
Por Javier Fernández de Angulo
La figura de Gabriel García Márquez no deja de ganar protagonismo en los últimos tiempos. La publicación de la novela póstuma En agosto nos vemos (editorial Diana), el estreno de la serie Cien años de soledad (Netflix) y la reedición de la novela del mismo título – también en versión ilustrada– han vuelto a colocar al Premio Nobel colombiano en el centro de la vida cultural latinoamericana. Por ese motivo, nos acercamos a la casa donde vivió el escritor sus últimos años, un templo literario en la calle Fuego de la colonia El Pedregal, al sur de la Ciudad de México, que conserva intacta su mesa de trabajo, escenario de encuentros literarios y culturales y, ahora, ya bautizada por sus herederos como La Casa de la Literatura, rodeada de calma. “Es un espacio en el que estamos trabajando para que se oficialice como casa museo, un centro cultural que preserve el patrimonio de nuestro padre. Hemos hecho algunas pruebas, la gente viene, responde y hay muy buena vibra. La casa tiene espacios muy prácticos para exponer”, explica Gonzalo García, hijo del escritor, quien reconoce que es su hija Emilia García, directora del proyecto y hoy enfocada en la tarea de abrir la casa para eventos culturales, quien se encarga de que todo funcione a la perfección. “Es una gran conocedora de Gabo, pero es sobre todo una gran nieta. Más que conocedora de sus libros es conocedora de la casa”, subraya.

El escritor llegó a la Ciudad de México tras una prolífica etapa en Barcelona junto a Carmen Balcells, la legendaria agente que también trabajó con otros grandes nombres de la literatura en español del momento como Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Camilo José Cela o José Saramago y sobre cuya vida ya se está preparando una serie de televisión. “Terminando la obra El otoño del patriarca regresamos a México. Nos mudamos aquí en 1976”, recuerda García señalando el escritorio, sobre el que descansa la vieja computadora de su padre.
Muy cerca, en ese mismo edificio, hace unos años el propio García fundó junto a su amigo Diego García Elío la editorial El Equilibrista, especializada en publicaciones sobre arte y literatura. Afuera, tras los ventanales, aguardan el jardín y las réplicas de letreros de calles y plazas nombradas en todo el mundo en honor del escritor, uno de los legados de su esposa Mercedes Barcha a la propiedad. “En esta mesa terminó Crónica de una muerte anunciada y El amor en tiempos del cólera. En Barcelona escribió mucho, también en París, en Bogotá y en Cartagena. A partir de 1976, incluida En agosto nos vemos, todo lo elaboró aquí, donde le dejaban muy tranquilo. En Colombia tenía mucha vida social que le distraía”, continúa. Una casa por la que pasaron Fidel Castro, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otras figuras de la cultura popular de la época, que hoy cuenta con una biblioteca de unos 5,200 libros (además de discos y CDs) y en la que un día de 1982 sonó el teléfono para comunicar al escritor que había sido elegido como ganador del Premio Nobel de Literatura de ese año, el primero de la historia para un colombiano.

Las ventanas del estudio logran una convivencia con las flores amarillas que tanto le gustaban a Mercedes Barcha, plantadas en un jardín rebautizado por sus herederos como Plaza Gabriel García Márquez. Crédito: Jaime Navarro.

Bustos de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, por Kate Murray. Crédito Jaime Navarro.
Gonzalo García acaba de llegar de Europa apenas unos días antes de esta charla. Allí había presentado En agosto nos vemos, uno de los grandes éxitos literarios del año y el libro de ficción más vendido del año por la editorial Diana. Se trata de una obra que no está exenta de polémica, con opiniones a favor y en contra de su publicación. “Antes de que saliera el libro, ya se hablaba de él, pero cuando vieron que era una obra seria y muy elaborada mostraron su respeto. La gente lee la noticia de que lo escribió siendo muy mayor, ya con demencia senil, y no es el caso. Desarrolló la demencia senil con la obra prácticamente terminada, dándole los últimos toques. Bastante entrada su demencia senil decidió que el libro no servía”, matiza García. “Gabo era muy metódico. Cristóbal Pera, el editor de sus últimos libros, ya estaba familiarizado con la novela, que estaba muy cocinada. No fue muy difícil revisar y editar el libro, no tenía muchas variantes. Ya nos criticaban que no lo sacáramos. Maldito si lo haces, maldito si no lo haces. Mejor hacerlo y desvelar el misterio”, continúa.

Los descubrimientos, mientras, siguen sucediéndose. Se abren cajones y siguen apareciendo recuerdos, documentos, archivos… Los últimos, unas cartas manuscritas de un adolescente que sospechan que fueron escritas por el propio García Márquez y que ya han sido enviadas al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin, la institución que salvaguarda, protege y estudia la obra y legado del escritor. Paraíso de cualquier bibliófilo esta casa de El Pedregal funciona también como museo, cumpliendo así la gran aspiración de los García: convertirla en epicentro cultural con el apoyo de mecenas institucionales y del Estado. Este modelo, ya probado con éxito, se ha implantado en las casas museo de los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera, así como en la del arquitecto y premio Pritzker Luis Barragán, también en Ciudad de México. “Encontremos un camino para que esta casa sea una institución cultural que convoque a escritores, artistas, fotógrafos y editores procedentes de todo el mundo. Ya tenemos hasta un cuarteto de cuerdas, música que le apasionaba a Gabo, para la inauguración. Lo tenemos todo imaginado, solo nos faltan los protagonistas”, reflexiona García.

Ese camino hacia el objetivo hace tiempo que comenzó. En la calle Fuego ya se han llevado a cabo presentaciones de libros, exposiciones, encuentros privados, cenas y campañas solidarias en favor de la Fundación Fisanim, dedicada al apoyo de comunidades indígenas. En 2023, con motivo del centenario del nacimiento del también escritor Álvaro Mutis –amigo, compatriota y colega de García Márquez–, el lugar acogió una muestra en la que se expuso parte de la correspondencia que mantuvieron ambos literatos. “Es muy urgente para mi novela que yo vea siquiera un minuto aquel cenicero que tienes en tu casa: un negro que vende flores a la salida de misa. A partir de esa imagen tengo que construir la primera ciudad del dictador, que fue arrasada por un huracán. ¿Sería mucho (…) que lo metieras en tu maleta, me lo dejaras ver, y te lo llevaras de nuevo a México? (…) Abracísimos, Gabo”, podía leerse en una de las misivas reveladas en una casa que, según Emilia García, “quien la visita se conmueve, le da paz y le emociona”. Un universo tan grande como Macondo.