Crédito: cortesía de la artista.

Redacción T Magazine México

El still life fue durante siglos un género disciplinado, una lección de orden, de contemplación de lo inanimado. Lauren Bamford parece haber entendido que esa quietud ya no basta, que para mirar un objeto hay que insertarlo en un cuerpo, en un gesto, en una escena donde lo inerte adquiere pulsación. Su trabajo se sitúa en la frontera, desobedeciendo la categoría que dicta que el bodegón pertenece a los manuales de historia del arte o, en el extremo contrario, a la fotografía de producto.

Crédito: cortesía de la artista.
Crédito: cortesía de la artista.

En sus composiciones conviven frutas que parecen criaturas, vasos como arquitecturas y manos que sostienen lo que se resiste a quedarse quieto. Hay un juego deliberado en mover las piezas entre la sala de museo y el escaparate de lujo. No es casual que Chanel, Loewe o Jacquemus hayan recurrido a su mirada: Bamford se mueve con una calculada ambigüedad entre lo contemplativo y lo utilitario, como si ambos extremos se necesitaran para sobrevivir.

Crédito: cortesía de la marca.

El resultado nunca es decorativo, tampoco complaciente. Hay una especie de tensión latente en sus imágenes, un recordatorio de que el objeto también tiene biografía y que lo muerto nunca está del todo quieto.


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