Atraviesa-me la herida mixta /tela 2021. Cortesía de la artista.

Carolina Chávez Rodríguez

Fue la caótica, fría y encantadora ciudad de Toluca quien vio nacer en 1985 a María Medina, artista que egresó de la Escuela de Bellas Artes con especialidad en pintura. Desde entonces, su obra ha crecido sin prisa y sin pausa, guiada por una pulsión interior que parece no obedecer más que al instinto.

Se podría decir que su pintura es expresionista, que en ella conviven la danza, la literatura, la sociología y la música. Que el rojo domina como provocación y que cada figura femenina es una alegoría de lo que arde, de lo que resiste. Pero sería quedarse corta la descripción. Lo que hay en sus lienzos es algo más íntimo y medular, una exploración del cuerpo propio como territorio de memoria, herida y rito.

Altar mixta/papel 60×40 2025. Cortesía de la artista.
Silencio díptico mixta/tabla 2019. Cortesía de la artista.

María pinta desde el silencio, desde un lugar donde habitan muchas mujeres a la vez, las que fuimos, las que somos, las que nos preceden y las que aún no llegan. Su obra es el testimonio de una heredera de libertades que, a través de la pintura, ha tejido un relato sensible y honesto sobre la experiencia de ser.

Entre la muerte y la dulzura, entre la carne y la flor, su trabajo oscila entre lo espiritual y lo corporal; las cartas del tarot y la protesta social sin los clichés. En sus piezas, la piel se convierte en mapa y el color en respiración. Hay una búsqueda constante de sentido, una necesidad de reconciliar el caos con la belleza, la pérdida con el deseo.

“Me propongo seguir respetando la particularidad del estilo rítmico y vibrante de este cuerpo con el que toco la vida”, escribió alguna vez Dorotea Gómez Grijalva, una de las frases que me repito como mantra y que podría leerse como epígrafe de toda la obra de María.

Su pintura propone un retorno al origen, a las prácticas primitivas de la creación y al gesto como forma de pensamiento. En cada trazo late la pregunta por las nuevas lenguas del arte, por las formas en que la espiritualidad y la creación se entrelazan en la experiencia contemporánea.

María Medina pinta lo que duele y lo que renace. Lo hace desde el centro de su propio cuerpo, donde conviven la fragilidad y la fuerza, la herida y la dulzura. Cada obra es una confesión sin palabras, un intento por descifrar la vida desde el pulso, desde la materia.

Nos recordaremos 190 cm x 90 cm mixta/ tabla (acrílico – óleo) 2019. Cortesía de la artista.
El sueño de la semilla es ser atravesada por la luz mixta/tela 2024 160 x 120. Cortesía de la artista.
Salir del laberinto mixta/tela 2021 160×120. Cortesía de la artista.

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