Crédito: cortesía del artista.

Redacción T Magazine México

Eric Croes (La Louvière, 1978) trabaja desde Bruselas con una materia que se resiste a la solemnidad: la cerámica. En ella condensa juego, azar y fantasía, pero también el peso de una tradición escultórica que nunca abandona. Sus piezas, coloridas e irreverentes, son híbridos donde conviven figuras humanas y animales en un mismo cuerpo, donde lo popular y lo erudito se funden en una narrativa personalísima.

Lo suyo no es un repertorio ornamental, sino la creación de una mitología íntima. Cada obra emerge como un personaje de un fresco imaginario: figuras inspiradas tanto en viajes reales y soñados —de Italia a California, de Egipto a Bélgica— como en referencias icónicas que van de Janus a Cleopatra. Croes bebe de las manos votivas romanas, de tatuajes de marineros, del folclore europeo y de las impresiones cotidianas de su vida. Todo se mezcla, se anuda y se recompone en una poética que solo la cerámica parece capaz de sostener con esa mezcla de fragilidad y contundencia.

Crédito: cortesía del artista.

Sus esculturas han sido presentadas en galerías como Richard Heller (Los Ángeles), Sorry We’re Closed (Bruselas) y Almine Rech (Londres y París). Forman parte de colecciones institucionales que van del Mu.ZEE en Oostende al KANAL–Centre Pompidou en Bruselas, del Musée National de Céramique en Sèvres al ASU Art Museum Ceramics Research Center en Arizona, además de acervos privados en Europa y Estados Unidos.

En Croes hay humor, pero también un rigor silencioso: sus obras, aunque juguetonas, cargan con símbolos y memorias que remiten a la historia del arte y a los ritos más antiguos. La cerámica no es para él un simple soporte, sino un terreno fértil donde lo accidental convive con el dominio técnico, en un vaivén que convierte lo lúdico en algo profundamente serio.

Crédito: cortesía del artista.
Crédito: cortesía de la artista.

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