De pie: Miguel Ángel Vega Ruiz, Isabel Brocado, Andrea Mejía, Jachen Schleich, Paulina García Ortiz, Diego Manzano, Federico de Antuñano, Michela Lostia di Santa Sofia, Sana Frigo, Ana Paula De Alba, e Ignacio Urquiza; agachados: Yavanna Latapí, Lucio Usobiaga, Santiago Sitten, Ana Paula Ruiz Galindo y Mecky Reuss, fotografiados en Arca Tierra, Xochimilco, el 19 de enero. Crédito: © Chinampa Veneta.

Por Daniela Valdez

A orillas de la Ciudad de México, cerca del ajetreo de una ciudad que a veces parece el lugar más urbano del mundo, navegan las coloridas trajineras por los canales de Xochimilco. Justo ahí resiste un sistema ancestral que alguna vez alimentó a toda una ciudad: la chinampa. Esta tecnología agroecológica, ideada por los pueblos originarios del Valle de México, ha sobrevivido siglos de transformaciones urbanas, presiones industriales y el consumo desmedido. Hoy renace como un faro de esperanza en uno de los escenarios más prestigiosos de la arquitectura mundial.

La Bienal de Arquitectura de Venecia —realizada desde 1980— es uno de los eventos más influyentes en el ámbito del diseño y la arquitectura. Cada edición reúne a países de todos los continentes para reflexionar, a través de sus pabellones nacionales, sobre los desafíos urgentes de nuestro tiempo. México participa regularmente desde 2002, con propuestas que rebasan los límites de la arquitectura convencional. En esta 19 edición —bajo el tema Intelligens. Natural. Artificial. Collective — el país está representado por un colectivo transdisciplinario que propone mirar hacia el pasado para imaginar el futuro.

El proyecto Chinampa Véneta no solo trasladó la esencia milenaria del cultivo de nuestro país a Europa; sino que propuso un viaje simbólico entre dos ciudades lacustres: Ciudad de México y Venecia. “Nathalia [Muguet] y yo nos encargamos de las plantas, integrando nuestro conocimiento, asesores chinamperos, la agricultura sintrópica que nació en Brasil, y a un sistema agroforestal ancestral de Italia”, comenta Lucio Usobiaga sobre proyecto regenerativo Arca Tierra en entrevista para T México. Como respuesta al tema y lugar de la Bienal, la puesta en escena en el Arsenale acoge una chinampa viva, una milpa que convive con la vite maritata, un sistema agroforestal tradicional del Véneto en la que la vid —o en este caso los frijoles— crecen entrelazados con los árboles.

A pesar de las limitaciones de presupuesto, la disposición del espacio al interior del pabellón, y del vertiginoso tiempo del proyecto logrado en cinco meses, el colectivo adaptó una representación de las chinampas, con el interés de llevar los principios de regeneración, colaboración entre especies y vida comunitaria hasta la Bienal.

Todo comenzó con una pregunta: ¿cómo representar a México en una bienal de arquitectura sin caer en la forma, sino explorando el fondo? Ignacio Urquiza, conocido en el grupo como “Nacho”, tuvo la intuición de que la respuesta no estaba en lo monumental, sino en lo ancestral. Inspirado por su trabajo previo con agricultores en Xochimilco y su vínculo con el territorio, se acercó a Lucio Usobiaga y al resto del colectivo con la idea de construir no una maqueta, sino una chinampa viva, capaz de germinar. Lo que siguió fue una cadena de preguntas y conversaciones que luego se convirtieron en un grupo de WhatsApp, después en un colectivo, y ahora en una amistad. “Tenemos en el colectivo un loco que nos reunió a casi todos, a Nacho, el presi,” comenta Ana Paula Ruiz Galindo del despacho de arquitectura Pedro y Juana. “A mí también me la aplicó Nacho. Me dijo: ‘Te voy a invitar a un proyecto, no tienes que hacer nada más que dar ideas’. Pero resulta que ganamos el concurso y han sido unos meses de mucho trabajo y locura total”, añade Usobiaga, de Arca Tierra.

Las milenarias chinampas son islotes artificiales que se construyen sobre cuerpos de agua de poca profundidad mediante capas de lodo, sedimento y vegetación, formando estructuras geométricas que no solo sirven como espacios de cultivo de flores y hortalizas, sino que multiplican los bordes de los lagos, creando refugios de biodiversidad. Cada elemento genera relaciones simbióticas que capturan carbono, purifican el agua y sostienen formas de vida. “Las chinampas fueron construidas por el ser humano,” comenta Mecky Reuss, del despacho arquitectónico Pedro y Juana, a lo que María Marín, cuyo estudio homónimo fue responsable del diseño gráfico del proyecto, añade: “Por eso hacemos énfasis en recordar que podemos colaborar con la naturaleza, no solo explotarla. Podemos construir de otras maneras”.

La tecnología agroecológica utilizada en las chinampas fue ideada por los pueblos originarios del Valle de México y ha sobrevivido a siglos de transformaciones urbanas. Crédito: © Uta Gleiser.

Por su parte, Miguel Ángel Vega, de ILWT, responsable de la luminotecnia, se enfocó en investigar cómo hacer que las plantas crecieran en un pabellón interior. “Además de investigar y practicar, Lucio nos presentó a especialistas. Entonces compramos las plantas, hicimos la luminaria, y logramos crecer unos zucchinis lindísimos que luego se mandaron a trasplantar a Venecia”, explica. El estudio diseñó luminarias especializadas que simulan el ciclo solar, desde el amanecer hasta el atardecer en Xochimilco, para estimular el crecimiento vegetal dentro del pabellón.

Como parte de la propuesta, desde su inauguración a principios de mayo y durante los seis meses de la Bienal, los visitantes pueden interactuar con la instalación plantando semillas en una chinampa herida —que representa el daño que le hemos hecho a la tierra— utilizando chapines, pequeños bloques de lodo donde germina la semilla. Con cada chapín sembrado, se sana esa herida. En una acción tanto poética como política, el colectivo nos invita a restaurar la tierra con las manos. “El pabellón en sí mismo va a tener una vida propia, autónoma, creciendo seis meses con interacción humana”, afirma Reuss. Y continúa: “Hicimos una gran investigación profunda no solamente para la Bienal, sino para que el tema perdure”. A lo que Ruiz Galindo complementa: “Sembramos una semilla, una posibilidad”.

Otra puesta en escena flota simbólicamente en la laguna de Venecia en diálogo con el célebre Teatro del Mondo de Aldo Rossi. Este teatro flotante, construido para la Bienal de Venecia de 1980, fue concebido como una metáfora del mundo como escenario, donde la arquitectura puede ser tanto contenedor como protagonista de lo humano. Rossi entendía el teatro como una mezcla entre lo real y lo imaginario, entre la ciudad y su representación simbólica. En ese mismo espíritu, la Chinampa del Mondo se presenta como un acto de memoria y posibilidad: una arquitectura viva que, en lugar de imponer formas sobre la naturaleza, entra en sintonía y se deja modelar por ella. Una respuesta necesaria que nos recuerda que el conocimiento indígena es una forma legítima de habitar y diseñar el mundo, estableciendo una conexión entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre lo natural y lo urbano. “En la búsqueda de respuestas a nuestras limitaciones de tiempo y recursos económicos, surgió la propuesta del Teatro Del Mundo, así fue como reemplazamos el teatro con la chinampa en la punta de la Dogana”, comenta Marín. “Creando un puente entre distintas culturas”.

La Ciudad de México y Venecia comparten una historia profunda con el agua, configurando su identidad urbana a partir de sistemas lacustres que fueron domesticados, celebrados y, finalmente, puestos en riesgo por los procesos de modernización y actualmente el entretenimiento. Xochimilco, con sus canales heredados de la gran Tenochtitlán, es uno de los últimos vestigios del ecosistema original del Valle de México. Su red hidráulica tradicional, basada en el equilibrio entre cultivo y conservación, contrasta con la urbanización que ha entubado ríos y sobreexplotado acuíferos, dejando a la ciudad al borde de una crisis hídrica.

Por su parte, Venecia se alza sobre una laguna salobre construida con siglos de ingeniería hidráulica, hoy amenazada por el ascenso del nivel del mar y el impacto del turismo masivo. La construcción del MOSE —un complejo sistema de diques móviles— refleja tanto la urgencia de salvar la ciudad del hundimiento como la fragilidad del entorno construido por los humanos cuando se intentan resistir a la naturaleza. “En el proceso encontramos casi por accidente estas analogías entre Venecia y Xochimilco, no solamente porque ambas son Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1987, o porque Venecia se ha inundado igual que lo hacía Tenochtitlan, sino porque ambas hoy dependen de una modernidad que se posiciona en la dominancia del entorno; del humano que logra ponerse enfrente de una naturaleza que no es controlable”, menciona Reuss.

“Queríamos que la chinampa flotara en Venecia, pero nos topamos con muros institucionales”, reconoce Ruiz Galindo. “Pero eso no nos impide poner las manos en la tierra. Es increíble que sigamos desvalorizando la importancia de la gente que la trabaja, y creo que como creadores del mundo constructivo también debemos aprender a cambiar”. Esa capacidad de adaptación ha sido clave en un proyecto que, como explica Sana Frini del despacho de arquitectura Locus, nació de un reto mayor: ser un colectivo. “Eso fue lo más difícil y lo más hermoso, pero lo logramos”. A lo que Usobiaga agrega: “Movernos del encuadre de ‘yo soy arquitecta’, o ‘yo soy productor’, nos ayudó a salir de nuestra zona de confort para ponernos en los zapatos de los demás, para así trabajar en colectivo”. Provenientes de disciplinas tan distintas como la agricultura regenerativa, el diseño gráfico, o la curaduría, los integrantes del equipo lograron construir una voz común sin renunciar a la diversidad.

Vista del amanecer en Xochimilco. Crédito: © Yvonne Venegas

Por medio de una experiencia que incluye un libro, videos, sonidos, luz, elementos vivos, e interacción con las usuarias, uno de los objetivos del proyecto es restaurar la potencial presencia de la naturaleza en las ciudades. “Chinampa Veneta llega a Venecia para recordarnos que la salud del suelo impacta directamente en nuestro bienestar como sociedad, e invita a imaginar procesos de diseño que reintegren los ciclos de vida, para que nuestro entorno construido deje de estar en oposición a la naturaleza”, añaden como colectivo.

La motivación es una que parece marcar el ritmo de nuestros tiempos: las amenazas ambientales, políticas y sociales a las que nos enfrentamos hoy. Como resume Frini: “Creemos en un mundo donde no gana Elon Musk. Creemos en un mundo en el que el humano vuelve a la tierra, se conecta, regenera y se reintegra como parte del ecosistema”.

Chinampa Véneta no solo nos deja asomarnos a la riqueza de lo que fueron las chinampas para nuestros ancestros, sino lo que aún pueden ser: un modelo de convivencia con el medio ambiente, un espacio de educación y producción, un símbolo de resistencia y futuro. Su viaje —que empezó en México y hoy se extiende simbólicamente por la laguna de Venecia— no termina aquí. Como dicen sus creadores: “Es un recorrido utópico que continúa, llevando consigo la semilla de un mundo posible”.

Este ejercicio de soñar, colectivizar, construir y compartir saberes es el resultado de una colaboración entre arquitectos, diseñadores, agricultores, especialistas en iluminación, curadores e investigadores. Para terminar la entrevista, el equipo espera que, tras la Bienal, el pabellón sea adoptado por alguna organización y que continúe su vida en el Véneto o en algún otro lugar del mundo donde la Chinampa del Mondo, vestigio milenario y moderno de arquitectura viva, pueda continuar su épico camino.

Uno de los pilares del proyecto Chinampa Véneta es Arca Tierra, una iniciativa encabezada por Usobiaga que trabaja en Xochimilco poniendo el foco en la agricultura regenerativa, la pedagogía ambiental y el consumo responsable. Arca Tierra ofrece canastas de alimentos frescos, locales y de temporada sin basura, directamente desde las chinampas, rescatando prácticas campesinas como producir sin agroquímicos, y promoviendo la soberanía alimentaria, el amor a la tierra, y la defensa de la salud.

Usobiaga lleva más de 15 años cultivando este modelo: “Somos parte del tejido de la vida, y podemos ayudar a dinamizar sus procesos. Podemos cambiar de paradigma, pasar de ser destructores a generadores”. Su compromiso lo ha llevado a crear un ecosistema que va desde Xochimilco, hasta las mesas de personas y restaurantes en la Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Puebla, y recientemente, al restaurante que abrió con su hermano Pablo, y sus socios de Silo Londres. Baldío es el primer restaurante cero desperdicio de América Latina con la chef Laura Cabrera a la cabeza.

Las semillas se plantan en pequeños bloques de lodo extraído de los fondos del canal, llamados chapines. Luego son transportados al interior de la chinampa. Crédito: © Uta Gleiser.

Baldío trabaja con trazabilidad, ingredientes locales de valor cultural, y un menú diseñado con principios de agricultura regenerativa. “Hay alimentos que te nutren, te ayudan a sentirte bien, y que además apoyan a agricultores que están cuidando el medio ambiente y tienen un valor cultural alto,” menciona el agricultor.

Arca Tierra demuestra que la agricultura no solo es posible en entornos urbanos, sino también necesaria. “Para la gente de la Ciudad de México, lugares como Xochimilco, cuyo territorio está abandonado en un 90 por ciento, son importantes porque regulan la temperatura. No solamente es un espacio que vive en el imaginario de los mexicanos como una ventana al mundo prehispánico, sino que resguarda el 2 por ciento de la biodiversidad del mundo”.

El colectivo que creó la Chinampa Véneta está compuesto por los siguientes estudios que trabajaron con la ayuda de investigadores, agricultores, y personas voluntarias en México e Italia. Estudio Ignacio Urquiza y Ana Paula de Alba: Especialistas en arquitectura residencial, hotelera y editorial, han desarrollado proyectos sensibles al paisaje y al contexto mexicano, con una fuerte carga estética y conceptual. Estudio María Marín de Buen: Taller gráfico centrado en publicaciones culturales y de arquitectura con enfoque editorial.

Pedro & Juana: Dúo interdisciplinario de diseño y arquitectura, reconocidos internacionalmente por sus proyectos que desafían las convenciones espaciales y materiales, explorando nuevas formas de interacción social y estética.

ILWT (In Light We Trust): Estudio de diseño lumínico que trabaja la luz como materia narrativa, creando atmósferas vivas que acompañan procesos de crecimiento natural.

Locus: Plataforma de pensamiento espacial y curaduría que conecta prácticas arquitectónicas con contextos sociales, políticos y ecológicos.

Lucio Usobiaga Hegewisch (Arca Tierra) & Nathalia Muguet (Sitio Semente): Agricultores regenerativos que han trabajado en proyectos de forestería, sistemas agroforestales y pedagogía del suelo. Su trabajo combina ciencia, tradición y acción territorial.


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