Cortesía: El horizonte.

Carolina Chávez Rodríguez

Más que un símbolo, el xoloitzcuintle es un testigo de la historia del país. Su figura ha habitado códices, mitos y calles, siempre entre lo sagrado y lo cotidiano. En tiempos modernos se le celebra como emblema nacional, pero su origen se hunde en la cosmovisión mexica, donde estos perros acompañaban a los muertos en su viaje al Mictlán, el inframundo.

Conocido también como xoloitzcuintlixoloescuincle o simplemente xolo, es un animal sin pelaje, de mirada dulce y cuerpo tibio. En la cultura prehispánica, su tamaño determinaba su papel: los más pequeños eran compañeros de los vivos, mientras que los grandes custodiaban el paso de las almas.

El guardián del Mictlán

Según la leyenda, los xoloitzcuintles tenían la misión de guiar a las almas por los ríos y montañas del inframundo. No bastaba con tener uno, había que tratarlo con respeto, pues los perros recordaban cómo habían sido tratados en vida. Aquellos que habían sido golpeados o despreciados se negaban a guiar a su amo y, en cambio, podían destruir su alma entre los dientes.

La tradición indica que el xolo de color oscuro ya ha cruzado demasiadas veces el río y no puede hacerlo más. Los de pelaje claro son demasiado jóvenes. Solo los de tonos cafés o grises, intermedios, tienen la sabiduría y la energía necesaria para cumplir su destino.

Ofrenda de Día de Muertos en Patzcuaro, Michoacá. Crédito de foto: Secretaría de Turismo Michoacán.

El dios y su criatura

El nombre del xoloitzcuintle proviene del dios Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl y señor de los espíritus perdidos. Xólotl, protector de los muertos, adoptó la forma de este perro para acompañarlos y evitar que se extraviaran en la oscuridad. Por eso se le consideró sagrado y, en muchas regiones, se le ofrecían cuidados especiales o incluso se le enterraba junto a su dueño.

Hoy, el xoloitzcuintle es Patrimonio Cultural y Símbolo de la Ciudad de México. Su imagen aparece en esculturas, pinturas y películas, como Coco, donde el personaje de Dante devolvió al mundo la ternura de un mito que nunca se extinguió.

El calor del mito

Aunque su piel desnuda pueda parecer frágil, los xolos irradian un calor corporal que se asocia con la sanación. En la antigüedad se les colocaba junto a los enfermos para aliviar el dolor. En ese gesto persiste su esencia: el cuidado, la compañía y la lealtad como forma de trascendencia.

Más que un perro, el xoloitzcuintle es una promesa: que nadie cruza solo los caminos difíciles. Ni en la vida, ni en la muerte. Su mito encierra una lección ancestral que vale la pena recuperar, aquella que recuerda que el vínculo entre humanos y animales se sostiene en el respeto y la dignidad. Cuidarlos, amarlos y ser respetuosos con todos los perros, es también una forma de honrar la vida.


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