
Por Ariadna Bueno
Fotografía por Víctor Trani
Dirección creativa por Kira Álvarez
En el universo de Dolce&Gabbana, una joya no nace para adornar, sino para contar una historia. Cada creación encierra la voz de un territorio, la memoria de un oficio y la emoción de una mirada que se detiene en la belleza. La joyería de la casa italiana cuenta una historia única en la que la refinada tradición orfebre transalpina se encuentra con la fuerza creativa de la marca, dando vida como consecuencia a creaciones que celebran la belleza, el arte y la pasión por la artesanía de alta calidad. Una filosofía que respira tiempo, devoción y carácter.

Desde su taller de Legnano, a las afueras de Milán, sesenta artesanos transforman el oro y las gemas en lenguaje. Cada pieza es el resultado de un proceso minucioso que combina la herencia de siglos —filigrana tejida a mano, cera perdida, esmaltes pintados…— con la precisión contemporánea de las herramientas digitales. En ese cruce entre la tradición y la tecnología, la joya se transforma en una obra viva, algo que pertenece al presente pero que conserva el alma de lo eterno.

Dolce & Gabbana insiste en que una joya solo está terminada cuando logra emocionar a quien la contempla. No hay producción en serie, sino una coreografía de manos que moldean el metal hasta convertirlo en joya. Esa reverencia por el trabajo manual se extiende a la selección de gemas, que en lugar de regirse por el tamaño o por el quilataje, lo hace por su carácter. En sus diseños, las combinaciones de color se estudian manualmente para crear armonías capaces de generar un efecto óptico único y refinado. El resultado es un equilibrio cromático que al mismo tiempo evoca los mosaicos bizantinos, la cerámica siciliana y la intensidad del sol sobre el mar.
El reloj Rainbow, por ejemplo, condensa el ideal de Dolce & Gabbana con una mezcla de rigor técnico y exuberancia sensorial. Su esfera de oro amarillo de 18 quilates late bajo el resplandor de gemas multicolores —amatistas, turmalinas, topacios, cuarzos, peridotos— en una disposición que parece seguir el arco de la luz. En contraste, el collar Butterfly, realizado también en oro de 18 quilates, se despliega como una escultura portátil gracias a las aguamarinas, tanzanitas, berilos y rubíes y los 442 diamantes. El metal parece aligerarse en el aire, mientras que las gemas forman un jardín flotante sobre la piel.

En conjunto, estas joyas de edición limitada resumen la visión de la casa. En un tiempo dominado por la prisa, Dolce & Gabbana se atreve a reivindicar el gesto minucioso. El oro, las gemas, las técnicas ancestrales, el color y el símbolo se conjugan en una narrativa que habla tanto de arte como de deseo.