
Por Daniela Valdez
Después de un viaje a su natal México, Gaby Muñoz, también conocida como Chula the Clown, responde mi videollamada desde su casa en Helsinki. Irónicamente, su micrófono no funciona, y noto divertida que no necesita ni una sílaba para expresarse. Tras las fallas técnicas, soy testigo de un despliegue de colores pastel, telas de ensueño y detalles preciosos en cada rincón. Se trata de un escenario onírico, como sus shows, acompañados por el maravilloso vestuario que diseña su hermana, Valentina Muñoz. Durante su carrera, Gaby Muñoz ha causado risas, llantos y tocado las vidas de humanos grandes y pequeños en todo el mundo. En la década de 2010 Chula the Clown giraba Perhaps, Perhaps… Quizás interpretando a Greta, un personaje que creó al romper con su novio e inspirado en la Miss Havisham de Grandes Esperanzas de Charles Dickens, la viuda adinerada que, tras ser plantada en el altar, usa su vestido de novia hasta el fin de sus días. En Limbo, un proyecto que tardó una década en conceptualizar, retrata sus sueños después de estar dormida durante un mes, y llegó antes de Dirt y The Sound of Silence, esta última producción junto a la directora de orquesta Alondra de la Parra. A través de los años, los personajes de Muñoz han ido evolucionando con ella y nuestros tiempos. Hoy, goza de reconocimiento en todo el mundo, moviendo conciencias con temas como el amor, la soledad, la muerte y lo que significa vivir. Todo ello sin decir una sola palabra. Esto fue lo que platicamos, editado para obtener mejor claridad.
Daniela Valdez (DV): ¿Puedes compartir un poco sobre tu trayectoria?
Gaby Muñoz (GM): Estudié Literatura Latinoamericana, y no terminé porque empecé un curso de teatro amateur en la universidad y me encantó. Ahora me doy cuenta de lo maravilloso que ha sido escuchar mi instinto, porque vendí todo y me fui a Inglaterra. Más adelante, tuve que aceptar, como un ejercicio de confianza en mí misma, que ese no era el camino, pero me estaba acercando.
DV: ¿Cómo supiste que querías ser payasa?
GM: Exploré un poco el teatro musical, luego encontré el teatro físico, la expresión corporal y las máscaras, lo que me llevó al payaso. Siempre me ha gustado hacer reír a los demás, pero no lo consideraba como una profesión. Pero cuando encontré el mundo del payaso, también encontré un sentido de pertenencia en un mundo donde nunca había sentido que pertenecía. Los payasos me dieron una tribu, poder decir finalmente “nunca me había sentido tan cómoda en otro lugar”.
DV: Escuchar nuestra intuición nos conecta con algo mayor que nosotras mismas. Para mí no es una voz, es como una patada en las vísceras que me dice “aquí es”. ¿Cómo sabes que vas por el camino correcto?
GM: Creo que se trata de confiar en el universo y en una misma, siempre preguntarnos dónde somos más felices e ir encontrando la voz propia. Al ser realmente quien eres te enfrentas a otro tipo de obstáculos: es sumamente gratificante y liberador, pero también solitario. Quizás al crecer intenté callar esa voz, pues también quería pertenecer, no ser parte de quienes vivimos en las periferias de la sociedad. Después de muchos años, finalmente abracé que no vivo ni aquí ni allá, sino en los bordes, en una especie de puente. Entonces, no me da miedo adentrarme en mis propios demonios y abrir mis propias heridas si al final esto ayudará a sanar a otros, porque pensarme como ese puente empático donde no hay límites de género, ni de raza, culturas o idiomas me parece un potencial bellísimo de la humanidad.
DV: Me parece que la vida de los proyectos es cíclica para muchos artistas. Si escribes un libro, después de un tiempo sientes la necesidad de escribir otro. Y es que, como humanas, nos vamos reinventando, reconociendo y reencontrando constantemente. ¿Es así como concibes tus espectáculos?
GM: Creo que, como artista, una tiene que hacer ese tipo de provocaciones. A mí me encanta sentirme incómoda, y las historias que más miedo me dan y que sé que más me van a incomodar son las que más me emociona hacer. Sé lo importante que es el público, pero también mi proceso.
DV: Platícame sobre Julieta, tu más reciente espectáculo.
GM: Julieta era tía de mi mamá, pero para mí fue como una abuela. Murió a los 85 años y tuvo una vida muy diferente, muy radical: no tuvo hijos, era pianista y periodista, se casó con un español. Le dio cáncer muy joven, le quitaron las mamas y más adelante enviudó. Para Julieta, él era lo máximo, y lo amó profundamente, pero también quería vivir su vida. Se juntaba con sus amigas: las viudas del jazz. Se llamaban así porque todas eran viudas y todas músicas, y entonces iban al salón de belleza y se ponían bien borrachas y salían de ahí más despeinadas que como entraron. Durante la pandemia, pensé mucho en la gente mayor y en cómo habíamos decidido abandonarlos. Mucha gente mayor muere en una soledad tremenda.
DV: Especialmente durante la pandemia, cuando perdimos a muchos seres queridos de la tercera edad.
GM: Mi papá, como Julieta y sus amigas, era una persona carismática y libre, era también bohemio y de pensamiento maravilloso. De pronto un día ya no salió de su casa, luego de su recámara, luego ya no se levantaba de la cama y un día me entregaron una caja con sus cenizas. Ese trayecto me sorprendió y me hizo reflexionar: ¿qué es lo que nos llevamos en esta cajita de madera? ¿Cómo nos reducimos de pronto a esto? La traducción de esta imagen a narrativa fue el espacio en el que uno se va haciendo de cosas, recuerdos e historias. La historia de Julieta es muy sencilla: la vida de esta mujer meses antes de trascender, y la casa que se va adaptando con ella de tal manera que, al final, se vuelve una cajita. Pienso en la muerte no como algo negativo, sino como que la vida te queda muy chica, pues creciste de más.
DV: ¿Cuándo podremos ver Julieta en México?
GM: Presento Julieta desde el 7 de mayo y hasta el 15 de julio en el Teatro Milán de la Ciudad de México, con música original de Natalia Lafourcade en coproducción con Chamäleon Theater Berlin, TOHU Montréal y Ruhrfestspiele Recklinghausen.
DV: Me gustaría entender más sobre tu proceso, ¿cómo pasas de pensar en Julieta a crear un mundo en el que se puede sumergir tu audiencia? ¿Es un proceso que pasa por la razón? ¿Sigue alguna realidad tangible?
GM: Para crear esto en específico, una de las visiones que tuve fue la caja. Luego, definí los espacios: la sala, el baño, el dormitorio y el ataúd, o tu cajita final. A partir de ahí, surge una reflexión sobre las cosas importantes para los viejitos, la sensación del tiempo. Julieta no estaba muy ocupada, pero para ella siempre era la hora de algo. Pero ¿cómo explicarlo sin palabras? Haciendo repeticiones, creando un loop: la vemos haciendo lo mismo una y otra vez, solamente un poquito distinto porque se va acabando cada vez más. También me fascinaban sus lentes de fondo de botella, y me preguntaba: ¿qué es lo que verá? ¿Cuáles son las distorsiones que trae la edad? Quería hablar de esos momentos de la vida en los que ya no tienes tantos filtros.
DV: Me atrevería a decir que la desnudez al envejecer es prácticamente un tabú, pero al final es lo más natural del mundo.
GM: Completamente. Algo que me parece fascinante de la cultura finlandesa es que justo en las saunas veo todo tipo de cuerpos: señoras muy mayores, grandotas o pequeñitas, mujeres que tuvieron cáncer, etc. Al final todo el mundo habita su piel y es precioso.
DV: No sabemos qué vida interior tienen las personas mayores. Gracias por poner esa reflexión sobre la mesa.
GM: Para mí, era como crecer más que la vida, que era al final eso: uno crece tanto y la vida le sonríe, y si todo va bien acabas creciendo tanto que dejas de existir en esta experiencia y te conviertes en todo. Para mí, ha sido una manera muy bonita de sanar nuestro concepto de [la] muerte. Es una gran fortuna que una hora al día pueda volver a ver a mi papá y a Julieta, porque este show es un portal que me permite reconectar con ellos. En la escenografía, hay fotos de ellos en todos lados. Eso me ha ayudado a sanar.
DV: Sanas tú y sanamos todos y todas alrededor de ti.