
Por Kira Álvarez Bueno
En el corazón de la colonia Juárez, una boutique de lentes guarda una historia que comenzó mucho antes de que existiera el término “marca mexicana de lujo”. La historia de Gramo nace en la intersección de la tradición familiar, la estética modernista y una obsesión compartida por hacer las cosas bien, aunque tomen tiempo. “Nuestra familia se ha dedicado por más de 100 años a la salud visual”, cuenta Diego Graue. “Mi abuelo fue óptico, mi papá también, y aunque nosotros venimos de otros mundos —yo del arte y mi hermano de la comunicación—, eventualmente ese legado nos alcanzó”.
Ese encuentro con la herencia familiar no fue inmediato. Ambos hermanos fundaron en 2010 ESCÓPICA, una óptica boutique que introdujo en México marcas independientes de diseño como Mykita o Cutler and Gross. Pero el verdadero punto de partida fue una pregunta recurrente de sus clientes: ¿Por qué no existe una marca mexicana que haga lentes con esta calidad? “Esa pregunta nos taladraba la cabeza”, dice Javier Graue. “Y ahí fue cuando empezamos a pensar en crear una marca propia. Pero si la íbamos a hacer, tenía que tener dos cosas: una manufactura impecable y una narrativa profundamente personal”. Fue entonces cuando miraron hacia Japón. Ahí, en pequeños talleres donde el oficio óptico se hereda de generación en generación, encontraron un lenguaje compartido. “Los artesanos con los que trabajamos entienden la precisión como una forma de respeto”, explica Diego. “Una colección nuestra puede tardar año y medio en producirse. No queremos competir con las modas, queremos trascenderlas”.
Ese gesto —ir a contracorriente de la velocidad del consumo— es uno de los ejes que define a Gramo. “No somos una marca de tendencia. No buscamos viralidad, buscamos permanencia. Queremos que nuestros lentes se hereden, que acompañen a las personas por años”, agrega Javier. Por eso, cada modelo se produce en ediciones limitadas, numeradas, con un cuidado obsesivo por los materiales, los acabados y la ergonomía. El diseño, sin embargo, es profundamente mexicano. No porque use símbolos obvios, sino porque está anclado en un periodo clave del diseño nacional: el modernismo de mediados del siglo XX. “Nos inspira mucho la arquitectura de Ramírez Vázquez, la gráfica de esa época, la Ciudad de México cuando empezaba a soñar con la modernidad”, dice Diego. Por eso, sus modelos llevan nombres de calles, plazas o zonas emblemáticas: Tlatelolco, Marsella, Masaryk, Juárez. “Son nombres que nos atraviesan de forma personal, pero también colectiva”, añade Javier. “La ciudad nos da identidad, memoria, ritmo. Y queremos que eso se sienta en las piezas”.

Además del diseño urbano y la herencia óptica, otro elemento clave en la creación de Gramo fue el archivo fotográfico de su abuelo: miles de retratos en blanco y negro tomados en los años 40 y 50. “Ese archivo se volvió nuestro laboratorio visual”, cuenta Diego. “Vimos formas de lentes, posturas, expresiones. Nos dimos cuenta de que los lentes eran más que una herramienta: eran una extensión de la identidad”. Ese enfoque conceptual se traduce en modelos que, si bien están pensados para durar, también tienen un carácter fuerte. Lentes con personalidad, pero sin estridencias. “Una de nuestras frases es: que no griten, pero que no pasen desapercibidos”, dice Javier. “No queremos que el lente opaque a quien lo lleva. Queremos que lo complemente, que lo acompañe”.
Hoy, Gramo cuenta con dos flagships en la Ciudad de México: una en la colonia Juárez y otra sobre Masaryk, en Polanco. Pero su ambición va más allá del retail. En este momento trabajan en una colaboración con la familia de Pedro Ramírez Vázquez, el arquitecto del Estadio Azteca y el Museo de Antropología. “Vamos a reinterpretar los lentes que él usaba, a partir de archivos personales. Se va a llamar ‘Legado’, y será nuestra primera colección cápsula temática”, adelantan. También preparan la apertura de un taller experimental en la ciudad, donde podrán desarrollar modelos a la medida y colaborar con artistas, arquitectos o diseñadores.
“Nos interesa explorar las posibilidades del lente como objeto artístico, como dispositivo simbólico”, dice Diego. “No solo como algo que se usa, sino como algo que dice quién eres”. La visión de Gramo, paradójicamente, mira hacia atrás para poder mirar hacia adelante. Se apoya en lo artesanal, en lo duradero, en lo que no necesita explicarse demasiado. “Nuestros lentes no traen un logo visible”, dice Javier. “Creemos que quien los lleva, sabe lo que está usando. Es un lujo más discreto, más íntimo”. En un mercado saturado de objetos desechables, Gramo propone una alternativa: lentes que no solo permiten ver mejor, sino ver distinto. Y en esa mirada, lo funcional se vuelve emocional. La óptica se convierte en estética. Y el legado, en futuro.