Alondra de la Parra, fotografiada en Madrid el pasado 27 de enero, lleva camisa de Maison Margiela, maisonmargiela.com; zapatos de Aquazzura, aquazzura.com; reloj Oyster Perpetual Explorer, de Rolex, rolex.com. Estilismo: Diego Serna; asistente de foto: Enrique Escandell; peluquería y maquillaje: Alba Córdoba; estudio: Ruge; manicura: Nubia Soacha; producción: Ángela del Val.

Por Mari Carmen Quilez / Arturo Reverter

Fotografía por Javier Biosca

En una mañana gris de enero, Madrid se despertaba bajo el tamborileo constante de una fina lluvia. La calle, envuelta en una neblina tenue, era apenas visible desde la ventana del estudio fotográfico. Alondra de la Parra llega puntual, con una energía tranquila que parecía invocar los acordes de To Love Somebody, de Bee Gees, que sonaba de fondo. Apenas unos minutos después de su entrada, a eso de las 12:30, el sol irrumpe entre las nubes. Es un gesto casi poético, como si la naturaleza confirmara su llegada. Alondra de la Parra, la maestra de la batuta, entra al estudio con la calma de quien ha aprendido a abrazar las tormentas.

Ha dirigido orquestas en todo el mundo, ha caído, se ha levantado y, como en cualquier gran sinfonía, sus silencios y crescendos han dado forma a una historia que hoy comparte con una serenidad contagiosa. Sus gestos, cuidadosamente pausados, reflejan la musicalidad que lleva en el alma. Con una mirada transparente y llena de historias por contar, comienza a hablar. 

La sinfonía de los renaceres.

De la Parra habla con la misma calidez con la que mueve la batuta. Su historia no es solo la de una directora de orquesta que ha conquistado los principales escenarios del mundo, como Nueva York o Berlín, sino también la de alguien que ha aprendido a abrazar el vértigo del comienzo constante. “Es difícil pensar en un solo punto de inflexión en mi carrera”, confiesa, recordando los momentos que la han formado tanto como artista como ser humano.

A los 24 años fundó la Orquesta Filarmónica de las Américas, un proyecto que soñaba como un puente entre los jóvenes músicos y los grandes escenarios. “Parecía que todo iba bien, pero el proyecto se derrumbó y tuve que empezar de cero. Después viví lo mismo en Australia, donde fue maravilloso dirigir, pero la vida misma me hizo replantear mis prioridades: tenía dos hijos pequeños y no lograba conciliar. De nuevo, tuve que comenzar”. Ahora, desde España, donde ejerce como titular de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), siente que ha alcanzado un equilibrio, una sutil armonía entre los compases de su vida personal y profesional. “Por primera vez en muchos años, puedo sentir que todo está en sintonía, que puedo equilibrar mis dos mundos. Las caídas me han enriquecido, me han dado herramientas para ser mejor música, mejor madre, mejor persona”.

El mundo de la dirección orquestal ha sido históricamente dominado por hombres. De la Parra, pionera en ese rubro, ha enfrentado una constante carga de prejuicios. Sin embargo, lejos de victimizarse, los ha enfrentado con la valentía de quien sabe que, en la música y en la vida, los grandes cambios nacen del desafío. “Parte de las dificultades son naturales en una profesión tan dura y exigente como la mía. Pero muchas de las caídas han tenido que ver con caídas han tenido que ver con prejuicios. Es algo que siempre ha estado ahí, como una nube que llamo Elvis. Ese peso invisible me acompañó mucho tiempo, recordándome lo difícil que podía ser abrirme paso siendo mujer”, dice. Pero lo logró. Desde sus primeros pasos como directora de orquesta, ha visto cómo el panorama se ha transformado. “Cuando estudiaba dirección orquestal, éramos una o dos mujeres por cada 20 hombres. Hoy es distinto; las puertas se han abierto y cada vez hay más mujeres alzando la batuta. Eso es un triunfo colectivo que me llena de orgullo”, explica.

A los 24 años, De la Parra fundó la Orquesta Filarmónica de las Américas, con sede en Nueva York. Abrigo de Alaïa, maison-alaia.com; vestido de Wolford, wolford.com; reloj Oyster Perpetual Explorer, de Rolex, rolex.com.

Refugio y puente.

Para De la Parra, el mundo va muy deprisa. Demasiados estímulos, pantallas y notificaciones en redes sociales, pero la maestra encuentra en la música clásica un refugio. Habla de la experiencia de un concierto como si fuera un ritual ancestral, un espacio donde todo lo artificial queda fuera. Su voz se serena al evocar ese instante en el que el telón se eleva y la orquesta respira al unísono. “Imagínalo: un grupo de personas, con sus voces, sus cuerpos, su aliento y su mente trabajando al mismo tiempo para crear algo irrepetible. Ese momento efímero que solo existe ahí, en esa sala, es puro milagro humano”. Para ella, la música es mucho más que un lenguaje; es un puente que conecta a las personas con su propia vulnerabilidad, con las emociones que a veces tememos explorar.

Desde su llegada a Madrid, De la Parra ha encontrado un puente natural entre España y su México natal. “La música española ha marcado profundamente a la mexicana. Sin la guitarra española, no existirían la cantidad de formas musicales mexicanas que rodean a ese instrumento. También, por supuesto, el ánimo a la danza, el ánimo a cantar. Son cosas que compartimos como tierras, cada uno en su estilo”. No es difícil entender, pues, por qué la maestra de la batuta habla de la música como un acto profundamente humano. La orquesta, dice, es un símbolo perfecto de lo que significa trabajar juntos, escuchar, crear armonía en la diferencia. “Hoy más que nunca, cuando todo parece estar separado, necesitamos ese oasis. La música te invita a entrar en una historia que no necesitas entender con palabras, solo sentir. Es un bálsamo y, a la vez, un lugar donde puedes encontrarte con lo más profundo de ti mismo”.

El brillo en sus ojos se intensifica cuando habla del Festival Paax GNP, su creación más querida. “Es un proyecto que refleja todo en lo que creo: reunir a los mejores músicos del mundo en un lugar paradisíaco como la Riviera Maya, con un programa que reta y emociona tanto a los artistas como al público”, señala. Para la edición de 2025, Paax promete sorpresas. “Tendremos al violinista Daniel Hope, también la premiere mundial de un concierto para Tap y orquesta, que comisiona el festival al compositor Tomás Enhco con el bailarín inglés Steven McRae. Utilizaremos el Tap como un instrumento solista y esto creo que es una gran novedad. También haremos Petrushka, de Stravinsky, y la Primera Sinfonía, de Mahler, que son obras gigantescas, y habrá una Big Band en residencia que viene de Francia que es maravillosa”.

Sobre la posibilidad de que el Festival Paax GNP viaje a otro país que no sea México, De la Parra se muestra abierta. “Puede ir a cualquier lugar. La música no tiene fronteras, no tiene idioma, no tiene límites. Creo que podría estar en cualquier lugar tiene idioma, no tiene límites. Creo que podría estar en cualquier lugar hermoso que fuese turístico, porque eso forma parte de su encanto. Además, lo que lo define no es dónde está, sino cómo se siente”.

La batuta: Extremidad y voz.

Dice De la Parra que su la batuta “es una extensión de mi cuerpo, mi extremidad, mi ala. Con la batuta puedo hablar a distancia, con precisión, y hacer que las notas sean como quiero que sean. Es mi herramienta de vuelo, de comunicación”. Y antes de la despedida, con el sol ya alto sobre Madrid, reflexiona sobre el consejo que le daría a aquella joven que empezaba una carrera llena de retos. “Le diría que no se desgaste luchando contra el prejuicio, que siga fuerte y concentrada. Porque, al final, todo cae por su propio peso”. La directora no solo levanta la batuta para dirigir orquestas, alza también una llamada silenciosa al coraje, la humanidad y la conexión. “La música es un acto humano, puro y vulnerable”, había dicho antes. Entonces, De la Parra parte con la calma de quien sabe que su lucha ha valido la pena.

A partir del próximo 19 de junio, el Hotel Xcaret, en Quintana Roo, acogerá una nueva edición del Festival Paax GNP, fundado por De la Parra en 2022. Vestido de Lanvin, lanvin.com; reloj Oyster Perpetual Explorer, de Rolex, rolex.com.

El autor repasa la trayectoria, virtudes y limitaciones de la directora desde su primera actuación en la capital de España.


Por Arturo Reverter

No hemos podido resistir la un tanto fácil tentación de titular así —evocando la obra de Vaughan Williams— este artículo sobre la directora mexicana Alondra de la Parra, que hizo su aparición en España no hace muchos años. Recordamos que la primera vez que la vimos fue en un concierto con músicas cinematográficas de extracción latina. Dirigía a la Orquesta Nacional de España. Colaboraba el pianista dominicano Michel Camilo. 13 de abril de 2019. Luego hemos tenido oportunidad de asistir a otros conciertos bajo su férula, también con la agrupación ministerial, como el último, hace tan solo unos días, y con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), de la que es directora titular desde hace pocos meses.

Hemos podido seguir de esta manera su evolución a lo largo de unos seis años. Sin duda es una artista porosa, activa, diligente, estudiosa y trabajadora, cualidades que la ayudan en su labor —y en la de los músicos que han de trabajar a sus órdenes—. Su nombre estuvo sonando con fuerza en los mentideros musicales como posible futura directora de la Orquesta Nacional de España en sustitución del titular David Afkham, que parecía que no iba a renovar. Se escribió de todo, en pro y en contra de la artista.

No deja de tener muy buenas cualidades. Es movediza y saltarina en el podio, muestra una variada y airosa, quizá excesiva, gesticulación, marca con claridad de forma a veces innecesaria, como si estuviera ante una orquesta de noveles, dando entradas y salidas. Sabe cerrar periodos con autoridad y firmeza y da la impresión de que los instrumentistas están pendientes de su larga batuta. Es expresiva, comunicativa y flexible. Se critica que sus concepciones pueden a veces parecer epidérmicas, faltas de hondura, de entraña, de seriedad.

Pero siempre es agradable contemplar su cimbreo, más allá de que, a la postre, a veces sus visiones puedan parecer a ratos un tanto epidérmicas. Aunque lo importante para un director en el podio es tener el suficiente poder de comunicación, de entendimiento con el conjunto, de facilidad expresiva, de claridad gestual y expositiva. Después, por supuesto, viene el análisis del resultado. Está claro que la artista se mueve como pez en el agua sobre la tarima y que tiene una gran capacidad de comunicación.

También que en ocasiones nos da la impresión de que no acaba de penetrar en los intríngulis de algunos pentagramas, de los que ofrece, es verdad, una visión algo superficial. Queda así por tanto la labor de profundizar en mayor medida en lo escrito. Porque las notas, ya se sabe, llevan dentro un mensaje, que solo su correcta reproducción, la relación entre ellas, su acentuación y calibración, el juego de dinámicas, la planificación, la misión de clarificar sus relaciones, la búsqueda de un correcto trabajo para obtener las texturas más transparentes puede dar, con las subjetividades que se quiera, con la auténtica almendra expresiva. Lo que a la postre determina la calidad y autenticidad de una interpretación siempre subjetiva, por supuesto. Y ahí está lo bueno.

Alondra, eso sí, es una directora que va por derecho, que busca su verdad, que defiende a capa y espada sus criterios y que se diversifica en busca de nuevas expresiones, de repertorios cada vez más amplios, tanteando aquí y allí en las estéticas más variadas. Una postura que viene defendiendo desde siempre y que ahora, en su cargo de titular de la ORCAM, ha vuelto a poner de manifiesto defendiendo una programación ecléctica y heterogénea, aunque con un norte que establece criterios coherentes en la planificación de cada concierto en busca de un sano didactismo. Cada sesión viene centrada en una idea base.

Tenemos así, dentro del ciclo sinfónico (hay otro camerístico y coral), propuestas variadas y diversificadas, la mayoría bajo su batuta: Raíces (obras de Falla, Rodrigo y Ravel), Pura expresión (obras de Brahms y Dvorák), Catarsis (Mozart: Misa en Do menor K 427), La Cantata del pecado (Carmina Burana), Los colores de América (Adams, Gershwin, Piazzolla, Márquez…), Alfa y Omega (Sinfonía nº 2 de Mahler)… Son lemas e ideas, en algún caso evidentes, que pretenden, en efecto, enseñar y conducir, lo que en principio no es mala idea.

Todo ello entra dentro de la línea marcada por la directora desde que a los nueve años acudió con su padre a una sala de conciertos: “Cuando la música comenzó, lo supe de inmediato. ‘Yo quiero estar ahí’, le dije a mi padre sin quitar los ojos del podio. Había decidido mi futuro. Muchos años después, esa visión ha ido tomando forma. He tenido el enorme placer de compartir escenario con orquestas maravillosas y colegas artistas de los que he aprendido y con los que he disfrutado enormemente”.

Y de todo se aprende, de eso no hay duda. En particular cuando hay amor por la música, se quiere aprender y profundizar en el pentagrama. Algo que nuestra protagonista ha perseguido siempre allá donde ha ido, viajando a otras latitudes, dirigiendo distintos conjuntos, penetrando en otros mundos, como el operístico, dentro del que se ha empezado a mover: hace unos meses se presentó en el Teatro del Liceu de Barcelona con Turandot, de Puccini. Se habló en general bien de su labor, como siempre muy profesional, honrada y esforzada.

En nuestra memoria tenemos algunas interpretaciones muy valiosas, aunque no perfectas (¿hay alguna?), pero reveladoras de un trabajo, de una dedicación y de una honradez a prueba de bombas. Recordamos, por ejemplo, con la Orquesta Nacional, y es muy definitoria, la de La Noche de los Mayas (1939), de Silvestre Revueltas, buena muestra del estilo del autor mexicano. El gran momento del tema y variaciones de Noche de encantamiento, donde doce percusionistas aporrean a conciencia un enorme arsenal de placas, membranas y otras superficies, estuvo muy bien trabajado por la batuta.

Recordamos también una actuación con la que ahora es su orquesta en la que nos ofreció una vivaz recreación de la jugosa, nerviosa y chispeante Obertura de 1943, de la compositora polaca Grazyna Bacewicz (1909-1969), recorrida por un permanente hormigueo que nos recordó al que culebrea en la obertura de La novia vendida, de Smetana. Faltó algo de claridad, aunque el tempo nos pareció justo y acertado. Engalanó después una versión de Scheherazade de Rimski-Korsakov, acertadamente planteada por la volandera batuta, que construyó con gracia las volutas y oleadas sonoras que alimentan El mar y el barco de Simbad. La narración se edificó con autoridad y firme pincel, más propio de una pintura al óleo que a la acuarela. Sonoridades plenas, bien alimentadas y engrosadas por la buena disposición de la Orquesta.

Rememoramos, esta vez con la Orquesta Nacional, hace escasas semanas, una estupenda y peculiar recreación de la Petrushka stravinskiana. La directora, ágil y dispuesta, desplegó su rica gestualidad y movió su esbelta figura. Los brazos largos, que marcan incansables las exigencias rítmicas, la sonrisa permanente y la entrega calurosa y comunicativa nos captaron. La obra, ofrecida en su versión original de 1911, encaja bien en las características directoriales de nuestra protagonista, en las que predomina, como se ha apuntado, una clara concepción del factor rítmico, siempre bien servido a partir de una gestualidad muy activa. De la Parra supo modelar los distintos cuadros y darles vida, aunque, como suele ser habitual en ella, descuidando a veces la transparencia de líneas, olvidando el fino pincel. En todo caso, ver a esta directora, a esta música de pelo en pecho, como decimos por aquí, es siempre estimulante. Esperamos asistir a su asentamiento y a la superación de las escasas, aunque apreciables, limitaciones que todavía la aquejan. Pero el futuro es muy prometedor.


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