
Redacción T Magazine México
Un siglo después de que Adele Casagrande abriera en Roma el primer taller de pieles y marroquinería, la nueva boutique de FENDI en Milán decide mirar hacia atrás. No lo hace con bolsos ni con pieles en escaparates, sino con un relato femenino en clave escenográfica. Las vitrinas del Palazzo, inauguradas en la intersección de Via Montenapoleone y Corso Matteotti, exhiben a las cinco hermanas como si fueran figuras de archivo en un teatro de luces.



Cada ventana tiene su alegoría. Paola reaparece entre patrones de pieles como secretos guardados; Anna desfila entre escenarios imposibles que recuerdan tanto la Fontana di Trevi como la Gran Muralla china; Franca se convierte en un juego de papel que ironiza la Baguette y el espíritu lúdico de la casa; Carla se despliega en cien cajones a medio abrir, como archivo que nunca se cierra del todo; y Alda se proyecta en cubos geométricos que evocan los palacios racionalistas de Roma.



El gesto parece claro, convertir a las mujeres de la familia en protagonistas de un mito colectivo. Sin embargo, el centenario no se limita a un homenaje solemne. Hay artificio, nostalgia, incluso un guiño de sospecha. La Maison se observa en su propio espejo y reconoce que el lujo también puede ser un relato inestable: memoria que se transforma en espectáculo.