El ojo de Cecil Beaton captó a la perfección la vida de la alta sociedad europea tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Izquierda: Worldly Colour (Charles James evening dresses), 1948, fotografía de Beaton que podrá verse en la National Portrait Gallery de Londres hasta el 11 de enero.

Por Javier Fernández de Angulo

La fotografía de moda tal y como la entendemos hoy se originó en los salones del París de comienzos del siglo XX con imágenes rígidas, hieráticas, prácticamente sin emoción ni dinamismo, que estaban más cercanas al registro documental que a la expresión artística. Todo cambió, sin embargo, tras la irrupción de Cecil Beaton (1904–1980), artista polifacético dispuesto a revolucionar la manera en la que la moda se representaba a través del arte. Beaton no solo aportó una mirada fresca y sofisticada, sino que también introdujo la teatralidad y el romanticismo en sus composiciones, aportes que rápidamente lo colocaron en la vanguardia de la fotografía del siglo XX.

La National Portrait Gallery de Londres rinde ahora homenaje al fotógrafo británico con la muestra El mundo de la moda de Cecil Beaton, abierta al público hasta el 11 de enero de 2026. La exposición, que reúne alrededor de 250 piezas entre fotografías, bocetos, cartas y vestuario, recorre la obra del fotógrafo desde sus inicios hasta su consagración internacional y está articulada alrededor de los temas, ciudades y personajes que marcaron su carrera. Así, Londres, Nueva York y París —tres de los grandes escenarios de su vida— ejercen como ejes de un recorrido que también refleja cómo Beaton supo captar la nueva elegancia que definió la moda tras el final de la Segunda Guerra Mundial gracias a la influencia de maisons como Balenciaga, Chanel o Dior.

El vínculo de Beaton con la fotografía comenzó, no obstante, de manera doméstica. Su primera experiencia se remonta a su niñez, cuando, experimentando con una máquina Kodak, retrató a su madre, su primera modelo. Con 22 años, ya egresado de la Universidad de Cambridge, publicó por primera vez en la edición británica de Vogue y a los 28 viajó a Nueva York, ciudad donde continuó con una imparable proyección que en 1937 le llevó a retratar la histórica boda entre la socialite Wallis Warfield Simpson y el entonces príncipe Eduardo de Inglaterra, duque de Windsor años más tarde. Aquel fue el primer paso de un idilio con la aristocracia, la alta sociedad y el mundo del espectáculo que ya nunca abandonaría.

Audrey Hepburn vestida para la película My Fair Lady (1964), con la que Beaton ganó dos premios Oscar: mejor dirección artística y mejor vestuario. Además de la fotografía, Beaton también se acercó a la escenografía, una de sus grandes pasiones.

A lo largo de su trayectoria, Beaton retrató a algunas de las figuras más influyentes del siglo XX. Estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor o Marlon Brando pasaron por su estudio, pero también miembros de la realeza británica como la reina Isabel II o la princesa Margarita y artistas como Salvador Dalí, Francis Bacon y Lucian Freud. Su creatividad se desplegó también en el dibujo, la caricatura, la escritura y, especialmente, en el diseño de vestuario y la escenografía. Su labor en el cine fue reconocida con tres premios Oscar: dos por mejor diseño de vestuario en Gigi (1958) y My Fair Lady (1964) y uno por mejor dirección artística en esta última. 

Conversamos con Robin Muir, historiador, colaborador de Vogue y comisario de la exposición El mundo de la moda de Cecil Beaton sobre el legado del fotógrafo, su narrativa visual y la vigencia de su mirada en pleno siglo XXI.

T México: ¿De qué manera influyó la infancia en la obra de Cecil Beaton? 

Robin Muir: Beaton, que nació a mediados del reinado del rey Eduardo VII, solía referirse a un recuerdo de su infancia como su introducción al encanto de la belleza femenina y a los medios para capturarla.  A los tres años, se le permitía subirse a la cama de su madre mientras ella tomaba el té de la mañana y abría sus cartas. En una de sus revistas semanales, los ojos del joven Cecil se posaron en una fotografía coloreada a mano y producida en serie de Lily Elsie, la estrella del teatro eduardiano. “Su belleza hizo que mi corazón diera un salto”, recordaba. “Las mejillas y los labios de esta criatura divina eran de un rosa translúcido que nunca podría conseguir con mi caja de lápices de colores”. Comenzó una colección de postales recubiertas de purpurina de las principales damas de la ópera y el teatro eduardianos, y este banco de recuerdos de la época eduardiana influiría en sus ideales de belleza a lo largo de su vida, culminando en el vestuario de My Fair Lady, película que en 1965 le permitió ganar dos premios Óscar: mejor vestuario y mejor dirección artística.

Egresado de la Universidad de Cambridge, Beaton publicó su primera fotografía en la edición británica de Vogue a los 22 años. A los 28, se mudó a Nueva York. The Second Age of Beauty
is Glamour (suit by Hartnell), 1946.

T México: En su opinión, ¿qué consideraba Cecil Beaton belleza y elegancia?

R. M.: A menudo se le pedía, especialmente en Estados Unidos, que juzgara la belleza y la moda de una manera bastante trivial, pero él se lo tomaba muy en serio. Cuando le pidieron que nombrara a las diez estrellas más bellas del cine para una revista estadounidense lo definieron “el hombre más valiente de Hollywood”.

T México: Fotógrafo, estilista, diseñador, caricaturista, escritor… ¿Cómo definiría la personalidad creativa de Beaton?

R. M.: Lo que en mi opinión le convierte en el mejor cronista del siglo pasado —y no olvidemos que era una celebridad por derecho propio, ya que tenía acceso privilegiado a las figuras más destacadas de la vida pública— es precisamente que no era solo un fotógrafo. Solo para Vogue, Beaton fue incansable. Comenzó como colaborador ocasional con caricaturas halagadoras y cotilleos sociales, hasta convertirse en poco tiempo en su principal fotógrafo de moda y retratos. Pero también fue ilustrador de moda, un elegante escritor y estilista y comentarista y asesor en cuestiones de gusto. Era el ojo de Vogue en las galas más elegantes y en las fiestas de disfraces, pero también en bailes de debutantes, matinés benéficas y desfiles teatrales. Y fuera de Vogue también fue escritor de ensayos perspicaces sobre diferentes temas, responsable de un renombrado jardín, diseñador de interiores de hoteles, escenógrafo para obras de teatro y películas de Hollywood, diseñador de vestuario y escritor de diarios mordaces. Pocas fueron las personalidades que no pudo captar con su cámara.

T México: ¿Qué importancia tenía la moda para él?

R. M.: La moda fue el hilo conductor de su carrera fotográfica desde que tuvo memoria. The Book of Beauty, su primer libro, publicado en 1930, era una colección de fotografías e ilustraciones de quienes merecían ascender a un panteón superior de dioses y diosas, y The glass of fashion (1954), aún en imprenta, su libro más famoso, fue un estudio idiosincrásico de la moda y las figuras de la moda de principios del siglo XX. Sin embargo, fueron las páginas de Vogue las que más le influyeron. Era una creación de Vogue, un fotógrafo joven, talentoso que creció en una época en la que los fotógrafos estadounidenses dominaban sus páginas. Vogue fue un símbolo para Beaton. En la Universidad de Cambridge recordaba que “cada número de Vogue era recibido como un acontecimiento de la mayor importancia”, así que incluso cuando el editor de Vogue le escribió una carta de rechazo, siguió sintiendo que estaba “camino a la fama”. Al menos se había hecho notar. Todo cambió en 1924 cuando, con apenas 20 años, dos de sus grabados fueron finalmente aceptados.

Por el estudio de Beaton pasaron algunas de las personalidades más influyentes del siglo
XX. Actores como Marlon Brando y artistas como Salvador Dalí o Francis Bacon posaron en alguna ocasión frente a su cámara. Elizabeth Taylor (1955).

T México: ¿Cuáles fueron los criterios para seleccionar las obras que pueden verse en la exposición?

R. M.: Sabía exactamente lo que El mundo de la moda de Cecil Beaton no iba a ser: fotografías con marcos negros colgadas en la pared de la galería en filas armoniosas. Las impresiones de Beaton son tan objetos como los números de Vogue en los que aparecieron. Guardadas en cajas y archivadores, podían inclinarse hacia la luz o darse la vuelta, ya que el reverso era tan intrigante como el anverso. Esto era “el material Vogue”, por utilizar una cita de la propia revista en 1942. Propuse volver al principio y encontrar la fotografía original realizada o supervisada por Beaton. Si estaban deterioradas, rotas o marcadas con lápices de colores, tanto mejor: eran sus documentos de trabajo, las herramientas de su oficio. Cuando los propietarios lo permitían, tratábamos sus obras maestras como íconos sin enmarcar, objetos al descubierto en los que cada rasgadura y cada imperfección eran testigos del siglo.

T México: ¿Qué le sorprendió más durante el proceso de búsqueda e investigación que llevó a cabo para la organización de la exposición?

R. M.: Entre sus documentos en el St. John’s College de Cambridge hay sorprendentes cartas entre Greta Garbo y Beaton, cuya historia de amor es una de las más curiosas del siglo pasado, y en París encontramos la primera comunicación del editor de Vogue a Beaton en 1924, en la que rechazaba sus fotografías. Pero me alegró encontrar su propia partitura vocal del musical My Fair Lady encuadernada en un llamativo color lila, que puede verse en la exposición. Sus diseños de vestuario para los musicales de Broadway y del West End londinense, a los que añadió los decorados cuando se rodó la película, estuvieron a punto de no ver la luz. Más tarde diría que fue la obra cumbre de toda su vida, pero al principio la rechazó. Cuando leyó el libreto de Alan Jay Lerner y escuchó la música de Frederick Loewe, quedó completamente fascinado.

T México: ¿Es posible asociar la obra de Beaton con movimientos artísticos de la época como el surrealismo?

R. M.: El surrealismo continental de principios de los años treinta, con sede en París, tuvo una clara influencia en el trabajo de Beaton en el mundo de la moda, al que a menudo dotaba de un toque claramente británico. Lo mismo ocurrió con el neorromanticismo, presente en el arte de Eugène Berman, Christian Bérard y Pavel Tchelitchew. La disposición natural de Beaton hacia la alegría no le permitió explorar los dilemas existenciales de la condición humana. El suyo siempre sería un surrealismo lúdico. El pintor, ilustrador y escenógrafo Christian Bérard se convirtió en uno de sus amigos más cercanos y también más excéntricos. Beaton examinó exhaustivamente sus métodos de trabajo y tomó prestado mucho de él. Igualmente significativo fue Jean Cocteau, ya conocido por Beaton como poeta, pero principalmente como defensor del surrealismo. Animó a Beaton a construir decorados a medida para cada uno de los modelos y a utilizar accesorios inesperados: redes de pesca, guirnaldas de papel, materiales texturizados y sus propios dibujos distintivos. Cocteau llamó a Beaton “Malicia en el país de las maravillas”, lo que a Beaton no pareció importarle.

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Beaton diseñó la escenografía de cinco películas, y entre 1946 y 1956 trabajó en catorce producciones teatrales, nueve ballets y cuatro películas. Años más tarde se acercaría a la ópera y a los musicales, donde también brilló. Cecil Beaton, ca. 1935.

T México: De todas las facetas creativas que Beaton desarrolló a lo largo de su vida —dibujo, estilismo, escritura, cine, fotografía—, ¿en cuál cree que se sentía más cómodo?

R. M.: En ninguna de las anteriores. Fue en la escenografía, a la que se dedicó de niño creando decorados caseros en la casa familiar de Beaton. Cuando en 1926 conoció en Venecia a Serguéi Diaghilev, empresario de los Ballets Rusos, fue su escenografía lo que quiso mostrarle, no sus fotografías (aunque Diaghilev prefería estas últimas). Cuando Vogue finalmente declinó renovarle el contrato en 1955, sintió casi un alivio, ya que eso significaba que podía volver a su primera pasión: el diseño de escenografía y vestuario. Claro que, como sabemos, el éxito le llegó rápidamente en 1956 con el encargo de trabajar en el vestuario de la producción de Broadway de My Fair Lady. Sin embargo, vale la pena recordar que compaginaba el diseño con la fotografía. Incluso durante los años de la guerra, cuando recorría el mundo como corresponsal, diseñó cinco películas y, entre 1946 y 1956, trabajó en catorce producciones teatrales, nueve ballets y cuatro películas, dos de ellas solo en 1948. Más tarde llegarían la ópera y los musicales teatrales.

T México:  A lo largo de su carrera, Beaton fotografió a algunas de las figuras más representativas del siglo XX. ¿Cuáles fueron las personalidades que más influyeron en su vida y obra?

R. M.: Al principio de su carrera, en la década de 1920, dos figuras por encima de todas dieron sentido a la vida y al arte de Beaton, dos guardianes de los exclusivos mundos del arte y la alta sociedad. Stephen Tennant y Rex Whistler reflejaron y alentaron las pasiones de Beaton con entusiasmo, ayudándole a moldear su personalidad y a desarrollar enfoques innovadores en su trabajo. Tennant, guapo, entusiasta e impecablemente aristocrático, era el epítome del joven brillante. Beaton hizo realidad la visión romántica que Tennant tenía de sí mismo, a la vez que se beneficiaba de su imaginación desenfrenada y su buen gusto. A través de Tennant, Beaton conoció al pintor y escenógrafo Rex Whistler, reservado y pensativo, pero con un encanto natural. Al igual que Beaton, era de orígenes más modestos y escudriñaba el torbellino social con ironía. Beaton mostraba a menudo un distanciamiento similar, lo que lo convirtió en un perspicaz cronista de su época.


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