
Por Carolina Chávez Rodríguez
Kelly Wearstler nunca ha temido exagerar. Su estética maximalista —a ratos teatral, a ratos deliciosamente excesiva— encuentra ahora un nuevo registro en Crescendo, su décima colección junto a The Rug Company. Una cifra redonda que más que cerrar un ciclo parece abrir otro. Aquí la diseñadora se permite experimentar con geometrías, volúmenes y texturas como si la música misma pudiera traducirse en lana, seda o lino.


Seis diseños, cada uno disponible en dos variaciones cromáticas, componen esta entrega. Entre ellos, Arwen convierte un damero clásico en un juego táctil con cuadrados de seda elevados sobre una base de lana y ortiga. Runa juega con la ilusión óptica de bloques superpuestos que parecen levitar. Spire explora el carácter crudo de los materiales naturales, mientras que Riven se queda en el filo entre lo sutil y lo escultórico. Por su parte, Elowenapuesta por la riqueza textil llevada a la complejidad técnica, y Crux propone gradientes de seda que parecen deslizarse como acordes sobre un pentagrama invisible.


Más allá de las variaciones tonales —ámbar, musgo, terracota, pistacho, arenas, metálicos— la colección se impone por lo que calla: que el lujo artesanal no necesita estridencias. Basta con un gesto bien ejecutado, un nudo preciso, un contraste inesperado. En Nepal, donde los tejedores de The Rug Company trabajan con técnicas transmitidas por generaciones, la orquesta está en manos de artesanos que tocan sin partitura, pero con la memoria intacta.