Foto cortesía de la artista.

Redacción T Magazine México

Momoca nació en Japón y encontró en México un territorio donde su arte se expande a través de la práctica ritual. Su trabajo se sitúa entre la instalación, la pintura y la ceremonia del té, creando un puente entre dos culturas que, a pesar de la distancia, comparten una profunda devoción por la memoria y el gesto. Sus obras están hechas de papel, flores, frutas y ofrendas que construyen espacios de contemplación. A través de sus altares, la artista celebra la fragilidad como fuerza y el acto manual como una forma de meditación. Cada pieza invita a detenerse, a observar lo que permanece detrás de lo visible.

En su exploración del papel, Momoca transforma lo cotidiano en espacio sagrado. Las capas, los pliegues y las transparencias evocan la respiración del tiempo. La artista ha llevado su trabajo a distintas ciudades del mundo, desde Lisboa hasta Oakland, donde ha presentado altares que dialogan con las tradiciones locales y el Día de Muertos, combinando símbolos japoneses y mexicanos en una sola ceremonia

Foto cortesía de la artista.
Foto cortesía de la artista.

El té, el papel y la flor de cempasúchil se convierten en lenguajes visuales con los que Momoca rinde homenaje a lo efímero. A través de sus talleres, enseña a otros a crear sus propias ofrendas, a reconectar con el ciclo de la vida y la muerte, con el valor de la presencia y el detalle.

Su trabajo le ha valido el Premio Especial de Arte del Museo Yves Saint Laurent de Marrakech, reconocimiento a una práctica que trasciende la estética para convertirse en un acto espiritual y colectivo.

Momoca representa una corriente contemporánea que mira al pasado no como nostalgia, sino como raíz viva. Su obra es un altar que respira, un diálogo entre silencio y materia, un recordatorio de que la belleza puede habitar en lo más frágil.

Foto cortesía de la artista.
Foto cortesía de la artista.

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