
Carolina Chávez Rodríguez
Sergio Servín tiene la voz de quien ha aprendido a traducir el dolor en pensamiento. Se hace llamar Sergio Bambino en redes, aunque al principio esa exposición pública lo inquietaba. La historia del porqué es larga, pero empieza mucho antes de cualquier cámara.
Dice que él siempre fue radical. “Desde niño fui muy radical, muy curioso. Hacía preguntas que consternaban a las personas, sobre la vida, sobre Dios, sobre el mundo que me rodeaba en los ochenta, un mundo completamente diferente al de hoy”.
Nació y creció dentro de una casa tradicional mexicana. “Vivíamos con los abuelos, mis padres, mis tías”. Un hogar lleno y ruidoso. “Crecí muy amado por el entorno. Era un niño carismático por mi forma de ser; una promesa. A la edad de once años conozco por primera vez una sustancia, y es ahí donde mi vida cambia completamente. Hoy puedo decirte que ya había pasado por situaciones complejas. He tratado de transcurrir y llego a 12 Pasos a la edad de diecinueve años.
“Los primeros años me acoplé al concepto tradicional que tienen estos grupos. Y cuando llego a cumplir once años de estar ahí es cuando rompo por primera vez mi anonimato, con la intención de llegar a más personas, a personas que quizá no estaban cerca. Esa era la primera intención”.
C.C: A partir de ahí tu incidencia ha sido evidente. Esta conversación existe justamente porque decidiste hacer visible tu experiencia. En lo personal encontré en tu discurso un mensaje elocuente y profundamente humano, pienso que para nuestros lectores será igual de refrescante mirar AA desde otro lugar, lejos de la idea de oscuridad, culpa, miedo, adoctrinamiento religioso, pero sobre todo, aprender a pedir ayuda.
¿En qué momento comprendiste que la sobriedad no era solo un estado físico, es decir, la ausencia de consumo, sino un cambio de conciencia capaz de reorganizar una vida entera?
S.B: Lo entendí cuando entro en un proceso de mi vida donde me doy cuenta de que dejar el consumo solo era una parte conductual. Había cambiado conductas, que me habían llevado a nuevos hábitos, pero en mi interior todavía existía mucho vacío, mucho conflicto, asuntos no resueltos.
Esto me llevó a una crisis, a una crisis vital, y es ahí donde descubro que existe un camino más. Siempre me hicieron ruido las prácticas, las maneras quizá ortodoxas, porque no siempre veía resultados en las personas. Veía resultados en muchos, pero en una gran cantidad no. Me hacía ruido, pero no es hasta que caigo en esta crisis, donde termino en un estado depresivo muy fuerte. Esto acarrea otro tipo de conductas compulsivas en mí y me llevan a perderlo todo. Es ahí donde empiezo mi camino de autoconocimiento.
C.C: A partir de esa ruptura aparece otra pregunta clave que atraviesa también esta época, ¿cómo sostienes una espiritualidad practicable, cotidiana, que no dependa de rituales perfectos ni pertenezca solo al lenguaje del bienestar de moda, sino que se sostenga en decisiones honestas y en la vida diaria? ¿Cómo se construye, para ti, esa práctica espiritual?
S.B: Creo que hay un factor muy fuerte que me acompaña en esos tiempos, que es mi agnosticismo. En esta parte no tengo un concepto definido o educado de Dios. Tampoco tengo una religión. Entonces, al no tener esto definido o apropiado en mí, como en esa programación que hace la sociedad, empiezo a buscar un camino diferente.
Yo decía, la espiritualidad no tiene nada que ver con la religión. La espiritualidad tiene que ver con acciones que vienen de la virtud del alma, de nuestra humanidad, de eso que fuimos perdiendo en algún momento de la infancia cuando se nos empezó a programar para que el amor fuera algo que teníamos que recibir y ganar, no algo que había dentro de nosotros.
El perdón se presentó como una actitud que tenían que merecer los demás a través de cierta pleitesía o de llegar a un momento de redención, cuando en realidad el perdón es algo que te beneficia a ti porque te deshaces de un veneno que estaba dentro. Entonces, el camino espiritual para mí no se define a través de creencias, sino de acciones.
En este camino, suelo estar rodeado de mucho sufrimiento. Y con sufrimiento no me refiero solamente a la vida que han tenido las personas, sino a lo que deciden recordar.
C.C: Desde ahí, tu trabajo te coloca en contacto constante con el dolor, con la desolación, con la tristeza y con la depresión de otros. En términos muy concretos, en la práctica de todos los días, ¿cómo sostienes esa cercanía? ¿Cuáles son tus anclas, más allá de los discursos?
S.B: Ha sido a través de una práctica que creo que muchos hombres y mujeres emblemáticos de la historia han hecho, no sé si lo comprendían, pero lo hicieron una forma de vida. Para mí ha sido el servicio a los demás.
Cuando das de ti para otros te olvidas de tu propio sufrimiento, de tu propio dolor, no de una forma egoísta, sino humana, de decir, solamente ayudando te ayudas. Solo dándole la mano a otro es como tú también te mantienes fuerte.
Sin embargo, también hay muchos casos que me han desmoronado, porque no puedes evitar tener un vínculo fuerte hacia las personas que llegan a conectar contigo. Hay una proyección, conectas con su dolor, conectas con su sufrimiento, y existen casos donde te desmoronas, donde dices, ¿cómo te ayudo?, no te quieres dejar ayudar, o parece que todas las opciones de ayuda se cierran para ti. Quisieras rescatarlos, pero sabes que esa es una condición donde no puedes llegar, porque sería como entrar al infierno con el peligro de quedarte ahí otra vez.
C.C: Pienso, sobre todo, en cuando se trata de infancias o de personas en extrema vulnerabilidad, donde el impacto emocional puede ser brutal incluso para quien acompaña.
En ese contexto, donde el dolor está tan presente, ¿qué le responderías a quienes todavía creen que la sobriedad implica renunciar al placer, a la intensidad o a la creatividad?
S.B: La sociedad a veces nos define con ideas extremistas. Hablándolo de esa forma, bueno o malo. Te llevan a ser completamente bueno o completamente malo, y parece que tienes que estar en uno de los dos lados.

Los placeres de la vida no están peleados con la sobriedad. El problema es que el sobreestímulo te lleva al mismo proceso adictivo. El estímulo de la sustancia que provoca placer en el cerebro radica en la dopamina y en la serotonina. El problema no es tener placeres en la vida, disfrutar de la vida, ser felices. El problema es cuando te obsesionas con los placeres o con la idea de la felicidad, que también tiene muchas connotaciones. Cuando esto te sobrepasa, el individuo termina en un estado de sufrimiento.
C.C: En medio de todo este recorrido también han estado las palabras de otros.
¿Cuál ha sido la idea más transformadora que te han dejado otros miembros de la comunidad y cómo la llevas contigo hoy?
S.B: Llegué en un tiempo hermoso de los grupos de 12 Pasos, porque cuando yo llego, observo personajes que se suben a una tribuna y con la palabra, que pareciera que tiene fuego, rompen, entran a lo más profundo de los seres humanos.
Llegué en una época en que estos hombres eran muy poéticos. Tenían una forma de llegar algunos muy folclórica, otros muy pura, otros verdaderamente poética. Algunos recitaban no solo su vida, sino autores, libros. Esta formación crea en mí una sensación de decir, hay algo más que brindar.
Cuando estos hombres, que ya eran viejos, empiezan a partir, los veo irse y siento que tengo una responsabilidad con la comunidad de decir: tienes que llevar un legado, pero llevarlo más allá. Empiezo a entretejer el concepto psíquico, el espiritual, el personal, el filosófico, entre palabras, para alcanzar a llegar no solamente a una persona en un contexto, sino a más personas.
C.C: Hay un punto en el que inevitablemente aparece el autoengaño, esa voz interna que negocia con los viejos hábitos.
Cuando hablas de autoengaño, ¿a qué te refieres exactamente y cómo se rompe con él?
S.B: El autoengaño, al principio, es algo de lo que no te das cuenta, porque cuando no conoces otra forma de vivir, otros estándares de vida, otros conceptos de lo que podemos conocer como sentimientos y emociones, te mueves solo en lo que aprendiste.
Si desde la infancia aprendiste que el amor duele, porque tus imágenes de amor así te lo presentaron, vas a repetirlo. El autoengaño en la vida adulta inicia cuando no rompes con algo que se llama sistema de creencias. El sistema de creencias te lleva a decir “esto es el amor, esto es lo único que conozco”, como la misma idea de qué es un buen padre. Lo que viste quizá no fue un buen padre, porque lo que ves en los medios son padres perfectos. Entonces, en tu mente no existe una idea real de padre.
Un padre es el que te tocó, esa es la experiencia de vida que te tocó. Es muy difícil el autoengaño porque se rompe cuando empiezas a cuestionar tus ideas, tus pensamientos y tus acciones. Entras en un proceso de autoanálisis.
C.C: Y ahí entra también el contexto. Es importante subrayar para quienes nos leen que todo lo que vamos desarrollando lo pensamos desde este México abierto, lleno de contrastes, de desigualdades y de historias cruzadas.
En ese escenario, ¿qué lugar ocupa el cuerpo —el cuerpo físico— dentro del proceso de recuperación, más allá del famoso “un día a la vez”?
S.B: El cuerpo físico es el primer factor que hay que recuperar. Para mí existen tres factores en esa escala: lo físico, lo psíquico y después entramos al mundo espiritual.
El cuerpo físico quedó muy afectado por el consumo de sustancias. No podemos olvidar que estamos metiendo químicos a nuestro cuerpo. Va a haber alteraciones físicas dentro de nosotros. Cuando consumes alcohol tu páncreas sufre, tu hígado sufre, tu estómago sufre, tus riñones sufren, por consecuencia su funcionamiento se altera. Estás desgastando años de vida en tus órganos internos. El cerebro se desgasta porque también lo estamos afectando, lo estamos sobreestimulando. Nuestro ritmo cardíaco cambia.
Entonces, el primer factor físico es muy fuerte porque vivimos algo que se llama supresión. Regular nuestro sistema nervioso, nuestro ritmo cardíaco, nuestra alimentación, retomar el ejercicio. Tenemos que tener mucha activación física.
La gimnasia mental, hacer nuevas conexiones neuronales: lectura, ajedrez, juegos que impliquen trabajar con tu mente para formar nuevas conexiones. El aprendizaje es una reconexión neuronal.

El programa de 12 Pasos no es una doctrina; es un mapa, es un proceso. Sin embargo, vivimos en un país que parece que todo lo hace dogma. Compran muy fácil esto porque hay muchas creencias. Tomaron un programa tan bueno, que realmente es un proceso, un mapa, un procedimiento, y lo empezaron a hacer absoluto: “es así y tiene que hacerse de esta manera”.
Entonces, el primer proceso es físico. Hay que llevarlos a la desintoxicación para poder empezar a trabajar después con la parte psíquica.
C.C: Quienes hemos pasado por ahí, sabemos que esa complejidad se siente también en el cuerpo, que no volvemos a ser los mismos y que hay daños irreversibles. Pero también es cierto que la metáfora del ave fénix se queda corta: no se trata de volver a nacer todos los días, sino de reeducar la mente, la sangre, el sistema nervioso.
En ese tránsito, ¿qué lugar ocupa la compasión hacia uno mismo y hacia los demás dentro del camino de la abstinencia y de la claridad?
S.B: La compasión ocupa un lugar muy grande porque tiene que ver con una reconciliación contigo mismo. Sin embargo, se ha confundido la compasión con la conmiseración.
La compasión es vernos con ternura, vernos con amor. Pero, ¿cómo verte con amor después de sentir tanta culpa y de sentir que has hecho muchísimas atrocidades, sobre todo a las personas que has amado o a las personas que dices amar?
Entonces entra este proceso de conmiseración. La conmiseración es verte con miseria, verte con odio, con coraje, verte desde la culpa, desde la herida. Porque, además, algunas prácticas en estos grupos, al no entenderlas, buscaban llevarte a la aniquilación de lo que llamaban ego. Pero para aniquilar el ego utilizaban una forma muy fuerte, muy dura. Atacaban el autoconcepto, y era un ataque directo a la autoestima.
Llegar a la reconciliación, a verte con amor, con compasión, a tener empatía personal y decir “esto yo no lo hice porque quisiera hacerlo”, implica entender que hay una historia llena de situaciones traumáticas y que la respuesta emocional, la respuesta en la vida, fue terminar haciendo daño sin darte cuenta y a veces dándote cuenta, pero porque estabas tan lleno de odio hacia el mundo.
C.C: Y ahí está la diferencia: la compasión como escalón que permite avanzar, y la conmiseración como lugar donde todo se detiene. Una vez que te quedas en la conmiseración, no hay hacia dónde moverse, solo una especie de inmovilidad que roza la muerte simbólica.
Desde esa perspectiva, ¿qué significa para ti hoy hacer las paces con la vida y cómo se practica ese pacto cuando llegan momentos difíciles?
S.B: Creo que en estos momentos difíciles, en estas crisis de la vida, si revisamos la historia de los seres humanos que han hecho ruido, que han transformado algo, todos tuvieron que vivir una noche oscura del alma. Hay seres humanos maravillosos que no tienen un libro, que no han inventado algo, que no han mostrado algo al mundo, pero que son maravillosos. Podemos verlos cercanos, con nuestros padres. Algo les tuvo que suceder para transformarlos, algo muy fuerte.
Si lo vemos en hombres emblemáticos que nos dejaron grandes obras a la humanidad, todos tuvieron que vivir una noche oscura del alma.

C.C: Te escucho y pienso en esa imagen de la noche como proceso. Me surge una duda que creo que también se harán muchas lectoras y lectores: cuando hablas de noche oscura del alma, ¿hablas de una sola gran noche o se pueden atravesar varias a lo largo de la vida?
S.B: Yo considero que se pueden vivir varias, porque son varias etapas de nuestra vida. Creo que hemos tenido una noche oscura en nuestra adolescencia, y algunos nos quedamos atrapados ahí, no supimos cómo salir. Pero lo que arroja después de esa noche oscura es un ser humano transformado.
Vivimos noches oscuras en la vida adulta, y también vivimos una noche oscura cuando entramos al proceso de saber que la vida adulta se queda atrás para empezar una vida donde los años que siguen ya son otra transformación, lo que llaman la crisis de los cuarenta quizá.
Entonces, todos vamos a tener noches oscuras donde se va a revelar en nosotros lo que no sabíamos que éramos, lo que no sabíamos que podíamos lograr. Nuestras fortalezas, nuestros talentos, nuestra creatividad se van a despertar, se van a reinventar de una forma impresionante.
C.C: Y aunque cada proceso es distinto, hay algo común que nos intriga: ¿cómo se transita esa noche? Con la experiencia que tienes hoy, ¿cuál dirías que es el eje para atravesarla sin desaparecer en ella?
S.B: Han llegado personas conmigo que me dicen “ayúdame a iniciar mi noche oscura”, y yo les digo, esto no es algo que yo te pueda indicar. No es “da dos vueltas a la manzana, ponte de cabeza y di estas palabras y ahí inicia”. Esto te lo da la vida. La vida te da un dolor, uno lo convierte en sufrimiento. Cuando comprendes que está fuera de tus manos, que no tienes poder para cambiar ciertas cosas, pero sí para cambiar tú, ese es un proceso inicial de la transformación.
La vida te lo da. Todos entramos en una crisis. Cada noche, cada experiencia de noche oscura de cada persona es diferente. Es diferente por el contexto personal. Para uno puede ser la pérdida de un ser querido, para otros la ruptura de un amor, para otros la pérdida de la riqueza, la pérdida de la salud, o entrar en un vacío existencial.
Para cada quien es diferente, por eso para cada quien el proceso es distinto. Algunos pueden decir “para mí fue así, porque yo sí sufrí esto”. Pero quizá acaba de perder un gran negocio, está viviendo una crisis profunda y ese es su sufrimiento.
Lo interesante es que, de una u otra forma, casi todos hemos atravesado alguna ruptura del propio ego, esos momentos donde la vida nos obliga a soportar lo que nunca imaginamos. Y, como dices, no se sale igual.
C.C: Quisiera llevar esto a otra pregunta: ¿la noche oscura se vive únicamente en personas con adicciones o también quienes no han tenido una relación directa con el alcohol o las sustancias pueden experimentar esa noche y ese renacimiento?
S.B: Si lo viéramos en un contexto diferente, todos somos adictos. Somos adictos a las relaciones, al fuego, al trabajo, al sufrimiento. Es parte de la naturaleza humana.
¿Sabes por qué? Por el inicio de la complacencia. En este mundo nos hemos hecho preguntas como cuál es el sentido de la vida. Creo que el problema actual del mundo es ese, que la gente vive sin sentido de vivir.
En esa búsqueda del sentido, algunos, yo lo veo en cuatro fases. Primero entran en un laberinto. Ese laberinto está lleno de caminos, de alternativas. Lo podemos llevar a dogmas, filosofías, pensamientos, vocaciones, pero al final es un laberinto. Vas hacia un lado, llegas a un callejón, te estancas, después te despiertas, regresas, vuelves a agarrar otro camino, piensas que ya vas bien y vuelves a encontrar una ilusión equivocada.
Lo primero es salir del laberinto. Después de salir del laberinto entras en un proceso que yo llamo ilusión, la fantasía. La vida te va a llenar de algo que le dé cierto sentido a tu vida. Incluso el sufrimiento le da sentido a algunas personas. Les da sentido a su vida. Les quitas el sufrimiento y parece que su vida pierde sentido.
Otros se quedan estancados en la complacencia. “Ya lo logré, tengo el éxito, la casa, el carro, el dinero”. Y ahí se estancan en esa fantasía, como en la película de The Truman Show. Les ponen una vida perfecta hasta que algo te hace empezar a dudar. “Bueno, ¿qué es esto?, ¿esta es mi realidad?, ¿esto es todo lo que puedo esperar de la vida?”. Hasta que un día Truman sale del show, empieza a cuestionarse y viene una crisis. Los que han visto esa película ven que su crisis inicia con el sentimiento de ausencia de su padre. Ahí empiezan las preguntas, una tras otra, hasta que sale de esa realidad que le habían impuesto.
Entonces sales de la ilusión. Y cuando sales de la ilusión viene la crisis. Uno se derrumba, parece que está mal. Lo habitual ya no es habitual. Entras a estados que no conocías y que te dan mucho temor. Para mí, después de la crisis viene la noche oscura. Es el proceso incendiario, el proceso plano, donde no comprendes nada, donde nada parece tener sentido. Algunos le llaman depresión porque pierdes todo sabor de la vida. Es un proceso muy fuerte. No todos han logrado salir. Otros buscan caminos más fáciles. Otros se quedan ahí. Y después viene ese renacimiento.

C.C: Para cerrar, me gustaría ir hacia adelante. Pensando en todo lo que estás construyendo hoy, en las personas que te escuchan y en las generaciones que vienen, ¿qué esperas que las nuevas generaciones aprendan sobre sobriedad, no como castigo ni como corrección, sino como una forma de libertad intelectual, emocional y espiritual?
S.B: Esa es una utopía muy grande que tengo. Parte desde que rompí mi anonimato y desde lo que hoy hago. Todo este movimiento en redes sociales, con estas estructuras que estoy organizando, que es un movimiento que se llama Los Faros, con algo que se llama Tres Potencias, busca rescatar y dejarle a la siguiente generación algo que quizá yo no voy a alcanzar a ver, pero ya eché la rueda a rodar. No sé hasta dónde va a llegar.
Espero que se forme una nueva corriente de pensamiento. Que en esta nueva corriente rompan con los estatutos que creían de lo que eran estos grupos de 12 Pasos, para que lo vean como un proceso de crecimiento. Que el extremo siguiente no sea solamente la sobriedad. La sobriedad es el inicio.
Que el otro extremo sea la conexión. Que el ser humano se encuentre en conexión. Una conexión consigo mismo, una conexión espiritual, una conexión, si le quieren llamar, con aquello que los trasciende. Que la sobriedad sea el principio, pero que la conexión sea el camino y la meta.
Y de ahí cada quien lo encontrará y hará lo que tenga que hacer, porque eso ya depende de cada ser humano. Pero eso me gustaría para las siguientes generaciones: que regresen a ese proceso de conexión, que recuerden encontrar sentido a la vida. Que no todo se trate de lo que hoy el mundo nos vende. El mundo está sobreestimulado. Es inmediatez. Está tan lleno de información que desinforma. Es un mundo muy confuso; pero estamos aprendiendo a vivir.