La actriz Glenn Close, fotografiada en el lugar donde está construyendo su futura casa en las afueras
de Bozeman, Montana, el 4 de agosto de 2025, viste un abrigo y mono (se vende con bufanda)
de Louis Vuitton, louisvuitton.com.

Nick Haramis

Fotografía por Joshua Woods

Estilismo por Delphine Danhier

Nubes bajas ensombrecen el sol de abril mientras Glenn Close da vuelta en un camino rural hacia el lugar donde, según dice sonriendo, planea morir. La actriz, de 78 años, comenzó su día como cualquier otro. Poco después del amanecer se puso un pantalón de trabajo color café de Carhartt y una camisa blanca abotonada, y le dio de comer a Sir Pippin of Beanfield, o Pip, su bichón habanero de 9 años.

Fueron juntos en el coche desde su casa de dos habitaciones en una zona modesta de Bozeman, Montana, una ciudad de esquí a los pies de las Montañas Rocosas, hasta Main Street Overeasy, para desayunar unos hotcakes que empapó con su propia miel de arce canadiense, que el dueño del local guarda en la cocina. A un lado del frasco, Close escribió con Sharpie negro los nombres de quienes pueden usarlo: Alexander Sandy Close, su hermano menor; Tina Close, su hermana mayor; Jessie Close, su hermana menor; Annie Starke, su única hija; y Marc Albu, el esposo de Annie; además de algunos sobrinos, sobrinas y cuñados. Después del desayuno, Close visitó a Sandy, de 74 años, tornero de oficio, en su taller, para preguntarle si podría pulir unas perillas de cobre, y luego se dirigió a una tienda de materiales para el hogar en busca de una astilladora hidráulica.

Poco antes del mediodía, llegamos a una zona no muy al norte de Bozeman, al lugar que se convertirá en la casa que siempre soñó. Desde lejos, una media docena de estructuras de piedra y madera interconectadas, organizadas alrededor del edificio principal, con una amplia sala y comedor donde habrá una imponente chimenea y un altillo para ver películas, parece más un club de campo que una residencia privada. Ella señala una diminuta casa de huéspedes, casi idéntica a la cabaña de sus abuelos maternos en Greenwich, Connecticut, donde vivió de forma intermitente durante su infancia. “Cuando ya esté muy débil, ahí es donde voy a estar”, dice. “Va a quedar apretadita, pero acogedora”.

Fuertes ráfagas que atraviesan el sitio en construcción hacen vibrar el revestimiento de abeto y el arroyo que parte en dos la extensa propiedad. Close no puede esperar a sentir lo que será estar ahí cuando esté terminada: tardes relajadas en la biblioteca, el sonido de su nieto, Rory, jugando afuera. “Y una gran sala maravillosa para reunirnos todos”, dice. “Nunca hemos tenido algo así”. El complejo —al que llama Mooreland, en honor al lado materno de su familia— es, en parte, un tributo a sus hermanos. Jessie, quien padece bipolaridad, llegó a Bozeman en 1984 durante una serie de episodios; una amiga le dijo que era fácil encontrar trabajo ahí. En 2019, mucho después de que Sandy alcanzara allí a su hermana, seguido por Tina, Close se mudó definitivamente desde Nueva York. “Cada clavo existe gracias a un personaje al que he interpretado”, dice mientras observa a su alrededor. “Me voy y hago películas para poder pagar esta casa”.

Nos guía hacia afuera hasta un pequeño monumento dedicado a su tío John Campbell Moore, quien falleció en un ataque naval durante la Segunda Guerra Mundial. “Creo que todos estaban en la proa cuando cayó el misil”, dice. “El único consuelo de mi mamá era pensar que, con suerte, murió de inmediato”. Aunque esto ocurrió cuatro años antes de que Close naciera, su voz se quiebra mientras lee el epitafio: un poema que él escribió a los 9 años. “ ‘Semillita, semillita’ ”, comienza, “ ‘¿tienes planeado convertirte en flor y erguirte sobre la tierra?’ ”. Starke, de 37 años —actriz y chef de televisión e hija del productor cinematográfico John H. Starke, con quien Close salió algunos años a finales de los ochenta, poco después de su segundo divorcio—, pasa a visitarla con Rory, su bebé de tres meses. “Te están dando el tour completo, ¿verdad?”, me dice conteniendo la risa. Pero Close no pierde la concentración. “ ‘Florecita, florecita, cuando eras semilla, ¿por qué te volviste flor en vez de hierba?’ ”.

A casi 3,000 metros de altura, el pico Sacagawea, la montaña más alta de esta zona del suroeste de Montana, se eleva justo detrás de Mooreland. Close, que propuso que subiéramos un tramo, dirige su coche todoterreno por una serie de curvas cerradas junto al acantilado. Cuando la nieve se vuelve demasiado profunda, seguimos a pie, deteniéndonos solo para recuperar el aliento o identificar restos de animales en el sendero. Al llegar a un arroyo, se tiende boca abajo sobre un borde cubierto de musgo y bebe. “Tienes que probar esto”, dice. Al verme dudar, toma otro sorbo. “Te podría dar giardiasis”. Luego da un trago más y sonríe. “Pero es una forma fácil de perder unos kilos”.

Cuando alcanzan cierto nivel de fama, la mayoría de los artistas tienden a retirarse del mundo, haciendo espacio, ya sea por elección o por consecuencia, a la idea de una persona, la estrella. Hoy en día, pocas de esas estrellas hablan sin filtros con periodistas. Los pódcasts, en especial los de otras celebridades, ofrecen una intimidad más cómoda; las redes sociales brindan la ventaja de la inmediatez y el control. Pero Close pertenece a otra generación. Para ella, la franqueza es una estrategia en sí misma: incluso en sus momentos más vulnerables o humildes, nunca deja de ser consciente del público. Cuando pide algo de tomar, pronuncia cada palabra con claridad (“Matcha. Latte. De. Doce. Onzas” [355 ml]), como si se dirigiera hacia los que están en el balcón de un teatro. Y cuando echa la cabeza al reír, casi puede escucharse el destello de las cámaras. También escucha de forma muy atenta y capta rápido las señales de quienes la rodean. Kim Kardashian, de 44 años, su compañera de elenco en All’s Fair, la nueva serie de Hulu creada por Ryan Murphy sobre un despacho de abogadas de divorcio, la describe como “una mentora” y “una aliada de las mujeres”. John Lithgow, de 80, quien ha trabajado con Close en tres proyectos —entre ellos El mundo según Garp (1982) y una puesta en escena de 2014 de Un delicado equilibrio, de Edward Albee—, cuenta que ella siempre procura crear un espacio donde los actores puedan reunirse. (“Cuando hicimos Un delicado equilibrio, animó a muchos de los que ya habíamos trabajado juntos a traer fotos de nuestra historia compartida”, recuerda. “Eso es muy, muy Glenn”). El inversionista Warren Buffett, de 95 años, quien es su amigo y la acompañó con el ukulele cuando cantaron juntos la balada de 1986 Glory of Love en Fortune’s Most Powerful Women de 2013, dice: “Ella suele lograr ponerme en situaciones en las que termino con la cara roja”. Motivado por Close, el compositor Andrew Lloyd Webber, de 77, quien se describe como una persona a la que siempre le han gustado los gatos, compró tres bichones habaneros después de “la espantosa película Cats [en 2019]”, dice. “Glenn no se parece a ninguna de las grandes estrellas de cine que conozco, en el sentido de que es normal, quiere reírse y no quiere hacer nada que no sea divertido”.

Suéter, blusa, pantalonesy botas de Celine, celine.com.

Parte del encanto de Close reside en que sigue siendo, por improbable que parezca, una outsider. Tras ganar tres premios Emmy, tres Tony y tres Globos de Oro, sigue siendo la que lleva las de perder: una actriz dramática con formación en teatro musical; una femme fatale que puede ser tímida fuera de cámara; una protagonista habitualmente ignorada por la Academia (con ocho nominaciones al Oscar, el mayor número sin llevarse la estatuilla). En sus papeles más celebrados, incluso los más discretos, desde la intrigante marquesa de Relaciones peligrosas (1988) hasta la relegada Joan Castleman, autora secreta de la obra premiada con el Nobel de su esposo en La buena esposa (2017), las interpretaciones de Close conllevan una enormidad, una teatralidad desbordante que comparte con Patti LuPone, Bernadette Peters y otras grandes del escenario. Y si algunas de sus interpretaciones rozan lo teatral —su Cruella de Vil en 101 dálmatas (1996) y su secuela fue una especie de drag; también lo fue presentarse en un estreno caracterizada como el personaje— es precisamente esa intensidad la que, paradójicamente, hace que esos personajes resulten más cercanos. En esta era de la aparente naturalidad, cuando muchas personas temen parecer que se esfuerzan demasiado o que les importa demasiado, Close siempre deja ver los engranajes del oficio; no puede evitarlo. “He llegado a creer que el trabajo teatral es, básicamente, molecular”, me dice. “Hay que crear un campo de energía, y eso se hace literalmente con músculo y tendón. En el cine, hay que saber dónde colocar esa energía. Durante un tiempo, pensé que iba a hacer explotar la cámara”.

A pesar de su grandeza, nadie se desmorona en pantalla como Close: de manera espectacular, pero también con suavidad. En películas tan íntimas como Al caer la noche (1997), de Christopher Reeve, que trata de un joven de treinta y tantos con VIH que regresa a casa para morir, o Cuatro días más (2021), de Rodrigo García, sobre una adicta a la heroína, o El libro del verano (2025), de Charlie McDowell, centrada en una niña de 9 años que atraviesa un duelo en una remota isla finlandesa, ha interpretado a mamás y abuelas de hijos enfermos, dotando de una entereza extraordinaria a personajes que luchan por mantener el control. El director Rian Johnson, de 51 años, la eligió para interpretar a Martha Delacroix, la arrogante (y, añade, “ligeramente aterradora”) guardiana de una iglesia en un pequeño pueblo del norte de Nueva York en Puñales por la espalda: El misterio de Lázaro, la tercera entrega de su saga de misterios Entre navajas y secretos, que se estrenará en diciembre. La razón, dice, es que Close dota de solidez a cualquier personaje, por descontrolado u obstinado que parezca. “Es un papel que, en otras manos, podría caer fácilmente en la caricatura”, comenta. “Sabía que ella captaría el lado más irresistible de Martha, pero que también la haría humana”.

Close dice que se hizo actriz “para explicarnos a nosotros mismos”. Cuando eligieron para protagonizar el thriller Atracción fatal (1987) como Alex Forrest, una editora obsesionada con un abogado casado (Michael Douglas) tras una aventura de fin de semana, al punto de hervir un conejo, la mascota de su hija, consultó a especialistas en trastorno límite de la personalidad para saber si alguien realmente sería capaz de hacer algo así. (Le respondieron que sí, que era posible.) Alex se convertiría en “la mujer más odiada de Estados Unidos”, como publicó un periódico sensacionalista, pero Close siempre concibió a su personaje de otra forma: la imaginaba como una superviviente de incesto. “La trataron como un objeto sexual antes de que siquiera supiera lo que era el sexo”, dice. “Y se odia a sí misma”. En 1982, en una puesta en escena de Albert Nobbs, la novela corta de George Moore, y en su adaptación cinematográfica de 2011, que ella misma coescribió, Close interpretó a un mayordomo irlandés del siglo XIX que vive como hombre. El público, recuerda, se apresuró a etiquetar al personaje como una lesbiana o mujer trans. Pero para ella, lo más interesante era pensar en Albert como “una persona indefinida”.

La variedad de sus papeles, especialmente los de los últimos años, muchos de los cuales le han exigido una renuncia activa a la vanidad, habla no solo de su valentía y curiosidad, sino también de la realidad de ser mujer en Hollywood, particularmente una mujer que no rehúye envejecer. Tras el movimiento #MeToo y otros reajustes de la industria, nunca ha habido tantas oportunidades para actrices de una cierta edad y con una gran trayectoria: hoy, Helen Mirren, de 80 años, y June Squibb, de 96, pueden ser heroínas de acción. Aun así, cuesta imaginarse a alguno de los pares masculinos de Close (un John Malkovich o un Jeff Bridges) protagonizando una telenovela de Ryan Murphy junto a una Kardashian. Para Close y muchas otras estrellas femeninas, una filmografía diversa no es solo una elección o un reto, es una forma de asegurarse el futuro. Y, pese a sus dudas iniciales sobre exhibir lo que llama sus “brazos flácidos” y sus “rollitos en la panza” al interpretar a Alberta, la mamá blanca y religiosa de una hija birracial alcohólica en el melodrama sobrenatural del año pasado La liberación, —un personaje pensado originalmente para Oprah, quien lo rechazó, según el director Lee Daniels, de 65 años, porque cree que “los espíritus malignos se te pueden pegar”— la experiencia terminó siendo liberadora. “Alberta vive intensamente, y eso me encanta. Es lo opuesto a mí, pero es maravilloso”, dice. “No hay nada más aburrido que una mujer blanca, anglosajona y protestante”. Daniels confiesa que estaba nervioso por elegir a Close como la viuda sexualizada. Pero, según comenta, “ella saltó al vacío conmigo”. Aunque algunos rincones de internet criticaron su interpretación, en especial una línea blasfema durante una escena de exorcismo que pronuncia como burla demoníaca tras olfatear el aire, Daniels recuerda: “Le dije: ‘Le estás dando estilo a esta mujer blanca. Te van a adorar’”. Close, quien advirtió que no promocionaría la película si Netflix censuraba la frase en cuestión, aceptó el papel principalmente porque no entendía al personaje, al menos al principio. “No leí muchas reseñas, pero algunas decían: ‘Es muy exagerada, bla, bla, bla’. Yo pensaba: ‘Que se vayan a la [grosería]’”, recuerda. “Lee me llamó y me dijo: ‘Toda persona negra conoce a una mujer blanca así; los blancos no la van a entender’. Y eso fue exactamente lo que pasó”.

Close ha aparecido en unas 70 películas, pero ningún personaje ha significado tanto para ella —ni ha revelado tanto sobre quién es— como Norma Desmond, la madura actriz del cine mudo desesperada por un regreso en El ocaso de una vida. El papel fue inaugurado por Gloria Swanson en la versión cinematográfica de 1950 dirigida por Billy Wilder. Swanson, según la crítica Molly Haskell, lo encarnó “con toda la gracia y la dignidad de una comadreja en celo”. En la reciente producción minimalista de Broadway dirigida por Jamie Lloyd, Nicole Scherzinger, que ganó este año el premio Tony por su interpretación, presentó a Norma como una reclusa arrogante, una especie de Real Housewife de la era dorada del cine. Close, quien encabezó el elenco original de Broadway en 1994 de El ocaso de una vida, papel que le valió un Tony, y lo hizo de nuevo en la versión de 2017, le aportó complejidad psicológica al personaje. Mientras que otras actrices enfatizaron la grandeza de una prima donna delirante, ella se sintió atraída por algo más triste, más humano: “Una gran artista”, dice Close, “que se aferra con una convicción devastadora a la creencia de que aún puede hacer que el mundo se enamore de ella”. Y continúa: “No perdió su carrera porque tuviera una voz extraña. La perdió porque la industria la superó, y ella era demasiado vieja. ¿Puedes imaginar lo que es que te arrebaten todo eso?”. Durante décadas, Close ha intentado llevar El ocaso de una vida nuevamente al cine, sorteando el edadismo, los cambios en el mundo de la creatividad y la renuencia de Hollywood a apostar por un musical de gran presupuesto. Y, aun así, le crees cuando te asegura que el proyecto avanza —porque quieres creerle—, porque sabes que Norma es el gran papel de su vida, y que podría ser su mejor oportunidad para ganar un Oscar. Y también porque, desde el principio, Close ha tenido que luchar para que no le arrebaten lo que le pertenece.

De vuelta en Bozeman, Close se sienta en el pórtico a observar la tormenta que se avecina. Durante los meses siguientes, entre mensajes de texto sobre avistamientos de alces (“hermosamente primitivos”), dudas para empacar (“terrible aflicción”) y una aparición en tres episodios junto a Pip (“su lado ‘siempre estoy dispuesta a todo’”) en la versión de Hollywood Squares de Drew Barrymore, la actriz, una entusiasta observadora de las nubes, me mandará varias fotos y videos narrando formaciones de nubes tipo nimbus, cada una más impresionante que la anterior. Una bandera de Estados Unidos ondea al viento. “La pongo diario”, comenta. “Aunque es fácil sentir que se han adueñado de él, amo este país”.

La conversación se desvía hacia Hillbilly, una elegía rural (2020), la película de Ron Howard basada en las memorias de J. D. Vance publicadas en 2016 sobre su infancia pobre y marginada en Middletown, Ohio, en la que Close interpreta a Mamaw, Bonnie Blanton Vance, abuela de Vance, quien, según se cuenta, tenía 19 armas cargadas en casa cuando murió en 2005, a los 72 años. Close no pasó tiempo con Vance, quien entonces aún no era político; según cuenta Close, él y su esposa, Usha, quien solía ser una abogada litigante, fueron “muy, muy solidarios” y visitaron el rodaje, aunque él trabajó sobre todo con los actores que interpretaban sus versiones más jóvenes. “Es tan irónico”, exclama Close. “Tenía un fuerte resentimiento con la gente que conoció en Yale. Y luego se casó con una mujer no [cuyos padres no son] de Estados Unidos” —emigraron de la India en los ochenta—, “probablemente porque se le hacía más fácil identificarse con ella”. Close, que condena lo que llama la “vulgar crueldad” de la administración de Trump, reconoce que el actual vicepresidente tuvo una infancia difícil. “Yo también tuve una niñez [grosería], aunque bondadosa, y sigo lidiando con ello”, dice. “No lo justifico, pero Mamaw le prendió fuego a su marido”.

Abrigo y blusa de Emporio Armani, emporioarmani.com; pantalones y zapatos de la estilista.

“¡Glennie!”. En ese momento Jessie, de 72 años, quien es escritora y fotógrafa, y sus dos perros, Goodness y Gracious, salen de la casa frente a la de Glenn. (Tina, de 80 años, artista, vive en las afueras del pueblo con una bandada de loros). Jessie vino a hablar del evento benéfico del día siguiente, que recaudará fondos para la primera unidad psiquiátrica para adultos de la región. En 2010, ella y Close fundaron Bring Change to Mind, una organización sin fines de lucro dedicada a eliminar el estigma en torno a la salud mental; para el próximo año, esperan apoyar a más de 800 programas escolares dirigidos por estudiantes en todo el país. (“Glenn no es solo la imagen pública, está verdaderamente involucrada”, afirma Robin Walker, su primera voluntaria). En una cómoda dentro de la casa hay un ejemplar de Resilience, las memorias de Jessie de 2015 coescritas con el periodista Pete Earley y con ensayos de Close. En el libro, Jessie relata su lucha contra la adicción y las enfermedades mentales, que culminó una tarde en la primavera de 2004, cuando, ya en sus cincuentas, durante una reunión familiar en la casa de sus padres en Big Piney, Wyoming, le confesó a Close que quería suicidarse. Tras décadas de distancia entre las hermanas como consecuencia de su crianza, pero también una reacción a la creciente fama de Close —“yo gano más dinero, se me considera exitosa y, bueno, ellas han tenido vidas distintas”, dice— la confesión de Jessie resultó ser un remedio inesperado. “ ‘No puedo dejar de pensar en matarme’, solté de golpe”, escribe Jessie. “Glenn se me acercó y me rodeó con los brazos. Me guió hasta una banca en el pórtico de la casa de invitados y llamó a Tina”.

Los padres de Close, William Close, médico y piloto militar, y Bettine Moore Close, ama de casa, provenían de familias acomodadas con historias turbulentas. En 1914, su bisabuelo paterno, el magnate de los cereales C. W. Post, se suicidó a los 59 años. Un año después, uno de los tíos de Bettine, alegando ser espía alemán, tomó a cuatro hombres como rehenes a punta de pistola y amenazó con marcar a uno de ellos con un hierro al rojo vivo. En la década de 1950, Bill y Bettine se unieron a Moral Re-Armament (M. R. A.), un grupo religioso —“una secta”, aclara Close— fundada en 1938 por el evangelista estadounidense Frank Nathan Daniel Buchman, quien predicaba sobre la paz mundial y la adhesión a los llamados Cuatro Absolutos: honestidad, pureza, generosidad y amor. Cuando Close tenía 13 años, sus padres trasladaron a la familia a un hotel convertido en residencia sobre una montaña en el pueblo suizo de Caux, donde el M. R. A. tenía su sede. Buchman, quien alguna vez agradeció “al cielo por un hombre como Adolf Hitler,” exigía que las y los jóvenes adeptos lo llamaran “tío Frank”; los líderes de M. R. A. les preguntaban con qué frecuencia se masturbaban.

En 1960, eligieron a su papá para dirigir una misión en el entonces Congo Belga. Mientras que Bill empezaba su nueva vida en Leopoldville (hoy Kinshasa), donde pasaría casi dos décadas, a veces acompañado de Sandy, Jessie, Tina y Bettine, se convirtió en el doctor personal del futuro presidente Mobutu Sese Seko y ayudó a contener el primer brote de ébola del mundo, Close, que regresó a Greenwich en 1962, comenzaba a interesarse por la actuación. Al terminar la preparatoria, se unió a Up With People, una compañía de canto y danza vinculada a M. R. A. Prefiere no indagar mucho sobre esos “años perdidos”, como los llama, durante los que con frecuencia fue humillada por los adultos del grupo. “Pero nunca pudieron conmigo”, dice mientras se le llenan los ojos de lágrimas. “Nunca lograron romperme”. Close perdonó a sus padres por su adhesión a M.R.A. mucho antes de que murieran. “Siempre pensé: ‘Bueno, por lo menos no nos golpeaban, y siempre tuvimos comida y ropa’. Pero fue una forma muy real de abuso psicológico marcada por una misoginia latente”.

A los 22, anunció que dejaría Up With People para ir a la universidad. Una semana después, Cabot Wade, un guitarrista con quien componía canciones, le propuso matrimonio. “No lo habría hecho sin pedir permiso”, asegura. “Siempre sentí que era una manera de evitar que me fuera”. La pareja, que estuvo casada poco tiempo, se inscribió en el College of William and Mary, en Williamsburg, Virginia, donde ella estudió antropología y teatro. En esa época tuvo tres pesadillas distintas. En la primera, suplicaba perdón en la llamada “Mesa de los Cuatro”, mientras los líderes de M. R. A. la obligaban a confesar sus pecados. En la siguiente, negaba sus acusaciones. En la tercera, se levantaba y les decía: “No. Están equivocados”. Y se iba para siempre.

Unos días después de nuestra primera reunión, mientras se disuelven los aplausos finales de El ocaso de una vida, invitaron a Close al backstage en el St. James Theatre de Nueva York, donde la anunciaron ante Scherzinger y el resto del elenco por los altavoces: “Damas y caballeros: ¡Norma Desmond!”. Las dos actrices se abrazaron y posaron para las cámaras, indiferentes al jarabe rojo que se secaba en el rostro de Scherzinger. Close nunca había visto el musical, pese a haberlo protagonizado dos veces. Lleva un abrigo de estampado de leopardo sobre un suéter negro de cuello de tortuga y pantalones negros, elegidos con cuidado para atraer la atención exacta. Cuando se apagaron las luces del primer acto, me apretó el brazo y contuvo el aliento como si estuviera en la primera subida de una montaña rusa. Después, Close tiene comentarios sobre la puesta en escena (“impresionante”), la voz de Scherzinger (“increíble”), el humo (“no funciona”) y el protagonista masculino, Tom Francis (“sexy”); pero, sobre todo, se siente agradecida, dice, de pertenecer a esta “nación alienígena” cuyo único propósito es dar vida a personas imaginarias.

Para Close, el College of William and Mary fue, como ella dice, “el inicio”, pero su carrera profesional empezó en 1974 sobre los escenarios de Nueva York. No era una época glamurosa: no siempre tenía una mesa para comer, así que a veces improvisaba una con una tabla sobre la tina del baño, con cucarachas como compañía. Una noche calurosa de verano se sentó junto a la ventana de la escalera de emergencia y vio a una vecina que escribía a máquina en su escritorio desnuda. (“¡Se arrancaba el vello púbico mientras pensaba!”). Pero según comenta, cada vez que salía del Hayes Theater tras una función de Love for Love, la comedia de William Congreve sobre la Restauración —su primer trabajo real, aunque fuera como sustituta—, sentía “que las aceras estaban pavimentadas con oro”. Lithgow, que actuaba en una obra a unas cuantas cuadras, recuerda el momento exacto en que ella se convirtió en una estrella. “Glenn tuvo que sustituir a la actriz principal, que no podía memorizar sus líneas”, dice. “Y lo hizo increíblemente bien”. Durante unos seis años, Close vivió y trabajó en el teatro, saliendo por las noches con colegas como Mary Beth Hurt, su mejor amiga, y asistiendo a tantas obras como podía. Close estaba entre el público cuando Meryl Streep debutó en Broadway en 1975 con Trelawny of the Wells, una comedia del siglo XIX de Arthur Wing Pinero sobre una actriz que intenta dejar los escenarios por amor. “Recuerdo que pensé: ‘Ella va a influir en mi carrera’”, comenta Close.

A principios de los ochenta, el director George Roy Hill la contrató para su adaptación de El mundo según Garp, la novela de John Irving de 1978, porque la había visto actuar como Charity Barnum, la esposa del empresario y artista P. T. Barnum, en el musical Barnum. Ya desde su primera película, en la que interpretó a la mamá de Garp, Jenny Fields, una enfermera convertida en gurú feminista —entre sus líneas estaban: “¡No necesitaba su anillo, mamá, necesitaba su esperma!” y “¡Mi hijo no es comida para perros, carajo!”—, Close “nunca mostró una pizca de inseguridad”, dice Lithgow, quien interpretó a Roberta Muldoon, una exjugadora de futbol americano transgénero. “De alguna forma, en sus grandes papeles, simplemente no puedes imaginarte a nadie más en su lugar”. Aunque Close insiste en que estaba aterrada, obtuvo una nominación al Oscar por ese papel y por los dos siguientes: como una baby boomer en duelo en Reencuentro (1983) y como el primer amor del jugador de béisbol interpretado por Robert Redford en El mejor (1984).

Abrigo (con bufanda integrada) de Balenciaga, balenciaga.com; guantes de Paula Rowan, paularowan.com.

Tras haber encarnado una serie de personajes relativamente castos, le costó convencer a Adrian Lyne, director de Atracción fatal, a los productores Sherry Lansing y Stanley R. Jaffe, y al propio Michael Douglas, de que era lo suficientemente fuerte o deseable para interpretar a Alex. “No soy una belleza clásica”, dice Close. “Simplemente no lo soy. Tengo una cara muy asimétrica”. Barbara Hershey, la primera opción de Lansing, no estaba disponible. Debra Winger, Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer y Jessica Lange o fueron consideradas o rechazaron el papel. Douglas, de 81 años, quien la llama “una mujer espectacular en todos los sentidos”, recuerda la insistencia del agente de Close. “No creíamos que fuera la indicada”, admite. “Pero luego hizo la audición. Tenía una sensualidad, una imprevisibilidad y un aire de peligro que nos dejaron atónitos”. Close, cuyo segundo matrimonio con James Marlas, fundador de una firma de inversiones privadas, estaba por terminar, sabía que ese papel era suyo. “No creían que yo pudiera ser sexy”, comenta. “Mi respuesta fue: ‘Denme un papel sexy’”.

No es un secreto que una primera versión de la película terminaba con Alex quitándose la vida y culpando al personaje de Douglas por su asesinato. Pero en Leading Lady, su libro de 2017 sobre Lansing, el periodista de entretenimiento Stephen Galloway cuenta que uno de los ejecutivos de la película dijo: “Quieren que eliminemos a la perra con el máximo prejuicio posible”. Close, que no sabía que estaba embarazada durante el rodaje —y que sufrió infecciones en los ojos y la nariz tras ser sumergida más de cincuenta veces en el agua en la nueva escena del baño—, se mostraba reacia a reforzar otro arquetipo de locura femenina. (Tras mucha insistencia, finalmente cedió cuando un amigo actor le dijo: “Ya expresaste tu punto. Ahora vuelve a trabajar”). En su pódcast sobre cine You Must Remember This, Karina Longworth comentó que los hombres heterosexuales trataron la película “como su propio Rocky Horror Picture Show”, festejando el asesinato de Alex. “Fue un viaje alucinante”, recuerda Douglas. “Ninguno de los dos había tenido ese tipo de éxito comercial —ni de controversia—. Salía a la calle y los hombres me gritaban enojados: ‘¿Cómo pudiste hacerme esto?’”.

Después de Atracción fatal, Close demostró que podía interpretar cualquier papel: desde Sunny von Bülow (en Reversal of Fortune, 1990) hasta la Reina de Dinamarca (en Hamlet, 1996) o incluso un pirata barbudo (en Hook, 1991). “A veces pienso que los actores son como una caja de crayolas con un número limitado de colores”, dice Lonny Price, de 66 años, quien dirigió a Close en la versión de 2017 de El ocaso de una vida en Broadway. “Glenn es el estuche de lujo, con todo y sacapuntas”. En 1993, comenzó los ensayos del musical de Andrew Lloyd Webber basado en El ocaso de una vida en la Hollywood United Methodist Church de Los Ángeles. En un diario que Close desempolvó para esta entrevista, relataba la magnitud de aquella experiencia: “Soy la estrella de este enorme espectáculo… Todo recae sobre mis hombros. La voz, la cara, el lenguaje corporal, la resistencia, la fragilidad y la valentía de Norma. El tamaño y la elegancia de su espíritu. Su necesidad, su ensimismamiento, su asombroso poder para manipular… Su alegría ciega al creer que su vida está empezando de nuevo”. En su reseña para The New York Times, el crítico de teatro David Richards escribió que Close “asume riesgos impresionantes, estirando tanto la liga que a veces parece que se va a romper. Pero no lo hace”.

Tras una exitosa temporada en Los Ángeles, Lloyd Webber le pidió a Close llevar la obra a Nueva York. Patti LuPone, quien había estrenado el papel en Londres y a quien le habían prometido hacerlo también en Broadway, demandó por más de un millón de dólares por incumplimiento de contrato. Con parte del dinero construyó lo que llamó la alberca en memoria de Andrew Lloyd Webber. (Tras leer un reciente perfil de LuPone en The New Yorker que incluía comentarios despectivos sobre las actrices Kecia Lewis, Audra McDonald y, en menor medida, sobre la propia Close —lo que generó tal controversia que LuPone tuvo que disculparse públicamente—, Close se limita a decir: “Es una profesión demasiado dura como para no tener empatía con tus colegas”). Décadas después, Lloyd Webber no se arrepiente. “Fue una interpretación mucho más matizada, por decirlo de forma discreta”, comenta. Pocas producciones forman parte de un mito: cuando se anunció el fin de la temporada de Close en Los Ángeles, Lloyd Webber —“que en esa época estaba tomando”, aclara Close— fue a comer con Faye Dunaway, quien lo convenció de darle la función en la Costa Oeste. Pero, después de escuchar cantar a Dunaway, los responsables decidieron cancelar la producción. “No llegaba a una sola nota”, cuenta Close. “Los chicos salían de los ensayos como si les hubieran pegado con un martillo”.

Cuando Close retomó el papel unos veinte años después, el personaje había cambiado. Y ella también. Tras nueve años de matrimonio, la actriz, que ríe cuando le preguntas si está saliendo con alguien, se había divorciado de su tercer esposo, David E. Shaw, director ejecutivo de una firma de inversiones privadas. La primera vez que se puso el turbante de Norma tenía 46 años; ahora estaba cerca de los 70. En la primera producción se había inspirado en la actriz Carol Matthau, que alguna vez fue una glamorouse ingénue. Sin embargo, con los años, Matthau comenzó a empolvarse tanto la cara que su ropa parecía empanizada. “Se veía a sí misma como una joven con piel de porcelana”, dice Close. “El resto del mundo veía a una mujer excéntrica cubierta de polvo blanco”. La segunda vez que interpretó a Norma, Lloyd Webber percibió que el personaje resultaba aún más trágico. “Sabías que no lograría volver a brillar”, dice. “Y ella también lo sabía”. Price notó que Close conectaba con Norma a un nivel más íntimo. “A cierta edad, las mujeres nos volvemos invisibles en nuestra cultura”, explica. “Creo que ella entendía mejor el dolor de Norma, su soledad y su desesperación”. Aunque las y los actores no pueden recibir la nominación a un Tony por repetir un papel (ella tiene uno falso, regalo de Warren Buffett, en su departamento en West Village), Ben Brantley, de The New York Times, elogió a Close por sostener “una de las representaciones más oscuras que Hollywood ha tenido de sí mismo”.

Al salir del St. James Theatre, el mismo escenario donde Hollywood la descubrió con Barnum hace casi medio siglo, Close se detiene en el pasillo. Los ojos se le llenan de lágrimas. “No sé, todo esto me parece muy conmovedor”, dice, secándose las mejillas con los dedos de sus manos cubiertas por guantes. Por un instante, Close y Norma parecen ser una misma, y ella ríe, ya sea sorprendida por sus propias emociones o encantada por el sublime aire teatral del momento, como si estuviera escrito en un guion. Entonces se abre la puerta del escenario y la multitud en la banqueta comienza a aclamarla. Ella respira profundo y, con sus 1.60 metros de estatura, se endereza un poco más. Antes de subir al coche, se voltea hacia sus admiradores y susurra: “Yo también los amo”.

Entre los muchos recuerdos que decoran la oficina de Close en su casa de Bozeman —una figurilla de Kala, la gorila a la que dio voz en 1999 en la película animada Tarzán; una foto suya cantando el himno nacional de Estados Unidos en un partido de los Mets; y sus certificados de nominaciones al Oscar enmarcados— hay una carta que destaca sobre las demás. En 1973, Katharine Hepburn fue invitada a The Dick Cavett Show. Close, que entonces era una estudiante universitaria, quedó impresionada por lo mucho que Hepburn “parecía conocerse a sí misma”. Cuando Close le rindió homenaje en los Kennedy Center Honors de 1990, Hepburn le escribió una nota para agradecerle: “Me alegra haber logrado convencerte, cuando eras una niña, de unirte a esta terrible y aterradora profesión, y, admitámoslo, esta deliciosa manera de pasar la vida”. “Glenn se siente muy orgullosa de pertenecer a la comunidad actoral”, dice Sarah Paulson, de 50 años, su compañera en All’s Fair. “Algunas personas con su nivel de éxito se vuelven cínicas o pierden la emoción de enfrentarse a un nuevo papel. Glenn está tan entusiasmada hoy como lo estaba en su primer día”.

En mayo, Close se reunió con parte del elenco de All’s Fair en un evento anual de márketing en Nueva York en el que Disney presenta su nuevo contenido a potenciales anunciantes. Se podría decir que se trata de todo lo opuesto a lo que ella ama del oficio. “Me muero de ganas por volver a mi casa”, me dice a la mañana siguiente. “Estoy tan harta de toda la [grosería] de internet”. Antes de aceptar el papel de Dina Standish, la matriarca de la firma de abogadas, se aseguró de no estar resucitando a Patty Hewes, la despiadada abogada litigante que interpretó durante cinco temporadas a partir de 2007 en Damages, la serie de FX. Para evitar comparaciones, Close, que, de manera inusual aceptó su papel en All’s Fair sin haber leído el guion, pidió que Dina fuera amable y estuviera en un matrimonio amoroso. (Murphy, quien no estuvo disponible para dar sus comentarios, aceptó su sugerencia de que el esposo de Standish, interpretado por Ed O’Neill, tuviera cáncer de próstata). Al principio, a Close le costó conectar con el material, que podía ser bastante “jugoso”, como ella dice, y con sus compañeras. “Estoy segura de que te dijo lo difícil que fue”, comenta Paulson. “Cada set al que llegas es distinto. En el mundo de Ryan, o lo das todo o te vas a tu casa”. Para evitar que pasara la segunda opción, Kris Jenner, productora ejecutiva de la serie, invitó a todo el elenco, compuesto por Niecy Nash-Betts, Teyana Taylor y Naomi Watts, a ver Atracción fatal en su mansión de Calabasas, California, ya que Kim Kardashian, también productora ejecutiva del programa, le confesó que nunca la había visto. (“Todas dijimos cuál era nuestra película favorita de Glenn Close. Yo dije ‘mmm… ¿101 dálmatas?’”, recuerda Kardashian). Las actrices recibieron pijamas iguales de Skims, y Jenner preparó un carrito de dulces con galletas decoradas con escenas de la película. “Fue como un viaje de ácido”, dice Paulson.

Saco y pantalones de Loro Piana loropiana.com; sombrero y zapatos de la estilista. Peinado por Joey George para Streeters, con productos Oribe. Maquillaje por Sara Tagaloa para Home Agency.

Cuando terminó la primera temporada en marzo, Close volvió corriendo a Mooreland. “Todo el ruido que nuestra cultura nos arroja todos los días, esa avalancha de información es abrumadora, y puede ser paralizante”, reflexionó luego en Instagram. Hace poco viajó a Berlín para filmar la precuela de Los juegos del hambre, titulada Amanecer en la cosecha, donde interpretará a la malvada Drusilla Sickle, y después irá a Londres para rodar Una anciana encantadora… Y letal, una miniserie basada en los cuentos de la autora sueca Helene Tursten sobre una anciana que termina matando a quien no le cae bien. Después, volverá a concentrarse, como siempre, en El ocaso de una vida. El nuevo guion, escrito por Chris Terrio, ganador del Oscar al mejor guion adaptado en 2013 por Argo, comienza con un montaje que muestra a Norma Desmond en el apogeo de su fama. “Primero ves quién fue, y luego [conoces a] la mujer”, explica Close. Lloyd Webber, que también espera que se realice, suena más prudente. “Debemos recordar que los derechos de El ocaso de una vida los resguarda con recelo Paramount, porque consideran que la película de Billy Wilder es una de las joyas de su corona”, dice. “Ella lo ha intentado, yo lo he intentado, todo el mundo lo ha intentado. Al final, es decisión de ellos”. (Una fuente del estudio, que ha pasado por varios cambios de dirección y una fusión con Skydance Media desde que el proyecto estaba en desarrollo, asegura que no ha habido avances recientes).

Aunque está lejos de aceptar la derrota, Close sabe que las probabilidades no juegan a su favor. “Ahora estoy bastante segura de que no tendré el tiempo suficiente para hacer todo lo que quiero”, dice con serenidad. Le pregunto si su ambición sigue incluyendo ganar un Oscar. “No estoy obsesionada con ello, pero sí me gustaría tener uno”, admite. “Extrañamente, tenerlo cambia la manera en que la gente te percibe. Y veo a todas las mujeres de mi generación, todas tienen uno. Tal vez me lleven en silla de ruedas, babeando, a recibir algún premio honorífico”. Se ríe, y nos quedamos un momento con esa imagen. “Mira, sigo aquí”, añade. “Para mí, eso es lo más importante”.

Algunas semanas después, mi teléfono vibra. Close, que ha pasado la mayor parte del verano en Bozeman, me mandó un video del cielo de Montana, oscuro y amenazante. “Algo se está cocinando”, dice en la grabación. “Algo se está cocinando”. Desde nuestra primera reunión, Close se ha entregado por completo al papel de actriz entrevistada, ofreciendo con generosidad diferentes versiones de sí misma. Pero cuando repaso todas las fotos y videos que me ha mandado —Rory descubriendo su reflejo, Annie sentada con Pip junto al arroyo, un oso en el patio de un vecino— me pregunto si esta no es una imagen más nítida, su forma de despejar el ruido. Había algo más que quería enseñarme cuando fui a Bozeman: un gran óleo que mandó pintar hace décadas y que cuelga sobre el sillón de su sala. En él, una niña rubia aparece sentada con un libro y dos perros a sus pies, mirando hacia un castillo a lo lejos. Supuse que la niña era Close, y que el castillo representaba la sede de M. R. A. de la que se escapó. Pero Close me corrigió: “Es Annie”, dijo, recordando cómo su hija, al verlo por primera vez a los tres años, casi lloró. “¿Dónde estás?”, le preguntó a su mamá. Close la cargó, sonrió y respondió: “No te preocupes. Estoy en el castillo haciéndote un sándwich”. Lo único que tenía que hacer era encontrar el camino de regreso a casa.


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