
Redacción T Magazine México
El tiempo no se repite, pero puede reinterpretarse. Con el nuevo Louis Vuitton Monterey, la Maison parisina vuelve sobre su propio archivo para dialogar con una de sus piezas más enigmáticas: los relojes LV I y LV II, concebidos en 1988 por la arquitecta italiana Gae Aulenti. Aquellos primeros modelos, adelantados a su época por su diseño sin asas, su forma redondeada y su espíritu viajero, marcaron la entrada de Louis Vuitton en la relojería contemporánea. Casi cuatro décadas después, la historia se expande. El Monterey surge como una edición limitada a 188 piezas, construida en oro amarillo de 18 quilates y con una esfera de esmalte Grand Feu blanco, elaborada con un rigor técnico que solo unas pocas manufacturas dominan. La pieza abandona el movimiento de cuarzo original para incorporar un calibre automático de manufactura propia, obra de La Fabrique du Temps Louis Vuitton.

Matthieu Hegi, director artístico de la manufactura, lo resume con precisión: reinterpretar una creación no es replicarla, sino conservar su alma. Así, el Monterey mantiene los códigos gráficos y el espíritu geométrico de Aulenti, pero desde un presente que privilegia la pureza sobre el exceso.

La elección del esmalte Grand Feu no es casual. Su fabricación requiere más de veinte horas de trabajo, aplicando capas de esmalte vitrificado y sometiéndolas a temperaturas de hasta 900°C. El blanco, color de la precisión, se obtiene a través de múltiples quemas que otorgan a la superficie una textura casi opalina. Este acabado, difícil de lograr y aún más de mantener, representa una declaración de maestría en un mundo dominado por la inmediatez.
Cada detalle conserva la herencia de la pieza original, la corona ubicada a las doce, en homenaje a los relojes de bolsillo; el diseño pulido en forma de guijarro, sin asas visibles; y la inscripción discreta “1 of 188” en el reverso, oculta bajo la correa de piel. Un secreto entre el reloj y quien lo lleva.


La estructura mecánica —el calibre LFTMA01.02— late a 28,800 vibraciones por hora y ofrece una reserva de marcha de 45 horas. En su interior, los acabados son tan exquisitos como invisibles: puentes arenados, bordes micrograbados y un rotor de oro rosa recortado con el monograma de la Maison. Todo un manifiesto de discreción y saber hacer.
El Monterey no es una simple reedición. Es una conversación entre épocas, una forma de volver al origen sin nostalgia. En su esfera se reflejan las décadas de oficio, las colaboraciones con mentes visionarias y la obsesión de Louis Vuitton por convertir el tiempo en un objeto de arte.