Tejedoras en las escaleras de la Bauhaus en Dessau, 1927.  Foto, cortesía de Bauhaus-Archiv, Berlín.

Carolina Chávez Rodríguez

La historia de la Bauhaus se ha contado demasiadas veces desde el mismo punto de vista. Los grandes nombres —los maestros, los fundadores, los arquitectos— han ocupado durante décadas un protagonismo absoluto, mientras que las mujeres que impulsaron algunos de los gestos más radicales de la modernidad permanecieron en la periferia del relato oficial. Sin embargo, fueron ellas quienes transformaron la escuela desde adentro, no solo con obras, sino con una manera distinta de habitar el espacio y el entorno, de pensar el diseño y de entender la libertad creativa en un contexto que no siempre las quiso ahí.

Cuando Anni Albers se sentó por primera vez frente a un telar, no lo hizo desde la obediencia al rol tradicional asignado a las mujeres en la escuela, sino desde la intuición de que ese territorio podía expandirse hacia la abstracción, la investigación material y la sensibilidad contemporánea. Lo mismo ocurrió con Gunta Stölzl, la única mujer en dirigir un taller en toda la historia de la Bauhaus, quien convirtió el tejido en laboratorio, discurso y estructura.

Anni Albers. 1899 – 1994. Foto: cortesía del archivo institucional.

En paralelo, Marianne Brandt desafió la noción de que la metalurgia pertenecía exclusivamente al ámbito masculino. Sus lámparas, ceniceros y objetos utilitarios anticiparon la estética industrial del siglo XX, abriendo paso a un lenguaje donde la forma y la función se sostienen mutuamente sin estridencias. Alma Siedhoff-Buscher, desde otro ángulo, entendió que el juego también podía ser arquitectura: sus muebles y juguetes evidencian una inteligencia espacial que pocas veces se nombra.

Marianne Brandt (1893-1983). Foto: cortesía del archivo institucional.

El mapa se completa con Lilly Reich, quien trabajó hombro a hombro con Mies van der Rohe en el diseño de interiores y exposiciones, y con Wera Meyer-Waldeck, pionera en la vivienda social y en la reconstrucción de la posguerra. También con Ise Gropius, una figura clave en la edición, organización y difusión de la Bauhaus, cuyo nombre rara vez aparece junto al de los hombres que capitalizaron su trabajo.

Wera Meyer-Waldeck, 1906 – 1964). Foto: cortesía del archivo institucional.
Lilly Reich 1885-1947, Foto: cortesía del archivo institucional.

El peso de estos nombres no es menor. Lo que hicieron no fue “complementar” la escuela, sino sostenerla: ampliaron los lenguajes visuales, propusieron nuevas pedagogías y demostraron que la modernidad no era un manifiesto rígido sino una práctica viva. Lo hicieron, además, en un contexto donde ser mujer implicaba aceptar un espacio asignado por otros. Ellas no lo aceptaron del todo.

El reconocimiento que hoy reciben es, en parte, una corrección histórica. Pero también es un recordatorio de que la modernidad nació con muchas voces, y que algunas de las más audaces fueron sistemáticamente omitidas. Volver a leer la Bauhaus desde estas mujeres es, finalmente, recuperar el trazo oculto de la vanguardia.


TE RECOMENDAMOS