Crédito: cortesía de la artista.

Por Carolina Chávez Rodríguez

Rosana Escobar no solo teje, también  investiga, disecciona y vuelve a unir los hilos desde otra lógica. Formada primero en Biología en la Universidad de los Andes y más tarde en Bellas Artes en la Design Academy de Eindhoven, su práctica se mueve en un territorio incómodo y fértil, es decir, entre la comunidad rural y la feria internacional, entre el costal de café y el objeto de colección.

El textil como investigación. Crédito: Cortesía de la artista.

En los últimos cuatro años su obsesión ha sido el fique, una planta áspera, resistente y demasiado acostumbrada a cargar café. Escobar desmonta el costal hasta encontrar la fibra desnuda y, desde ahí, reconstruye su significado. No solo explora sus posibilidades materiales —tapices, esculturas, objetos de diseño—, también los ecos sociales y culturales que acarrea. Porque cada fibra viene con historias campesinas, con paisajes rurales, con técnicas que la industria suele relegar al olvido…

La fibra también piensa. Crédito: Cortesía de la artista.
La fibra conserva secretos del paisaje. Crédito: Cortesía de la artista.

Su obra ha cruzado fronteras con la misma facilidad con la que atraviesa disciplinas; ha estado en galerías de Berlín, Medellín, México y Austria, y ya forma parte de colecciones permanentes como el Museo Textil de Tilburg o la Colección Cisneros. No hay aquí un exotismo complaciente, sino una investigación tenaz que insiste en reconocer la autonomía del material, en tratar a la fibra como sujeto y no como simple herramienta.

Crédito: cortesía de la artista.

Rosana Escobar nos recuerda que los textiles pueden ser archivo, memoria y dispositivo de crítica. Y que entre ciencia, arte y mercado hay siempre un terreno común, se trata por supuesto, de la materia viva.


TE RECOMENDAMOS