La piel de los limones es la protagonista de esta bebida emblemática. Crédito: cortesía.

Carolina Chávez Rodríguez

El limoncello ha tenido muchas cunas, todas entre Capri, Sorrento y Amalfi. Ninguna es definitiva. Lo cierto es que su lugar real está en la sobremesa italiana, donde la botella aparece como cortesía inevitable. Un secreto doméstico que se hereda y que, con el tiempo, se ha convertido en un rito. El chef napolitano Alessandro Cioffi busca resumirlo para T Magazine México con la precisión de quien conoce el ritual desde la casa materna. “No es para antes, ni para emborracharse. Es para cerrar con broche de oro”.

Fresco, optimista y no completamente dulce. Crédito: cortesía.

Cómo beber un limoncello, según la tradición

1. Después de la comida
El limoncello no abre el apetito. Es digestivo, pensado para bajar los excesos de un almuerzo largo. En Italia se llama ammazza caffè porque se sirve justo después del espresso, como un eco brillante que borra la intensidad amarga.

2. Siempre helado
El frío no es un capricho, es parte del carácter. El licor debe servirse casi al borde de lo sólido, donde la lengua percibe el hielo antes del azúcar. Nunca tibio.

3. En copa pequeña
Vaso licorero o copa mínima. Nunca en vaso ancho ni de trago largo. El limoncello no pretende abundancia: es intensidad concentrada.

4. A sorbos lentos
No se bebe de un golpe. Es un licor para acompañar el final, no para competir con la velocidad de la noche. Cada sorbo prolonga la sobremesa, la extiende como quien estira una conversación que no quiere terminar.

5. Con medida
El exceso traiciona el ritual. Beber demasiado rompe la magia de lo familiar. El limoncello se ofrece como obsequio.

Positano, en la costa amalfitana. Crédito: cortesía.

Hoy las barras lo convierten en ingrediente de cócteles sofisticados. Pero en Italia sigue siendo otra cosa. Una forma de cerrar el día con un licor amarillo limón, helado y obstinadamente casero, que sabe más a herencia que a moda. Aun así, en otras partes del mundo, no tenemos reparo en reproducir el ritual. En la playa, en una terracita o la sala de estar, este momento puede convertir nuestras comidas y veladas en momentos únicos donde celebrar la compañía y sobre todo, vivir en la premisa de que el verano es un estado de ánimo.


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