Broche de diamantes, de René Boivin (ca. 1939).

Por Laura García del Río

El 11 por ciento de escalada en el segundo cuarto de este año en las ventas del portafolio joyero de Richmont —Buccellati, Cartier, Van Cleef & Arpels y Vhernier— y el 10 por ciento de Hermès; la expansión del departamento de joyería de Harrods, una inversión multimillonaria que comenzará en 2026; el millón y medio de búsquedas mensuales en Google de la colección Alhambra de Van Cleef & Arpels; los 1,170 millones de dólares que, según Boston Consulting Group, generó la colección Love de Cartier; los 2,800 millones de dólares en los que se estiman las ventas de Laopu, la marca china del momento; los 559,300 dólares que acaban de pagarse en una subasta de Bonhams por un anillo de diamantes, platino y un zafiro de Cachemira de 4.32 quilates; y los 600,000 por los que se espera vender un anillo con un diamante de 9.03 quilates en el próximo Gem Drop organizado por Sotheby’s. Hay cifras de sobra para confirmar el momento de esplendor que está viviendo la joyería a nivel global. Lo que tiene intrigada a la industria es la razón de este apogeo descarado mientras el resto del lujo se resiente; un ejemplo: las ventas de accesorios han caído hasta un 10 por ciento y los analistas hablan de una crisis aún peor que la de 2008.

Collar Alhambra en oro y coral, de Van Cleef & Arpels (ca. 2008).

Pero tampoco hay escasez de razones. La primera, el precio. En los últimos cinco años, la cifra en las etiquetas de prêt-à-porter se han incrementado un 30 por ciento de promedio; en las de los bolsos, hasta un 150 por ciento. Si en 2018 una bolsa 11.12 de Chanel costaba 4,500 dólares, hoy alcanza los 11,300; la Neverfull de Louis Vuitton ha pasado de 1,500 a 2,170 dólares; y el Peekaboo de Fendi de 3,000 a 4,500 dólares. La escalada en joyería, no obstante, ha sido más comedida. A diferencia de otros sectores y de acuerdo con la consultora Bain, no ha relegado al banquillo al consumidor aspiracional con precios inalcanzables —y a menudo injustificables—, lo que ha provocado que, curiosamente, haya destronado al accesorio como puerta favorita de entrada al lujo. Por los 990 dólares que hoy cuestan unos pendientes Just un Clou de Cartier se accede a poco más que un monedero de Chanel, espoleando la cuestión de qué justifica las cifras que se piden por la it bag de turno.

Reloj en oro amarillo de Chopard (1972).

El tiempo, pues, juega a favor de la joyería. Y es que, en momentos de incertidumbre, calan las categorías que se perciben como un valor refugio a futuro. “La joyería, un bien tangible, no perecedero y altamente transportable, entra en ese grupo”, nos dicen desde Suárez, casa joyera española. Que el precio del oro se haya incrementado un 25 por ciento en lo que va de año da una idea de por donde van los tiros, pero más allá de lo intrínseco, operar al margen del vaivén de tendencias que ha convertido a la moda en una espiral de novedades también apuntala esa noción de inversión. De paso, también enlaza con un giro en las formas de compra de una sociedad que “está comenzando a cuestionar un modelo de consumo acelerado que ha generado una saturación de estímulos y una necesidad de pausar y de elegir mejor. La joyería ofrece esa pausa”, explican desde la marca. Incluso la Gen Z, que representa el 15 por ciento de las ventas del sector, le ve el atractivo. “Las nuevas generaciones valoran el lujo íntimo, ritual y coherente. En este nuevo mapa simbólico, la joyería encuentra su espacio”, señala Beatriz Carranza, fundadora de la consultora BCV-N, quien ha trabajado con marcas como Oktaaf y Tabayer. “La joyería ofrece un tipo de atemporalidad que cada vez se aprecia más”, añade Tiffany Hsu, Chief Buying Officer de Mytheresa. El aumento de doble dígito que están observando en las ventas de lujo duro en la plataforma —el pasado enero se sumó Bulgari a su de por sí amplísima oferta de marcas y siguen sorprendidos con los resultados—, lo demuestra. “Se aprecia cada vez más como una inversión que como una declaración de moda”, continúa Hsu. 

Funda para tech rings, de Suzanne Kalan para Mytheresa.

Si el año pasado el mercado del lujo en su conjunto cayó un 1 por ciento, la joyería se las apañó para crecer un 2 por ciento, llegando, según Bain, a los 35,000 millones de dólares. La alta joyería, apuntan, funcionó especialmente bien. Incluso en Kering, grupo que acaba de reportar pérdidas —con Gucci encabezando la sangría—, Pomellato está dando el do de pecho. Y las cifras de este año caminan por los mismos derroteros: mientras la bajada del lujo se calcula en torno al 5 por ciento, la joyería proyecta un crecimiento de hasta el 8 por ciento. Ni siquiera la guerra de tarifas ni el encarecimiento del oro han podido con ella. “Mujeres con un alto poder adquisitivo hoy priorizan compras que construyen un legado personal más que armarios de temporada”, defiende Carranza. “La joya responde a ese deseo: permanece, narra, conecta”. 

Collar de la última colección de Dolce & Gabbana, un tributo a Roma.

Mientras la moda se enfrenta a un comprador más cauto, a la alargada sombra de otra crisis financiera, a una relación calidad-precio que arquea cejas y levanta en armas a las redes sociales y a una sequía creativa que está apostando por lo seguro, la joyería ha sabido tocar los palos adecuados. He aquí los pilares sobre los que el lujo ha levantado su propio pedestal: artesanía, calidad, exclusividad, resonancia emocional y creatividad. Un terreno en el que la alta joyería —una herramienta de eficacia probada para generar storytelling y deseo— saca pecho con eventos y propuestas como las 75 piezas de Collezione 1967, la más grande de Pomellato hasta la fecha; la presentación de altos vuelos que Louis Vuitton llevó a cabo en Mallorca, con tantos quilates como invitados VIP; o la de Dolce & Gabbana en Roma, un homenaje a la ciudad eterna, a la historia y al fatto a mano. “Hay un creciente interés por la artesanía, la inspiración y el proceso de creación detrás de cada pieza”, apuntalan desde Suárez.

Collar Serpenti Tubogas, de Bulgari.

Aunque trascender el tiempo y las tendencias sea uno de los muchos atractivos de la joyería bien hecha, los clientes siguen buscando novedades sin dejar de lado la calidad y la rareza, dos cualidades pujantes en las subastas, tal y como nos aclara Jean Ghika, jefa global de joyería en Bonham. Allí, el interés por la categoría se está traduciendo en un aumento del 25 por ciento en las inscripciones de compradores. “Últimamente, hay mucho interés por las piezas antiguas y art déco y por las gemas de colores”, afirma Ghika. Mientras tanto, en Suárez apuntan a diseños versátiles fáciles de incorporar en el día a día y a los clásicos reinterpretados. Ni siquiera los íconos, que se llevan la mayor parte del pastel —solo en Cartier suponen en torno a tres cuartos de las ventas—, están exentos de inventiva y cambio. Ahí están la revisión cuadrangular del Trinity de Cartier, el brazalete Bone de Tiffany & Co. convertido en anillo o las incansables reinvenciones del Chaîne d’ancre de Hermès para demostrarlo.

Anillo Panthère, de Cartier.

Además de actualizarse, la experimentación abre la puerta al uso de técnicas y materiales con los que ampliar un portafolio que toque todo el rango de precios: por debajo de los 1,000 dólares o bien superado el millón, como es el caso del collar Wings of Chanel, que cuenta con un zafiro de 19.55 quilates y que fue la estrella de la última entrega de alta joyería de la maison.

Broche de Jewels by Nature, la última entrega de Chaumet.

Por otra parte, son muchas las marcas que están ampliando sus horizontes a la plata, desde David Yurman a Chopard, sin perder de vista que los precios del platino y los diamantes —en parte por la ubicuidad de las versiones de laboratorio— han bajado. Incluso están entrando en nuevas categorías, como las fundas para los tech rings que Suzanne Kalan acaba de lanzar en exclusiva con Mytheresa: bandas de diamantes que elevan esos anillos inteligentes que la mayoría de sus dueños escondían. Y, quilates aparte, también está el tirón emocional. “La joyería tiene un valor trascendental que se puede heredar, transformar, guardar y redescubrir”, dicen desde Suárez. “Y eso tiene mucho peso en un mundo que cada vez gira más rápido”.

Fotografías: cortesía de René Boivin; cortesía de Van Cleef & Arpels; cortesía de Chopard; cortesía de Mytheresa; cortesía de Dolce & gGabbana; cortesía de Bulgari; cortesía de Cartier; cortesía de Chaumet.


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