
Redacción T Magazine México
El trabajo de Katie Mongoven (秋莲) se mueve entre los bordes de la identidad, como si el tejido fuera el único territorio posible para quienes han tenido que reconstruirse. Nacida en Washington D.C. y adoptada durante la era de la política del hijo único en China, Mongoven usa el hilo para pensar en lo que se pierde y en lo que permanece. Su obra —paciente, meticulosa, profundamente simbólica— habla del cuerpo como archivo de una historia incompleta.
Formada en la Universidad de Michigan y con una maestría en Fiber Art por la Cranbrook Academy of Art, Mongoven ha desarrollado una práctica que vincula lo artesanal con la teoría crítica. Su investigación parte del concepto del “tercer espacio” de Homi Bhabha, ese lugar intermedio donde las culturas no se oponen sino que se negocian, se contaminan, se transforman. En sus propias palabras, su trabajo examina “cómo las pérdidas pueden hacernos enteros”, vaya paradoja pero absolutamente vivencial e incluso, diríamos que autobiográfica. Y cómo los materiales —cabello, cordones, fibras teñidas— pueden reconfigurar una biografía fragmentada
En su estudio de Detroit, Mongoven utiliza técnicas tradicionales del textil y la cestería para construir formas que recuerdan vasijas, órganos o reliquias. Cada pieza es una respuesta al desarraigo: un cuerpo vuelto objeto, un objeto vuelto cuerpo. En esta metáfora, la vasija azul y blanca funciona como una figura del cuerpo asiático racializado —su superficie ornamental, su capacidad de contener vida, su condición de mercancía—. Pero en manos de Mongoven, ese mismo objeto se convierte en resistencia. Una manera de reapropiarse de la mirada occidental y devolverle complejidad al símbolo

Su obra ha sido expuesta en museos y galerías de Estados Unidos, desde el Cranbrook Art Museum hasta Playground Detroit, además de formar parte de colecciones institucionales como Central Michigan University, Summa Health y MetroHealth. Ha sido artista residente en programas de investigación y experimentación como Stove Works, Vermont Studio Center y el California Institute of the Arts, y próximamente presentará un proyecto en el Houston Center for Contemporary Craft.
Lo que hace de su práctica algo especialmente potente no es la nostalgia ni la denuncia, sino su insistencia en lo intermedio: en ese espacio donde lo femenino, lo artesanal y lo político no se oponen, sino que se entrelazan, confabulan y diríamos, que se narran. Mongoven construye con aguja e hilo una reflexión sobre lo que significa habitar una identidad prestada, sobre el cuerpo como superficie política y sobre la ternura como forma de pensamiento.

En tiempos donde lo digital acelera todo, ella elige la lentitud del bordado, la intimidad del gesto manual, el error como huella humana. Su obra recuerda que reparar no es volver al origen, sino inventar un nuevo modo de existir entre los fragmentos.