Fotograma de la película Frankenstein (2025), con la que Guillermo del Toro revisa el personaje creado por Mary Shelley.

María Estévez

En el universo de Guillermo del Toro, los monstruos no son los otros, somos nosotros. En la madera tallada de Pinocho y la carne renacida de Frankenstein vemos al director mexicano reimaginando las relaciones entre padre e hijo, mostrándonos la tragedia y la divinidad de la inocencia infantil. Ambas películas dialogan con siglos de arte y dolor humano. En Pinocho (2022), la desobediencia es la chispa que da sentido a la vida; en Frankenstein (2025), la culpa y el perdón nos devuelven la humanidad.

Como Mary Shelley hace dos siglos, en Frankenstein del Toro reflexiona sobre el impulso de crear vida, pero también sobre la inevitable herida que se va abriendo a lo largo de ese camino. Ambas son historias en las que un padre no sabe cómo amar y un hijo no sabe cómo ser amado, recurrentes en escritores góticos como la propia Shelley o Lord Byron. “Soy un romántico empedernido”, confiesa el ganador de dos premios Oscar —mejor director y mejor película— por La forma del agua (2017). Frankenstein puede verse como una suerte de biografía del autor pero es también un homenaje al movimiento romántico y a esos poetas que, según Del Toro, fueron los punks de su tiempo, los verdaderos rebeldes. “Eso es el romanticismo”, dice Del Toro. Convencido de la influencia que la figura paterna ejerce sobre nuestras vidas, en su Frankenstein, Víctor crea desde la soberbia y el amor deformado. “Mi padre fue el peor jefe que he tenido, y eso incluye a los Weinstein, pero me enseñó mi ética, mi disciplina. Mi madre me dio la poesía. Mi padre sus bromas”, desvela. Como con todas sus películas, Frankenstein no estuvo lista para Del Toro hasta que no lloró al verla. Al fin y al cabo, reconoce, es mexicano, y los mexicanos “lloramos y matamos con la misma intensidad”.

Fotografía: cortesía de Netflix.


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