Carolina Adriana Herrera lleva vestido de Carolina Herrera, carolinaherrera.com; anillos de Bulgari, bulgari.com; anillo de Cartier, cartier.com. Crédito: Nico Bustos.



Por Carmen Melgar

Su primera sesión de fotos profesional fue en 1988, en Barcelona, frente al objetivo de Antoni Bernad, como modelo del primer perfume que creó su madre. Casi cuarenta años después, Carolina Adriana Herrera Pacanins (Caracas, 1969), vuelve a posar para otro fotógrafo catalán, Nico Bustos, en esta ocasión en Madrid, ciudad en la que reside, para protagonizar la segunda portada de T: The New York Times Style Magazine México (unas semanas después, el 18 de marzo, su padre Reinaldo Herrera, icono de la moda y de la sociedad internacional, falleció en su apartamento de Manhattan). 


A lo largo de estas décadas, nombres como Arthur Elgort, Gilles Bensimon, Nathaniel Goldberg, Patrick Demarchelier, Annie Lebowitz o Mario Sorrenti han retratado a la ahora directora creativa de Carolina Herrera en la división de fragancias de la firma que creó su progenitora a principios de los 80 y a la que ella llegó por casualidad. No había demostrado especial interés por los perfumes hasta que la diseñadora venezolana la animó a formar parte del equipo que estaba en plena creación de la segunda fragancia. “Mis hermanas mayores estaban casadas, la pequeña en la universidad y yo era la que vivía en casa. Mi mamá me dijo: ‘Ayúdanos, estamos haciendo un perfume nuevo, para dos generaciones’. Y allí estábamos ella, Fabien Baron, que era el director creativo, Marc Puig y yo”. Era el año 1997, y lo que empezó como un pasatiempo puntual —que compaginaba con otra de sus pasiones, los documentales— se ha convertido en su profesión a tiempo completo. Hoy, es el único miembro de la familia trabajando en activo para la firma, y aunque su hermana pequeña, Patricia Lansing, colaboró mano a mano con la fundadora hasta 2018, año de su retirada, es Carolina la que mantiene el apellido cerca de la empresa. Pero lejos de intimidarse con la herencia de tan inmenso nombre, se toma el relevo como algo orgánico, porque tiene la esencia de su legado integrado: “Adoro lo que hago, no me siento responsable. Es bonito porque no veo que tenga una responsabilidad gigante, ha sido todo muy natural”. 


En las distancias cortas, Carolina Herrera Jr. es expresiva y no duda en la respuesta, le encanta hablar de sus recuerdos de infancia, de su familia, de sus tres hijos (fruto de su matrimonio con el torero Miguel Báez), de sus perros, de sus casas, de su pasión por las reformas o de los proyectos que lleva a cabo con sus amigas. Delante del objetivo es rápida, sabe cómo mirar a la cámara, cómo llevar un jersey de cuello alto o un vestido de fiesta con gran estilo y mínimo esfuerzo. Supervisa las fotos, le gustan. La moda, aunque forma parte de su ADN, nunca se encontró entre sus prioridades. Rodeada desde la cuna de algunas de las mujeres más elegantes del planeta, muchas de ellas íntimas de la familia, reconoce que, aunque la ropa le encanta, sus intereses siempre fueron otros. Su madre conquistó con sus diseños, porque socialmente lo había hecho mucho antes. En 1981 presentó su primera colección en el Metropolitan Club de Nueva York y enseguida se convirtió en adalid del buen gusto gracias a un estilo propio que Hamish Bowles, en el arranque de la introducción del libro que editó Alexandra Kotur en 2004 sobre la diseñadora venezolana, definió como “elegante, glamuroso, sin edad”. Un oasis de lujo silencioso en la era del exceso que representó la década de 1980. Un año después de aquel hito, cuando Carolina Herrera hija tenía 13 años, la familia se trasladó a vivir a Nueva York. 

Carolina Adriana Herrera, fotografiada el 26 de febrero en Madrid, llevando blusa de Carolina Herrera, carolinaherrera.com; (en su oreja derecha) pendiente Grain de Café de Cartier, cartier.com. Crédito: Nico Bustos.


A esa misma edad, su progenitora asistía, acompañando a su abuela, a un desfile de Balenciaga en París. Ironías de la vida, a la Carolina madre adolescente, rodeada de glamour y alta costura, le interesaban más en esa época los caballos que la moda. A Carolina hija, la música. Billy Idol y Madonna eran sus referentes y se preocupaba más por conseguir imitar el estilo de sus ídolos que el de las tendencias. “Ahora la juventud se interesa muchísimo más por lo que se lleva o lo que no. Antes teníamos otros referentes, que para mí venían de la música. Hoy en día, yo creo que por las redes sociales, se sabe muchísimo más de todo: de belleza, de looks, de actores, de actrices, de ropa, de diseñadores… Yo pasé de no saber nada a que ahora, de repente, mis niños lo saben todo. Yo creo que para mí ahí está la diferencia, no nos interesaba tanto. Ni siquiera creciendo rodeada de diseñadores. A mí lo que me gustaba era ir a una tienda vintage a comprarme una chamarra de cuero parecida a la que hubiera sacado Billy Idol en un video o en una entrevista”. De su armario colgaban marcas como Guess o Benetton, pero también le perdía ir a Charivari, la cadena de tiendas fundada por la familia Weiser, donde se concentraba la mayor vanguardia del diseño; el lugar no solo donde comprar, sino también donde había que estar. Allí se concentraban los nombres más punteros del diseño japonés y europeo, desde Katherine Hamnett y Helmut Lang, hasta Issey Miyake y Yohji Yamamoto. “Era lo más. Y los que trabajaban ahí eran como wow. También en Patricia Fields íbamos a ver a un dependiente que nos encantaba”. 


Ser adolescente en Manhattan forja carácter, aunque Carolina Herrera ya venía con él de casa. En Caracas, su infancia transcurrió como en un cuento, totalmente libre, jugando y soñando. Más allá de rebeldía, lo que sentía era curiosidad por todo lo que el mundo le podía ofrecer. La familia Herrera vivía en una hacienda a las afueras de la capital venezolana, rodeada de vegetación y de vida. De mucha vida. “Todo aquello que tuve es lo que he intentado recrear para mis hijos en España: el amor por la naturaleza, por los perros (en casa tenemos tres), la libertad, jugar, pensar, no aburrirse”. Todo, más la obligación de ir a la escuela. Tercera de cuatro hermanas, cuenta que hizo homeschooling hasta los ocho años, y se ríe al recordar que cuando su madre se enteró de que iba a llevar a sus hijos a ir a la guardería, pensó que los estaba torturando: “Me dijo ‘¿qué es eso de ir al colegio a esas edades?’. No entendía nada porque a mí me llevó muy tarde, la escuela le parecía la pérdida de tiempo más grande del mundo”. Su hermana Patricia también rememora cómo era la vida juntas en su ciudad natal: “Estábamos siempre jugando, corriendo por los jardines, subiéndonos a los árboles, libres. Compartíamos cuarto y recuerdo hablar todas las noches antes de dormir. Ser la hermana pequeña ha sido lo mejor. He aprendido de ella cómo ser mejor amiga, cómo ser más positiva y abrir los ojos”. De ella destaca su sentido de humor, la autenticidad, que dice las cosas claras, lo leal, positiva, intelectual y estilosa que es, “una persona que tiene mucha fuerza y que no deja que los momentos difíciles la paren”. 


Junto a esos recuerdos de infancia, se encuentran también los primeros aromas que Carolina Herrera tiene grabados en su memoria olfativa. “Me acuerdo del olor a jazmín, que es increíble y es la flor icónica de la marca. Pero es que yo crecí con ese olor. Mi mamá mezclaba aceite de jazmín y nardos que compraba en Bloomingdale’s incluso antes de vivir en Nueva York, sitio al que yo la acompañaba. Y creo que de ahí nace su primer perfume, Carolina Herrera. Ese aroma me traslada la cabeza a aquella época”. El petricor —el olor a tierra después de una tormenta—, el de las flores y los árboles, es también su magdalena de Proust, esa conexión neuronal que, sin querer, se queda grabada en el cerebro y que intentamos reproducir de alguna manera en la edad adulta. “Ahora recreo todo eso en el jardín. Yo busco siempre jardín con casa en vez de casa con jardín. Me da mucha vida”.  

Dos piezas de Carolina Herrera, carolinaherrera.com; pendiente Serpenti Viper de Bulgari, bulgari.com. Crédito: Nico Bustos.


De casas sabe mucho, a sus 55 años, su currículum residencial está formado por casi una veintena. Ha pasado por viviendas de todo tipo, desde la hacienda en Caracas hasta pisos en Manhattan, Madrid, Sevilla o Los Ángeles, ciudad a la que se mudó con el corazón roto. Fue a finales de los 90, cuando ya había descubierto su afición por el cine y se había dado cuenta de que su gran vocación, la medicina, no era para ella. “Yo quería ser médico y estudié para ello. Cuando me gradué, empecé a trabajar en un laboratorio en la Universidad Rockefeller, en Nueva York, con un doctor que hoy en día lidera la asociación AID FOR AIDS. Estuve con él en la investigación contra el VIH en 1992, pero me percaté de que no estaba preparada para la vida en el laboratorio”. En una cena conoció a un director de cine al que le contó sus inquietudes sobre su vocación frustrada, la medicina, y que no quería llevar una vida sin saber del mundo. Esa misma noche fue contratada. “Empecé a entregar guiones que le llevaba en autobús, porque el tipo no tenía dinero”. Después de trabajar en varias compañías del sector, y ya en Los Ángeles, comenzó a desarrollar junto a la cineasta Victoria Clay-Mendoza un documental sobre el toreo, Maletilla, inspirado en la experiencia del padre de Clay-Mendoza, que quiso ser torero. El rodaje de la película, estrenada en 2003, la trasladó a España, país que había visitado innumerables veces con sus padres, pero que, por alguna razón, no le había terminado de conquistar. Rondando la treintena, descubrió un lugar nuevo, esta vez a través de sus ojos: “De Madrid me encantó el estilo de vida, que era muy familiar, no había el correteo de Nueva York, era todo más tranquilo. Me recordaba a mi infancia. También el cielo, la gente… En mi círculo, muchos eran amigos de mis padres que me estaban abriendo puertas, pero ya había descubierto mi ciudad”. Lo que más le apasionaba era viajar por España, creando, pensando, ideando para un rodaje que las condujo a las dos, durante cuatro años, a seguir la trayectoria de Iván García, César Jiménez y Sebastián Sánchez-Mora.


Con su amiga no solo redescubrió un mundo que le cambió la vida, y que le llevó a conocer a su futuro marido, sino que también viajó a México. Pisó por primera vez Ciudad de México a mediados de los 90, y el caos de la ciudad, que tanto le recordaba a Venezuela, y esa parte latina de los mercados, la vida y las capillas, le fascinaron. “Vivir México de la mano de una íntima amiga local es un buen comienzo. Siempre me gusta ir a Tlalpan, que es donde vive ella, donde sus padres se mudaron cuando era pequeña, para recordar mis inicios mexicanos, además me encanta la iglesia del pueblo. Siempre voy al [restaurante] Contramar, que es un clásico donde todo el mundo quiere ir, ya sea local o de fuera. Ahora tengo muchos amigos, es un lugar donde viviría porque es alegre, hay una cultura y un arte increíbles, comida maravillosa, lugares para visitar… Todo”. 


Tal es su amor y devoción por el país, que en 2022, a raíz de uno de sus viajes, surgió la colaboración con maestras y maestros de artesanía mexicana para celebrar el arte huichol. Me gustas mucho México fue una sinergia entre la creatividad local y la división de perfumes de la casa Herrera. El resultado fue una interpretación del frasco del perfume Good Girl cubierto con diferentes creaciones elaboradas con arte huichol y realizadas en hilo de algodón sobre una capa de cera. La colaboración expresaba “la riqueza cultural y ancestral de los wixárikas”. Entre los artistas que participaron en las obras se encontraban nombres como Tuluima Hernández, Magneto Catarino Aguilar, Karen de la Cruz o Anselmo Carrillo Sánchez, entre otros. “Me entrevisté con diferentes artesanos, rodamos un video, fue algo muy bonito”. El resultado se pudo ver en una casa intervenida para la ocasión en Polanco, donde mostraron la colaboración, la experiencia de los maestros del arte huichol de Jalisco y Lupitas de Celaya. “En principio iba a estar ese año hasta Navidad, pero tuvo tanto éxito que se alargó”. Aún estaba por venir la presentación de la colección resort 2025, que se celebró en el Museo Anahuacalli y en la que Wes Gordon, director creativo de la marca, rindió homenaje al país en una carta de amor convertida en una colección para la que también contó con la maestría de Virginia Verónica Arce, de Xicohténcatl, Tlaxcala, cuyos bordados protagonizaron tres piezas del desfile.

Usando suéter de Carolina Herrera, carolinaherrera.com; collar Serpenti Viper de Bulgari, bulgari.com. Crédito: Nico Bustos.


La cultura ha moldeado la vida y la trayectoria de Carolina Herrera, pero el arte tiene un capítulo destacado en su biografía. Pupila de Francisco Calvo Serraller, que fue historiador y director del Museo del Prado de Madrid, sus enseñanzas marcaron su camino: “Paco te podía hablar de la vitalidad de una mosca igual de bien que de un libro o de la vida de Picasso, hilaba todo perfectamente. Para mí hay un antes y un después en cómo ver la vida, cómo leer un libro, cómo ser elocuente y tener memoria. Era impresionante, porque no era lineal, pero entendías todo perfectamente”. Habla de Balthus, de ARCO [feria de arte contemporáneo de Madrid], de lo que le gustaba ir a Art Basel Miami, del paseo botánico por el Museo del Prado, de una visita con su hija a una exposición de Cy Twombly en Nueva York. Dice que ahora no se agobia con querer verlo todo allá donde va, que antes se hacía listados para no perderse nada, pero es que tampoco para. Se encuentra en plena reforma de una nueva casa que acaba de comprar, hogar que compartirá con sus tres hijos —Olimpia, Miguel y Atalanta—, a los que transmite los mismos valores con los que fue criada: “educación, generosidad, humildad, no tener miedo, amor, respeto, aceptación…”. A ellos les ha inculcado la misma libertad con la que vivió ella. “Crecieron en el campo, que estaba muy integrado en la familia desde que eran pequeños, pero a partir de los 13 ya no quisieron ir tanto”. Igual que cuando ella llegó a Nueva York, sus adolescentes comenzaron a tener vida propia. “No soy nada estricta, por ejemplo, con la hora de llegada, porque ellos confían en mí y me lo cuentan todo. Recuerdo que mi exmarido siempre les decía ‘quien es gallo de noche, es gallo de día’. Quiero que sean libres, aventureros, pero que tengan muy claro que la vida tiene consecuencias y que no se miente”. 


En esa nueva casa también disfrutará de la soledad, una de sus aficiones: “Me encanta poder leer sola. Soy muy de momentos míos”. Ahora está leyendo Las uvas de la ira, de Steinbeck, “me parece una belleza”, y en su vida le han marcado La montaña mágica, de Thomas Mann; El mar, el mar, de Iris Murdoch, o El buen soldado, de Ford Madox Ford. “Me encanta cómo empieza: ‘Esta es la historia más triste que jamás he oído’”, dice. Ahora, a sus retos al frente de las fragancias de Carolina Herrera, se suman proyectos de índole personal. Apasionada del arte, ha fundado junto a tres amigas —Anuca Aísa, Amparo Corsini y Paz Juristo—, Philocalist, una iniciativa con sede en Madrid que nace con vocación de agitación cultural. “Queremos organizar cosas bonitas, que no sean las típicas que pasan en la ciudad y traer a gente. Queremos que sea un lugar de encuentro, de cultura, tenemos charlas. Es un proyecto vivo que va cambiando aunque no hay un programa de actividades, porque cada una tiene otro trabajo”. Esta sesión de fotos y esta entrevista finalizan justo en el momento en el que Carolina Herrera tiene una comida para reunirse con sus socias. Se va como ha llegado, sonriendo y despidiéndose de todo el equipo, dejando el rastro de su esencia, como en los perfumes de la casa Herrera. Un poquito de ella, un poquito de su historia, un poquito de la de su familia.


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