación con el mundo del arte es muy estrecha, desde museografía, mobiliario, diseño de galerías como Nordenhake en Ciudad de México y, obviamente, diseño de museos.
F.E.: Las piezas que he diseñado no las he hecho como artista, sino como arquitecta. Son muebles o, de alguna manera, hablan del espacio, de cómo estás en un lugar. Pensaría que, en esos ejemplos, se trata más de un cambio de escala que de un cambio de esfera o disciplina. El biombo, por ejemplo, te hace un cuarto o te cambia la dinámica de un lugar, lo mismo sucede con las sillas que he hecho. Sigo trabajando con arquitectura desde otra escala.

T México: Has hecho la museografía de exposiciones muy importantes. Hace un par de años hiciste Cartier para el Museo Jumex, algo realmente impactante.
F.E.: Trabajar en la segunda retrospectiva de Cartier en México fue una gran experiencia. Aprendí mucho sobre el ADN de la casa y su relación con México. Mi abuelo era relojero, me sé casi todos los modelos de relojes de la marca. Me emocionaba mucho estar involucrada en esta exposición y me hubiera encantado que mi abuelo la hubiera visto.
Pudimos experimentar con paneles de concreto, queríamos que sus estratos se sintieran como algo entre una cantera y una ruina. Rodolfo Díaz Cervantes me ayudó en el desarrollo y la producción de esta exhibición. Hemos trabajado mucho juntos y siempre aporta grandes ideas y soluciones para las cosas con las que quiero experimentar. Rodolfo entiende perfectamente el trabajo de un arquitecto, a la vez que produce arte. Me divierto mucho con él, me gusta colaborar con mis amigos, no puedo separar la vida social de la profesional. Por un lado, no terminas nunca de trabajar, pero al final no se siente como trabajo.
T México: Cuéntanos sobre los proyectos actuales. Estás trabajando en el ala de arte contemporáneo del MET.
F.E.: Fue una sorpresa enorme. Ya habíamos hecho dos proyectos residenciales en Nueva York, pero cuando llegó la invitación del MET pensé que podría ser para hacer una museografía. Creo que hicieron el concurso de manera muy adecuada. No fue un proceso típico donde normalmente te invitan, te dan un resumen de los requisitos, tienes una sesión de preguntas y respuestas, y finalmente presentas tu proyecto. Aquí fueron siete meses de trabajo con el cliente para conocerlo e intercambiar ideas. No solo buscaban algo que les funcionara de manera práctica y estética, sino también entender una nueva forma de trabajo con el arquitecto. Me pareció muy inteligente por parte del director del MET, Max Hollein, y su equipo. Sabiendo que van a tener que trabajar con una persona durante diez años, primero hay que saber si es posible trabajar con esa persona. Al mismo tiempo, un proceso tan íntimo te permite conocer más profundamente una institución gigantesca, con muchas capas y muchas cabezas. Te ayuda a entender cómo encontrar coincidencias entre las aparentes discrepancias que existen en todos los requisitos. Se trata más de un ejercicio de escuchar que de contestar.
En el concurso había arquitectos muy establecidos, con mucha experiencia en este tipo de proyectos. Muchos de ellos con decenas de museos en su historial. En mi estudio, habíamos hecho La Tallera y algunas museografías, pero nada más. Fue muy emocionante cuando recibimos la sorpresa. Y ha existido una relación muy bonita con los miembros del museo, por cómo se estableció desde el inicio. Hace poco, en una charla del MET con el curador David Breslin, se habló sobre hacer un proyecto así siendo tan joven, y nos dimos cuenta de que muchos de esos arquitectos que también habían concursado empezaron a hacer museos a mi edad. Aunque quizás a muchos no se les cuestionó tanto la magnitud de sus edificios en relación con proyectos previos. Supongo que no existe un camino lineal para hacer un proyecto de esta índole. Tienen que alinearse muchas cosas, y me siento muy afortunada. Algo pasó que en ese momento nosotros pudimos hacerlo. Estaba el director correcto, el grupo de donantes correcto, nuestra propuesta respondía a sus necesidades y peticiones y al final todo funcionó. Max Hollein es un director de museo joven, David Breslin es un curador joven, son personas que han hecho un trabajo impresionante durante su carrera, pero tienen una visión más cercana a la de mi generación que a la inmediatamente mayor que la suya, donde la colaboración es más importante, donde procuran escuchar a sus equipos, donde las relaciones son más horizontales y se prioriza la pluralidad de voces. Eso hace que hablemos el mismo idioma, que funcione bien.
T México: Presentaste el proyecto en diciembre pasado. Fue un gran evento mediático sobre algo emblemático para los neoyorquinos y el mundo.
F.E.: Estaba muy nerviosa, no lo voy a negar. Por otro lado, la presentación ocurrió después de muchos, muchos filtros. Desde que terminamos el concurso hasta que se presentó el proyecto pasaron dos años. Eso también ayuda a que te dé cierta seguridad, porque se ha discutido muchas veces con mucha gente. De alguna manera, tiene que funcionar. Por otro lado, estaba la constante duda de estar a la altura. Desde que gané el concurso, la gente invariablemente me dice dos cosas: “Congratulations and good luck”. En 2030, cuando esté concluido el proyecto, veremos los resultados, pero desde que comenzamos no ha habido un momento de descanso. En el momento en que empezamos a sentirnos cómodos, tenemos que empezar a cuestionarnos. La duda es importante, hay que tenerle miedo a la certeza.

T México: Uno pensaría que un proyecto así te absorbe en tu día a día, sin embargo, también abre un espectro donde nuevos proyectos de gran escala aparecen en tu agenda.
F.E.: El MET es el tipo de proyecto que se dice que ocurre “once in a lifetime”, a lo que yo diría “once in many lifetimes”. Hace poco recibimos la invitación para trabajar en la remodelación del Centro Pompidou de París en París, donde también participa el despacho Moreau Kusunoki, y el reto crece. De ahí siguen otros proyectos donde compites con despachos muy grandes. Algo muy gratificante es ver a todo mi equipo crecer y subir de nivel. Antes hacíamos una casa, ahora son proyectos de miles de metros cuadrados.
T México: El Centro Pompidou y su arquitectura deben imponer mucho.
F.E.: Son dos aproximaciones muy distintas. El MET es una colección de edificios, como aros de cebolla. Empezó siendo un pabellón en el parque, fue creciendo, se añadió la fachada de la Quinta Avenida, llegó un primer plan maestro y así sucesivamente. Representa muy claramente los diferentes momentos históricos arquitectónicos y la forma en que la gente ha coleccionado arte. El primer edificio estaba pensado para colgar obras al estilo de un gran salón, mientras que las últimas salas son muy diferentes. El Pompidou, en realidad, es una máquina de producir cultura, es un edificio que tiene alas de exhibición, pero también una biblioteca muy importante, teatros, salas de música y una plaza. Es una máquina que revela toda su infraestructura. El Pompidou pedía clarificar el abecedario original del proyecto, generar claros en el bosque. Después de más de 50 años desde su inauguración, es todo un reto lograr que sucedan las actividades originales y cuestionarse cómo suceden ahora. En este proyecto, tenemos que integrarnos en el proyecto existente de una manera respetuosa, dejando que el edificio sea el que brille.
T México: Y el Centro Pompidou no es el único proyecto que está sucediendo ahora.
F.E.: Entre otras cosas, estamos haciendo dos viñedos, uno en colaboración con Mauricio Mesta. Aplicamos algunas ideas de lo que aprendimos en el proceso de la planta para Mezcal Yola, usando parte de los residuos de la producción como material de construcción. También estamos trabajando en una casa privada en Ciudad de México, en un terreno triangular muy interesante. Además, estamos terminando de construir un edificio de departamentos en Brooklyn, junto con un hotel, más concursos y nuevo mobiliario.
T México: Cuando creces tanto como estudio, ¿cómo es la ambición de seguir creciendo o regresar a proyectos más pequeños? ¿A veces tienes la fantasía de regresar a una escala menor?
F.E.: Hemos tenido proyectos enormes últimamente, sin embargo, la oficina es muy pequeña. Tenemos dos escritorios largos en Ciudad de México y dos en Nueva York, con 17 integrantes en cada espacio. Esto fluctúa según el tipo de proyecto que tengamos. Los grandes despachos llegan a tener 400 personas. En comparación, esta es una oficina minúscula. El trabajo que se hace es muy intenso, se trabaja mucho para estar a la par de otros estudios.
T México: Además de querer ver estos proyectos tan importantes concluidos, ¿qué te imaginas para los próximos años en tu carrera?
F.E.: Con mis amigos hombres es curioso que se suele hablar de crecer como estudio, ser más grandes y visibles. Con mis amigas mujeres hablamos de hacer cada vez más cosas que me gusten más. En realidad, hago proyectos que me encantan, que me emocionan y que me permiten conocer a mucha gente. Los tiempos de entrega son complicados y no puedes parar, es mucha adrenalina y eso ahora me gusta, pero también es agotador. Me da miedo que, a la larga, acabe agotada o repitiéndome. Cuando pienso en el proyecto ideal, es uno con una fecha de entrega indefinida, con interminables charlas con el cliente, un proceso que se asemeje más al de hacer un jardín y verlo crecer. Y luego ir podándolo a tu manera.