
Redacción T Magazine México
Sam Keller (Brooklyn, 1986) trabaja en el filo entre el deseo y la ironía. Formado en pintura en la Rhode Island School of Design y con una maestría en escultura por la Cranbrook Academy of Art, su práctica combina la herencia del pop con una obsesión por los símbolos de la vida contemporánea. Papas fritas extragrandes, vasos de refresco, envoltorios, logotipos; todo un inventario de la cultura americana elevado al rango de escultura.
Sus piezas parecen ofrecer una crítica, pero en realidad operan desde la complicidad. En Extra Value Meal (VSG Contemporary, Chicago, 2024), Keller explora el brillo plástico del capitalismo con una estética que roza lo cómico, aunque el trasfondo sea más inquietante. El artista no se burla del consumo, lo diseca. Cada pieza es una réplica ampliada, pulida, colorida, donde la escala exagerada revela la fragilidad de lo que parece indestructible.




Exhibido en espacios como Patrick Parrish Gallery en Nueva York, Free Parking en Los Ángeles o KDR 305 en Miami y Mykonos, Keller ha construido una trayectoria que se alimenta del exceso visual y del residuo cultural. Su obra está atravesada por una inteligencia aguda que entiende la comedia como una forma de resistencia estética.
Publicaciones como Vogue y The Believer lo han reconocido por su capacidad para convertir lo vulgar en algo sublime. En un mundo saturado de estímulos, sus esculturas funcionan como espejos deformantes: muestran lo que somos y lo que compramos, pero también lo que negamos.
En su estudio de Los Ángeles, Keller continúa trabajando sobre esa frontera entre el objeto y la emoción, entre lo risible y lo profundamente humano. Porque, al final, el arte no siempre consuela; a veces solo amplifica el ruido.