Cortesía de Clarence House.

Redacción T Magazine México

Cuando el diseñador de interiores Robin Roberts fundó Clarence House en Nueva York en 1961, lo hizo movido por una convicción, que el diseño podía ser tanto un acto de artesanía como de innovación. En sus inicios, la firma importaba tejidos europeos que nunca habían cruzado el Atlántico, materiales que transformaron por completo el panorama decorativo estadounidense. Con el tiempo, esa curiosidad inicial se convirtió en una filosofía, crear sin concesiones, combinar arte y tecnología para dar forma a lo extraordinario.

Hoy, más de seis décadas después, Clarence House es sinónimo de excelencia en el mundo del interiorismo. Su estudio de diseño, junto con una red de talleres y archivos textiles europeos, mantiene viva una tradición que no se conforma con replicar el pasado. Cada tejido, cada papel tapiz, surge de un proceso minucioso donde el color, la textura y la escala se convierten en herramientas narrativas.

Cortesía de Clarence House.
Cortesía de Clarence House.
Cortesía de Clarence House.

Bajo la dirección artística de Kazumi Yoshida, la marca ha consolidado un lenguaje visual que desafía lo convencional. Su dominio del hand-screen printing —la técnica de impresión manual que define muchas de sus colecciones— permite una profundidad y riqueza cromática que pocas casas conservan. El resultado son composiciones que oscilan entre lo clásico y lo contemporáneo, entre la sofisticación europea y la energía irreverente de Nueva York.

Las creaciones de Clarence House no solo visten hogares y proyectos de diseño, también habitan museos y residencias históricas donde la belleza se entiende como patrimonio. Pero más allá de la materialidad del tejido, lo que distingue a la firma es su capacidad para traducir ideas en atmósferas. En su universo, cada fibra encierra una historia, cada color tiene una voz, y cada espacio se convierte en una obra habitable.


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