Se trata de la retrospectiva más ambiciosa del artista, con 400 obras que podrán verse en París hasta el 31 de agosto. Crédito: Christopher Isherwood and Don Bachardy (1968), acrílico sobre lienzo. Fotografía: ©️ Fabrice Gibert.

Por Javier Fernández de Angulo

Tras siete décadas en busca de la inmortalidad del instante, la obra de David Hockney se tomará un descanso en París hasta el próximo 31 de agosto, cuando la Fundación Louis Vuitton clausure David Hockney 25, la exposición más ambiciosa jamás organizada por la institución parisina y la más grande de la carrera del pintor británico. “David Hockney es uno de los mejores dibujantes de la actualidad, con habilidades similares a las de [Edgar] Degas o [Pablo] Picasso”, escribe Donatien Grau, jefe de programas contemporáneos del Museo del Louvre, en el catálogo de una muestra en la que se repasan 70 años de creatividad a través de más de 400 pinturas, grabados, escenografías y trabajos digitales que ocupan todo el espacio del edificio proyectado por el arquitecto Frank Gehry en el Bois de Boulogne. 

La organización de la exposición, que estará abierta al público hasta el próximo 31 de agosto, ha contado con la supervisión personal del propio Hockney, quien, junto a su socio, pareja y director de estudio, Jean-Pierre Gonçalves Lima, participó en el proceso de elección de obras —todas ellas creadas entre 1955 y 2025—, y en su distribución por los diferentes espacios de la Fundación Louis Vuitton. “Esta exposición significa muchísimo porque es la más grande que he presentado: 11 salas en la Fundación Louis Vuitton. Algunas de las pinturas más recientes en las que estoy trabajando también se incluirán, y creo que será muy buena”, declaró el propio Hockney antes de la inauguración oficial de la muestra sobre una selección que incluye pinturas procedentes de colecciones privadas e institucionales y obras propiedad del propio artista y de la Fundación en formatos como óleos, acrílicos y dibujos a tinta, lápiz y carboncillo, así como arte digital realizado en iPad e instalaciones de video inmersivas.

Nacido en 1937 en Bradford, Yorkshire (Inglaterra), Hockney ha confesado que su vocación por la pintura brotó a los 11 años. Sin embargo, fue tras su paso por el Royal College of Art de Londres cuando levantó los pilares sobre los que construiría una obra que, especialmente en sus inicios, reflejó influencias del arte pop, del expresionismo abstracto, del cubismo, del grafiti o del arte naíf. “Viajé a Londres haciendo autostop para ver a Jackson Pollock en Whitechapel en 1956. Fue una época de transformación. Seguía interesado en artistas franceses como [Jean] Dubuffet e Yves Klein, y más interesado en la representación: representar el mundo. En realidad, no me había interesado tanto el arte pop como tal. Pero no hay nada como recordar una época y verlo con mucha más claridad después”, le confesaba en 2012 el propio Hockney a la historiadora Fionna Grath en una conversación reproducida en el libro The Perfect Place to Grow: 175 Years of the Royal College of Art. De esa época proceden obras como la influyente We Two Boys Together Clinging (1961), un alegato a la normalización de la homosexualidad en la sociedad británica (estuvo prohibida hasta 1967) para el que Hockney tomó como inspiración un poema del poeta estadounidense Walt Whitman, y que fue el preludio de su etapa estadounidense, primero en Nueva York, más tarde en California, estado este último en el que solidificó su vocación de proyectar el arte como un camino hacia la libertad de expresión. “Hice mi primer viaje a Nueva York en 1961. Era evidente que, de alguna manera, algo se había trasladado de París a Nueva York. Yo habría pertenecido a la generación que lo vio. Para Francis Bacon —ahora una generación mayor—, París habría sido el centro. Y con centro, me refiero a la actividad. París lo había sido en los años 30 y 40, con artistas como Matisse, pero en los 60 —en mi época— cambió”, continuaba Hockney, para quien la literatura también fue un importante punto de partida creativo. Sobre todo el escritor francés Marcel Proust, con quien siempre compartió una interesante visión de la trascendencia.

Portrait of an Artist (Pool with Two Figures) (1972), acrílico sobre lienzo. Fotografía: ©️ Art Gallery of New South Wales / Jenni Carter.

En el Bois de Boulogne, el autor de En busca del tiempo perdido sufrió a los 9 años un ataque de asma que acabaría por marcar el resto de su vida, y por los bosques del parque parisino caminaron posteriormente muchos de los personajes surgidos de su imaginación. Ahora lo hacen también las obras de Hockney, quien, al igual que Proust, dedicó buena parte de su vida a la tarea de atrapar el tiempo, de condensar instantes que pudieran transportar al lector o al espectador a momentos trascendentales de sus vidas. Al fin y al cabo, la memoria, la nostalgia, el paso del tiempo, la naturaleza y el poder del arte como camino hacia la redención forman parte del impulso creador de ambos artistas; también la ópera, como el propio Hockney le confiesa al periodista y crítico Martin Gayford, autor del libro Spring Cannot Be Cancelled (lema que ahora también puede leerse en la entrada de la Fundación Louis Vuitton) en el que el pintor y el escritor mantienen una conversación sobre su etapa en Normandía. Allí se había instalado el pintor a comienzos de 2019 para, como había hecho una década antes con los paisajes y caminos de Yorkshire, pintar su primavera. 

En el norte de Francia, Hockney, que ya había trabajado anteriormente en países como China, Noruega, Japón, Líbano o Egipto, volvió a mostrar al mundo una suerte de arte nómada. Se alejó de la campiña inglesa, pero también de los dulces y calmos atardeceres californianos de su primera etapa, de sus cielos azules y de sus albercas, para encontrarse con los tapices de París, Angers y Bayeux y con el redescubrimiento de los periodos azul y rosa de Picasso, uno de los artistas más admirados por el británico, e inaugurar una de las etapas más prolíficas de su vida.

La alberca, uno de los temas centrales en la carrera artística de Hockney, es también un eje clave en David Hockney 25, especialmente todas aquellas obras relacionadas con su iniciática etapa californiana, quizá la más transversal de su vida gracias a pinturas emblemáticas como A Bigger Splash (1967) y Portrait of an Artist (Pool with Two Figures) (1972). Ambas forman parte del primer nivel de la muestra, centrada en las décadas de 1950-1970. Es la época de sus comienzos como artista en Bradford —Portrait of my Father (1955)— y de su posterior traslado a Londres, donde comienza a personalizar su manera de entender la pintura, pero también de su serie de retratos dobles, que aquí está está representada por dos obras principales: Mr. and Mrs. Clark and Percy (1970-1971) y Christopher Isherwood and Don Bachardy (1968).

Entre las décadas de 1980 y 1990 es la naturaleza, con sus luces, sus estaciones y cambios anuales, la que empieza a cobrar importancia de manera creciente en la obra de Hockney, pero también sus collages creados con revelados de Polaroid, con los que, a través de imágenes tomadas desde diferentes ángulos, construye obras que pueden considerarse cercanas al cubismo, y los trabajos de grandes dimensiones, con luces valientes y colores más atrevidos y originales como principales características. Es el caso de A Bigger Grand Canyon (1998), de casi siete metros de largo y compuesta por 60 lienzos unidos entre sí. La obra, referente de este periodo, fue creada poco antes de regresar a Europa para continuar con la exploración de paisajes más familiares, núcleo de una etapa más centrada en el paisajismo en la que destacan Bigger Trees Near Water (2007) y May Blosson on the Roman Road (2009), una espectacular explosión primaveral que el artista representa con maestría a través de la observación de un espino. Este momento de conexión de Hockney con su entorno, sin embargo, queda matizado en la exposición con cerca de 60 retratos, tanto personales como de familiares y amigos cercanos (se negó a pintar un retrato oficial para la fallecida reina Isabel II de Inglaterra porque no la consideraba lo suficientemente cercana), realizados en acrílico o iPad, que se exhiben junto a sus celebrados retratos de flores, revolucionarios a su manera. 

Giverny by DH (2023), acrílico sobre lienzo, obra propiedad del artista. Fotografía: ©️ Jonathan Wilkinson.

Hockney, quien en el pasado ya había experimentado con algunos procesos de impresión y revelado de imágenes, con las que incluso creó algunos collages, entró de lleno en el mundo de la creación digital durante su larga estancia en el norte de Francia, donde llegó en a finales de 2019. Allí, en tiempos de pandemia y en una casa de campo con jardín, el artista se dedicó a pintar con esmero y optimismo los cambios provocados por las estaciones—el paso del tiempo, en definitiva— y sus variaciones de luz, trabajos que compartía con amigos y también, en algunos casos, en las redes sociales. De esa investigación y descubrimiento personal, surgió poco después la serie 220 for 2020, que en la exposición parisina puede encontrarse en la primera planta. Además, en este espacio también pueden verse óleos y acrílicos, incluyendo un dibujo panorámico de 24 paneles inspirado en el tapiz de Bayeaux —según el propio Hockney la obra que “marca el comienzo del arte europeo”—, y deslumbrantes árboles en flor que rinden homenaje a Vincent Van Gogh. El pintor holandés también es uno de los protagonistas de una muestra que también hace especial hincapié en los diálogos creativos que Hockney mantuvo con los figuras de la historia del arte como Fra Angelico, Claude Lorrain, Paul Cézanne y los mencionados Van Gogh y Picasso, entre otros, y que sirve de puerta de acceso a una réplica del estudio del artista.

Y es que, al igual que Van Gogh, Hockney también atravesó problemas de salud que acabarían por definir los trazos de su obra. En 1970, recién comenzada la treintena, el oído del artista, fruto de una condición hereditaria, comenzó a resentirse, lo que le condujo a un encierro en sí mismo que terminó por impactar en su creatividad durante el resto de su vida; tanto, que Hockney llegó a declarar que sus problemas auditivos habían modificado la manera en la que percibía el espacio, dotándole de paso de un sentido más fino para percibir la luz y las sombras. También en su relación con la ópera, género al que, sin embargo, dedicó buena parte de sus esfuerzos, como demuestran sus escenografías para representaciones como El progreso del libertino (1975), de Igor Stravinsky, y La flauta mágica (1978), de Wolfgang Amadeus Mozart, ambas estrenadas el festival de Glyndebourne; Tristán e Isolda (1987), de Richard Wagner, presentada en el Los Angeles Music Center; o Turandot (1992), de Giacomo Puccini, estrenada en la Ópera Lírica de Chicago.  

La obra de Hockney, uno de los artistas vivos más influyentes del último siglo, ha podido verse en museos como el Guggenheim de Bilbao, donde sorprendió con sus paisajes; el Metropolitan de Nueva York; el Ludwig de Colonia; el LACMA de Los Ángeles; el Art Institute de Chicago; el Van Gogh Museum de Ámsterdam; la National Portrait Gallery, la Tate Modern y la Royal Academy of Arts de Londres (en 2012 la institución presentó David Hockney: A Bigger Pictures, más de 150 paisajes de Yorkshire de gran formato y 50 dibujos creados en iPad e impresos en papel), o el Centro Pompidou de París, espacio que en 2017 le dedicó una retrospectiva para celebrar el 80 aniversario de su nacimiento, elevándolo de paso como figura imprescindible del arte universal.


TE RECOMENDAMOS