
Carolina Chávez Rodríguez
Justo en el espacio donde el blanco se diluye y el negro deja de ser absoluto, habita el gris. Un color que no busca atención, pero la obtiene. Su historia ha sido la de una constante discreción, el papel secundario junto al verde oliva, el granate o el azul marino. Sin embargo, en un mundo que parece agotado de los excesos cromáticos, el gris emerge como un símbolo de mesura. No pretende deslumbrar, sino permanecer.
Este otoño, las pasarelas lo coronan en todas sus versiones —perla, acero, marengo— y lo reivindican como un color esencial. En Louis Vuitton aparece como un gesto futurista; en Rabanne, como un juego de texturas superpuestas; en Miu Miu, enlazado con la camisa azul más clásica; y en Givenchy, convertido en una declaración de sobriedad elegante. La lección es clara: el gris ya no acompaña, protagoniza, y eso es emocionante.


Su poder está en el equilibrio. Como tono neutro, actúa como una pausa visual en medio del ruido, una respiración entre tanto color estridente. Tiene algo de antídoto, calma el sistema nervioso, ordena la mente, invita a la concentración. No excita, no distrae, no compite. Es el color del silencio interior, el de quienes no necesitan gritar para ser vistos.
Más allá de la moda, el gris propone una filosofía. Habitar el punto medio en un tiempo que exige definiciones es, en sí mismo, un acto de resistencia. Ser gris —en pensamiento, en estilo, en presencia— implica no ceder ante los extremos. Es la elegancia de lo ambiguo, la fuerza de lo que no necesita ser evidente.

Quizá por eso, vestir de gris en 2025 no es una elección estética, sino emocional. Representa la búsqueda de estabilidad en un mundo saturado de estímulos, una vuelta al orden y a la claridad. Los estilismos monocromos en tonalidades grises lo confirman: hay belleza en la contención, sofisticación en lo neutro, eso siempre, sin desestimar todas las posibilidades de la elegancia del color, en especial en México y Latinoamérica.
En tiempos de polarización, el gris ofrece una alternativa ni demasiado visible ni completamente invisible, habita el centro. Y desde ahí, redefine el lujo contemporáneo, el de la calma, la precisión y el dominio de sí.