
Carolina Chávez Rodríguez
Siempre me he considerado una entusiasta del cine de Paolo Sorrentino, aunque no figure entre mis directores favoritos. Con Parthenope, su cinta más reciente, encuentro un motivo renovado para seguirlo: no por una devoción mainstream, sino porque abre la posibilidad de hablar de asuntos que rara vez se ponen en la mesa con esta sensibilidad. Religión, feminidad, seducción, nacionalismo: palabras que podrían sonar demasiado grandes, pero que en manos de Sorrentino se encarnan en escenas íntimas y paisajes que respiran historia.
Quien llegue sin haber visto antes La gran belleza o La juventud puede sentirse un poco descolocado. No importa demasiado. El hilo argumental es casi secundario frente a la cadencia de los diálogos, la ironía que se esconde en las conversaciones y la poesía con la que la cámara se detiene en un gesto, en una mirada, en una ruina frente al mar. La invitación no es a comprenderlo todo, sino a dejarse arrastrar.


Nápoles aparece aquí como un personaje más: un territorio hermoso, mítico y fragmentado, que se exhibe sin disimulo en sus contradicciones. Hay algo profundamente conmovedor en mirar la ciudad a través de la mitología que la nombra y de los cuerpos que la habitan. El Mediterráneo nunca es inocente, y Parthenope lo recuerda en cada escena que oscila entre lo sagrado y lo profano, entre lo eterno y lo banal.


La película no exige un compromiso absoluto con el “sentido”. Más bien propone un paseo: dejarse llevar por la belleza, por el ritmo de las palabras, por la intuición de que en Nápoles todo puede convivir—el fervor religioso y la sensualidad de los cuerpos, el nacionalismo rancio y la frescura de una juventud que resiste. En esa tensión radica el magnetismo de la cinta y, quizás, también su fragilidad.
Hay que decir que, uno no se lleva un mensaje definitivo, sino imágenes que persisten. La luz sobre el golfo. Un rostro femenino que oscila entre misterio y vulnerabilidad. El eco de una pregunta que no se responde. Eso, más que la trama, es lo que convierte a Parthenope en una experiencia. Una película que no busca cerrar, sino abrir grietas en la mirada.
