Lluvia Lazo. Crédito: Cortesía de la artista.

Carolina Chávez Rodríguez

Pactamos la entrevista una mañana de jueves. Luvia me advirtió que tendría que buscar las condiciones para sostener la conversación, en ocasiones la señal donde se mueve, no es buena. En mi caso, las tormentas tropicales, causan cortes en los servicios de luz.  La noche anterior, un temporal había dejado estragos, por eso es que digo que algunas entrevistas cuestan más que otras. Contra vientos y mareas, nos reunimos, en una presencia genuina a pesar de los miles de kilómetros. 

La obra de Luvia es imposible de ignorar, no es una fotografía complaciente ni decorativa: en sus imágenes conviven la dulzura y el miedo, la comunidad y la muerte, la ternura y la contradicción. Nos emocionamos al coincidir en algo esencial: todo está por contarse, pero desde los ojos propios, desde nuestras realidades.

Crédito: cortesía de la artista.

CC.¿Cuál fue tu primera aproximación a la fotografía y qué te hizo decidir que sería tu camino?

LL. En el momento en que estaba más chavita, apenas llegaba el internet. No tenía una cámara fotográfica, pero sí un telefonito, luego la computadora. Conectarme a internet fue hacerlo a muchas cosas que pasaban en el mundo. Más que decidir usar la fotografía como un medio para explorar y explorarme, fue primero la imagen. Estar viendo imágenes, como fotos que se hacían en otros lugares, entender por qué se hacían, cómo se veían estos espacios. Al ser adolescente existía una comparación de realidades: cómo un lugar como el mío se veía distinto a los paisajes de Europa o Estados Unidos. Ahí se sembró una semilla de pertenencia. No creo que inicialmente haya sido como un abrazo al territorio, sino un cuestionamiento sobre él. Muchas preguntas que han sido la línea de mi trabajo. Empiezo a retratar este espacio en Teotitlán, que geográficamente está atravesado por esto que llamamos comunidades originarias o indígenas. De repente me gusta entrecomillarlo porque uno no sabe que es indígena hasta que alguien se lo dice. De entrada, uno es quien es, independientemente de lo que te diga alguien desde afuera.

Hay algo en Luvia que desmonta la idea romántica de la “fotógrafa de su comunidad”. Su relato se abre paso entre el inglés aprendido con un ex veterano de guerra, los MTV de la adolescencia y la taquería familiar. Su mirada se formó en ese cruce, no en un idilio folclórico.

CC. ¿Cómo ha influido crecer en Oaxaca en tu mirada como fotógrafa, en los temas y en la forma de retratar a tu comunidad?

LL. La primera vez que salí del pueblo fue como niñera a Suiza. Antes de salir empecé a sentir la necesidad de irme, no me sentía parte de aquí ni de allá. Había un asunto de pertenencia en el que no me encontraba. Teotitlán es un lugar al que llegan muchos extranjeros, es turístico, siempre hay visitas. Mis papás son carniceros, tenemos un puesto en el mercado y siempre había un roce con la cultura, las personas, lo que pasaba alrededor. Había un cuestionamiento en cómo lucían, qué hacían. Alguien que me cambió mucho la perspectiva fue mi maestro de inglés, un ex veterano. Yo hablo zapoteco, español e inglés. En ese momento me resistí a aprender otro idioma, tenía como 11 años, pero el contraste cultural empezó a hacerme preguntas: qué es lo que te gusta de tu pueblo. En ese momento, en la taquería de mis papás, teníamos cable y ahí veía MTV, y así empecé a empaparme de otras cosas. Hasta hace unos años me parecía casualidad, pero eso comenzó a poner capas a mi mirada. Así me hice preguntas sobre cómo estaba viendo a mi comunidad, sobre la costumbre, la tradición.

Ya no es el tiempo de Álvarez Bravo, de Graciela, de Flor Garduño. Ahorita es otro tiempo, los chavitos están hiperconectados con el mundo. Nosotras estamos en otra posición y ya nos cuestionamos la costumbre, la realidad, retamos de pronto la tradición. Desde ahí va también la foto, es el resultado de todo esto, es mi modo de procesarlo. Porque no sé pintar o escribir, pero si hubiera tenido esas herramientas, seguro que por ahí también lo hubiera canalizado. Poder tener una cámara fue mi medio para observar mi realidad.

Crédito: cortesía de la artista.

CC. ¿Qué buscas cuando fotografías: registrar, transmitir, provocar una reflexión…?

LL. Creo que la palabra es provocar. Si ves las fotos de primera, sí son muy estéticas. Mira, la carnicería es un lugar fuerte: hay muerte, sangre, huesos, moscas. Siento que mis descansos visuales son estos otros lugares donde encuentro la belleza. No es que afuera no la haya, solo que me siento atraída por el color, la luz, lo simple. Cuando digo lo simple, me refiero a que no debe ser minimalista, reducido, limpio de color, sino en mi casa, en mi espacio, con todas estas características, soy capaz de encontrar belleza. Momentos de apreciar en medio del caos: la mirada de mi madre, las manos de mi papá, la luz en la ventana que da hacia el cazo donde hacemos el chicharrón. Esas cosas son muy bellas para mí. Encuentro belleza en el resto del pueblo, cuando camino. Para mí es una provocación, porque cuando encuentro algo que me parece retador, incongruente, bello, eso es lo que retrato.

Usualmente, en las fotos que más se conocen, en las que están las personas de espaldas con flores, no son textiles hechos a mano, son telas de rayón o poliéster, porque para mí eso es real. Hay algo muy romántico cuando se habla del textil, pero no todos podemos pagar textiles originales, no todos podemos acceder a ellos. Para mí es como un rompecabezas: desmenuzar y ver que el rebozo seguramente fue comprado en un mercado y está hecho en China.

Crédito: cortesía de la artista.

Hago una pausa para reconocer esta idea como algo sumamente poderoso: sí, hay una enorme persistencia por querer folclorizar, plastificar los contrastes de los que está llena nuestra cultura. Todos los elementos que la componen, desde la playera del PRI, la gorra de la gasera, la bolsa para el mercado de una frutería, los manteles coloridos y plastificados… Hablo de voltear a ver eso que de algún modo nos incomoda.

Luvia retoma y dice:
Hay que visibilizarlo, porque existe, está sucediendo. Hay una foto de mis abuelos, una de las primeras que tomé hace mucho tiempo. Cuando la vi después, dije: hubiera quitado un mantel redondo de Disney, creo que tenía un Mickey de Navidad, y ese mantel estuvo siempre cubriendo la ventana. Ahora que lo pienso, este mantel lo envió una tía de Estados Unidos. Para mí es parte de la conversación.

Crédito: cortesía de la artista.

CC. La fotografía también es una herramienta política. ¿Cómo entiendes la responsabilidad de tu mirada frente a los contextos sociales que retratas?

LL. Pertenecer a una comunidad indígena es un arma de doble filo, porque se puede pensar que te facilita muchas cosas porque ya conoces a la gente, ya estás familiarizada con el espacio, hay confianza. Pero a veces la comunidad, el pueblo, castiga. Una debe ser muy cuidadosa de la forma en la que habla. Por eso digo que lo mío es personal y claro que no deja de ser político. No es irresponsabilidad, pero es la mirada de Luvia frente al territorio. No me gusta colgarme banderas como “los zapotecas”, porque quizá solo soy yo, pero casualmente soy zapoteca. No lo pedí, fue algo que me atravesó.

Es difícil tener estas capas como oaxaqueña. Piensan que eres oaxaqueña y creen que solo vas a trabajar ciertos temas. Luego indígena, luego mujer. Entonces se te encasilla a ver tu trabajo de cierta manera, cuando yo también puedo hablar del amor, la ternura, el duelo, la memoria, el rol de una mujer en la sociedad sin que tenga que ser estrictamente como mujer indígena, sino como persona.

CC. ¿Qué ha sido lo más difícil de sostener una carrera como fotógrafa en México?


LL. Tratar de ser coherente entre mi trabajo profesional, personal, mi vida, lo que soy, lo que decido, lo que visto, lo que como, con quién me relaciono. Parece muy fácil, pero existe el imaginario de que las personas, cuando tenemos cierto nivel de exposición en nuestro trabajo, podemos llegar  con facilidad a un lugar pero no siempre.

A mí me han tocado cosas como trabajar para una compañía extranjera, lo que me facilitó tener un ingreso extra que pudo sostener la foto sin romperme la cabeza. Al tener un trabajo de oficina, me permití sostener mi quehacer creativo, que era más de exploración, tener los fines de semana libres sin pensar en el factor monetario. Así que lo más difícil ha sido que mi trabajo pueda sostenerse por sí mismo, sin Luvia mujer indígena, sin Luvia como “la cosa principal”. Me gustaría que mi trabajo llegara a verse como el de cualquier artista, en cualquier lugar del mundo.

Personalmente, encontrarme coherente. Porque no me siento defensora o vocera, pero sí muy humana en muchas cosas. Trato de ser cuidadosa en la manera en que retrato a la gente. Incluso lo que me pongo. Entonces, si soy de Oaxaca, ¿no puedo comprarme una playera de X marca porque iría en contra de lo que soy? Es un mar de cuestionamientos. Cómo cedemos o nos callamos para hablar más fuerte. Es una pregunta que también navego y retrato: soy yo quien tiene que hablar de esto o no, pero si no soy yo, ¿quién?

CC. Además de la fotografía, ¿qué te apasiona?


LL. Me gusta escribir, me gusta ver, escuchar música. Trato de estar actualizada constantemente, pero depende de dónde esté. También me gustan los valses, danzones, música de bandas filarmónicas, me encanta el jazz, la salsa, el blues, los boleros. Siento que cuando deje de estar abierta al mundo me voy a apagar.

CC. ¿Cómo es un día normal de Luvia Lazo?


LL. Si estoy en Teotitlán, me levanto temprano, me gusta ver el amanecer, observar si va a haber humedad o no. Salgo a caminar o en la bici, cuando no tengo energía no. Pero soy muy workaholic. Voy al mercado a ver a mi mamá y a darme un rol. De ahí ayudo en la carnicería, estoy un rato, si no es que voy a hacer pendientes a la ciudad. Paso tiempo con mi sobrina, voy mucho a la iglesia, es decir, al patio a jugar con los árboles grandes. Trabajo pendientes, trabajo en la compu. Últimamente voy seguido a la ciudad, a escuchar música.

Ando con la cámara atravesada todo el tiempo. Todo el día. No me la quito nunca. Siempre estoy observando, porque no sé cuándo pase, pero cuando pase, siempre voy a estar ahí.

CC. ¿La gente en el pueblo te ubica como fotógrafa?


LL. Sí, soy Luvia, la que toma fotos. A veces, cuando me ven con la cámara, la gente me llega a pedir una foto, y sí las tomo.

CC. ¿Qué consideras que es lo más gratificante de tu trabajo?


LL. Las cosas que recuerdo con ternura, esos momentos en los que digo “me gusta hacer esto”, han sido cuando las personas que he retratado, muchas de ellas, han fallecido. Tuve una fijación con los abuelos, por mi abuelo, pero también por entender, porque fui la nieta rebelde, entonces siento que no tuve el tiempo suficiente para platicar con él. De ahí hablo con muchos abuelos, los retrato, porque en ellos encuentro la contrariedad, la honestidad.

Crédito: cortesía de la artista.

Ni siquiera por la imagen, sino por llegar a ese momento en el que siento que le hago trampa a la vida y recibo conocimientos. Fotográficamente, los momentos en los que he estado en funerales, cuando he visto las fotos de los retratos que hago en los altares de las familias, o que me llamen y me digan que fallecieron… Cuando sucede eso, Carolina, cuando me encuentro presente no solo de quien se va sino de quien se queda, me hace saber que vale la pena. No es la revista, no es el medio más grande, es en ese lugar humano donde las personas a las que retrato y con quienes estoy es desde un lugar de igualdad. Entonces mis premios más grandes son mis retratos en los altares de quienes se han ido, y que ahí van a estar. Serán mis fotos quienes los van a recibir. Eso es un enorme honor para mí, es la razón para seguir. Para mí, para mi memoria y para la memoria de quienes aman.

Más allá de las etiquetas, la obra de Luvia Lazo persiste como un recordatorio incómodo y a la vez entrañable de que la belleza no se encuentra en la perfección, sino en los pliegues de lo cotidiano. Sus retratos, que terminan en altares, en conversaciones familiares o en archivos íntimos, insisten en que la memoria no es un monumento, sino un ejercicio vulnerable y humano. Al final, la fotografía de Luvia no busca clausurar un relato, sino abrirlo, con la certeza de que todo está por contarse… todavía.


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