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Redacción T Magazine México 

En Copenhague, una mesa se ha convertido en laboratorio de sobremesas. No se trata de restaurantes ni de menús degustación con solemnidad de museo, sino de un proyecto personal que nació entre café de moka, pasta sobre la mesa y amigos dispuestos a estirar la noche hasta donde diera el hambre de azúcar. Klara Jespersen, pastelera con vocación de anfitriona, empezó en 2022 lo que llamó Klara’s Table con un gesto tan obvio como peligroso, ¿qué tal comer postre todos los días?

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Entre azúcar y confidencias. Crédito: cortesía.

La cocina, que siempre fue territorio de confidencias, se convirtió para ella en escenario. Los primeros encuentros íntimos se transformaron en cenas privadas y luego en eventos para marcas internacionales. Pero el gesto no cambia, se trata de replicar la calidez de la barra de la cocina, donde los secretos se dicen con las manos llenas de harina. Ese traslado del desorden doméstico al artificio del evento es lo que le da una vibración distinta a su propuesta.

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En sus mesas, los postres no cierran una cena, la prolongan. Un trozo de tarta equivale a una hora más de charla, un gesto más de complicidad. La sobremesa se vuelve ejercicio contra el final de la noche. Room for dessert no es un eslogan sino un recordatorio: siempre queda espacio para algo más, y nos invita a re pensar, que las nuevas tendencias han satanizado a grados terribles el azúcar, como si no fuese parte fundamental de los placeres humanos, como si se tratara de algo políticamente incorrecto, y sí, quizá lo sea, pero Klara no tiene  por fortuna, reparo en ello.

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El juego atraviesa todo lo que hace, desde tartaletas diminutas hasta pasteles de boda, desayunos mínimos hasta fiestas de moda. El postre como pretexto para probar estéticas, texturas, excesos.


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