El actor Daniel Giménez Cacho y la artista Betsabeé Romero fotografiados ante la instalación “Más allá del viaje T México”, realizada en exclusiva por Romero para esta edición en el Museo Anahuacalli de la Ciudad de México.

Por Kira Álvarez Bueno
Fotografía por Ram Martínez

En un país como México, donde los contrastes geográficos —de desiertos que parecen lunas hasta selvas que respiran historia— exigen tanto resistencia como sensibilidad, desplazarse no es simplemente avanzar: es enfrentarse a los propios límites. Por eso, en esta edición especial dedicada al arte de viajar, la conversación entre Betsabeé Romero, artista visual de reconocimiento internacional, y Daniel Giménez Cacho, actor y director que ha construido una de las trayectorias más sólidas del cine y teatro latinoamericano, se da a bordo de una idea en común: cruzar fronteras, reales y simbólicas. Y lo hacen en el marco perfecto: el Museo Anahuacalli, un proyecto ideado por Diego Rivera como un centro utópico de creación artística inspirado en el México profundo, construido con piedra volcánica sobre tierra sagrada.

El Anahuacalli, concebido por el maestro Rivera como un “lugar donde todo se encuentra”, está construido con líneas que evocan los templos mesoamericanos y la modernidad brutalista, pensado como un espacio de experimentación y resguardo, tanto de la colección prehispánica del pintor como del espíritu artístico de México. Es ahí donde se encuentra este diálogo, entre la historia y el futuro, entre lo que permanece y lo que se transforma. Justamente en este espacio —un templo moderno para la imaginación, donde cohabitan lo ancestral y lo contemporáneo— llega también el nuevo Defender Octa, el todoterreno más extremo y potente jamás creado por Land Rover. Diseñado para traspasar lo que parecía imposible, este vehículo no es solo un ejercicio de ingeniería, sino una declaración de principios: llevar el cuerpo (y el alma) más lejos, más alto, más profundo.

En diálogo directo con esta visión, Betsabeé Romero creó una instalación efímera en exclusiva para esta edición, inspirada en las rutas de quienes han hecho del movimiento una forma de resistencia. Recuperando llantas de desecho —símbolos recurrentes en su trabajo y objetos cargados de memoria colectiva—, la artista armó un montaje monumental sobre el terreno volcánico del Anahuacalli. Las formas serpenteantes sirvieron de marco a la presencia de Defender Octa como parte de una narrativa donde el movimiento, lo circular y lo persistente se entrelazan. La intervención, tan escultórica como simbólica, ofrecía una lectura del automóvil como un espíritu de aventura sin concesiones. 

La artista plástica, con una obra profundamente conectada a la memoria colectiva, ha hecho de los objetos en tránsito —llantas, autos, rutas— una forma de narrar el desplazamiento, el mestizaje, la identidad y el duelo. Su trabajo ha sido expuesto en más de 40 países y forma parte de colecciones tan relevantes como la del British Museum, el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y el MoLAA de Los Ángeles. Romero transforma lo industrial en ritual, lo olvidado en señal, lo marginal en centro. Como el Defender Octa, su arte se aventura, recorre y cuestiona lo establecido.

Daniel Giménez Cacho, por su parte, ha transitado entre escenarios y cámaras con una intensidad poco común. Con 30 años de carrera, el actor cuenta en su haber con más de 58 producciones entre el cine y la televisión, mismas que le han otorgado 11 galardones por sus distintos papeles. Reconocido por sus actuaciones en películas como Zama (2017), Solo con tu pareja (1991), Profundo Carmesí (1996), Arráncame la vida (2008)Bardo (2022), entre muchas más, Giménez Cacho no solo interpreta personajes: los encarna, los transgrede, los habita. En el teatro, ha dirigido y producido montajes que exploran los límites de lo humano y lo social. Como actor, es vehículo de las emociones más complejas; como creador, se ha convertido en un catalizador de discursos que no se atreven a decirse en voz alta. En ese sentido, su oficio también es todoterreno: entra donde otros no se atreven.

En esta conversación —cómplice, honesta, sin atajos— Romero y Giménez Cacho comparten la ruta invisible que conecta al arte con el riesgo, la tecnología con el instinto, y al territorio con el lenguaje. Como el Defender Octa, ambos se han forjado desafiando los rumbos convencionales y han aprendido que para crear algo realmente poderoso, hay que reinventarse y recorrer caminos que aún no existen. Porque ir más allá no es solo una cuestión de destino, sino de convicción.

T Magazine México: Ambos cruzan disciplinas, tiempos y símbolos en su obra. ¿Qué se rompe y qué se revela cuando deciden hacer sus propias reglas?

Betsabeé Romero: Yo creo que el arte se trata justo de romper las reglas y de cambiar el significado de las cosas más comunes. Sacarlas del lugar común. 

Daniel Giménez Cacho: Como actor o director encontré una manera de romper con las reglas de lo social al hablar de lo que no se habla, de lo que está mal visto, de lo que está invisibilizado, de lo que no se quiere ver. Las temáticas que socialmente están marginadas. Y justo el trabajo que hacemos es que esas cosas se vean. Darles un nuevo sentido. Verlas y civilizarlas. Porque qué feo es hablar de lo que nos duele, de las heridas,de los traumas…. Pero pues esa finalmente es la materia profunda de las artes escénicas y del teatro y del cine. 

BR: Sí, la idea es sacar a visibilizar eso que se ha querido dejar de ver o se ha atropellado. Por eso reciclo las llantas, objetos que normalmente están destinados para la velocidad. Lo que quiero es que se conviertan en instrumentos para la memoria, para recordar, para abrir las heridas que se quieren ocultar. Con las ruedas busco recuperar la memoria de lo que ha sido atropellado, donde la velocidad ha pasado por encima, tratando de imponer sistemas que no quieren darle un lugar a los migrantes, a los indígenas. Realmente creo que la memoria es importantísima para cualquier disciplina. 

T Magazine México: ¿Cuándo fue la última vez que una idea los enfrentó a sus propios límites? ¿Cómo se siente atravesar esa frontera invisible entre lo que se puede y lo que se anhela?

BR: De mi lado, por ejemplo, trabajando en el espacio público, siempre tiene que haber negociaciones para traspasar límites pero seguir respetando al público. A veces, la obra tiene que instalarse en lugares que nunca se han empleado para exponer arte o hay demasiadas reglas para que uno pueda instalar o lo que quieres decir no gusta que sea tan notorio. No me interesa hacer algo propagandístico, pero simplemente la instalación de cinco carros en una fuente o en el Zócalo, se convierte en algo político. Finalmente, lo que me interesa es acompañar duelos colectivos, que hay muchos y más últimamente. Entonces, ese tipo de temas generan muchos límites que hay que estar abriendo cancha y negociando. 

DGC: En mi caso, están más referidos a límites personales que tienen que ver con la identidad, es decir, crees que eres de una cierta manera y a la hora de interpretar algún personaje no puedes, porque no eres así. Entonces, inevitablemente tienes que transgredir tus límites. De hecho, creo que de eso se trata actuar, estar constantemente transgrediendo tus propios límites. Todos creemos que somos muy lindos, muy solidarios, muy generosos… para ser socialmente aceptados escondemos todas nuestras partes oscuras. Pero justo para actuar las necesitas sacar y a veces cuesta mucho trabajo y tienes que transgredirte.

La obra de Betsabeé Romero reflexiona sobre la movilidad, la migración y la imposición de fronteras.

T Magazine México:  ¿Qué significa para ustedes crear desde lo mexicano sin quedar atrapados en el estereotipo?
BR:  Creo que no abordo las cosas desde ‘si soy mexicana o no’.  Considero que tengo raíces y un pasado, eso detona un contexto, un lugar, una historia. Funciona de diferentes maneras cuando expongo en México o en Los Ángeles. Ahora hice una exposición sobre migración en Los Ángeles, con el momento que se está viviendo,  las connotaciones son muy diferentes de cuando esa obra la puse en la Bienal de Venecia. Leer las cosas desde el ‘si son mexicanas o no’  es recortar un poco esta lectura. 

DGC: Sobre los estereotipos, yo por ejemplo, he aprendido a no tenerles miedo. También el otro extremo de querer ser tan original. Creo que ahí el asunto es no perder el contacto con uno mismo. 

BR: Se vuelve algo muy críptico. Pensar que de cualquier manera uno puede darle un nuevo sentido hasta a las cosas que parecen las más estereotipadas. Justamente me parece que en las artes plásticas se ha llegado a puntos muy repelentes del público, hay obras conceptuales que nadie entiende y, de pronto, eso parece que es el gran valor. Yo creo que es un equívoco. Además que me interesa el espacio público para mi es muy importante hacer conexión, ya si la obra da para otras lecturas es algo que solo puede definir la obra misma. 

DGC: Me estaba acordando de una poeta polaca, Wisława Szymborska. Su generación, después de la Segunda Guerra, pensó que ya se habían reventado todos los sistemas de lo establecido con el surrealismo y el dadaísmo, y lo verdaderamente importante era la construcción de sentido. Tener un sentido luego de la guerra. Es decir, hacer cosas que den sentido a la existencia y que conecten.

BR: También me estaba acordando de una cita de Paz donde dice que para llegar a lo más universal, primero hay que tocar lo más profundo de las propias raíces. 

T Magazine México: En sus disciplinas, ¿cómo se sostiene la inspiración?

BR: Considero que tiene que haber mucha disciplina. Existe un aprendizaje de ciertas herramientas que uno tiene por haber pasado por una academia. Uno puede romper, o no, con lo aprendido. Se parte de ahí para elaborar un discurso, tener un lenguaje y trabajarlo mucho. Pienso que se trata de investigar sobre los temas que a uno le interesan. A mí, el cine me alimenta muchísimo, el teatro me alimenta muchísimo, y claro, ver otras exposiciones, leer lo más que pueda. Eso es lo que les recomiendo a mis alumnos. La gente cree que un artista tiene que tener habilidad para dibujar. Les pregunto: “¿Por qué entraste a la escuela de artes plásticas?” Y cuando me responden porque dibujo bonito, contesto: “Es como si un escritor entra a letras porque tiene buena caligrafía”.

DGC: En mi proceso es alimentarme de todo tipo de materiales, de lecturas, de investigar; pero luego, hay un momento para la creación, la creatividad, que es a partir del silencio, de estar contigo. Creo que todas las respuestas las traemos adentro, pero hay que hacer contacto con uno y para eso, necesitas practicarlo, estar en silencio, en serenidad. También he pensado que a veces me he sentido más bien como vehículo. O sea, no es tanto mi creatividad y mi genialidad, sino mi disposición hace que las cosas vengan. Y no son necesariamente mías, pero yo las puedo recibir y traducir.

BR: Exacto, devolver el conocimiento que uno percibe. Pero sí tienen que existir esas condiciones de posibilidad para que uno lo pueda devolver y ya eres solo como un vehículo.

T Magazine México: ¿Cómo ha cambiado su manera de mirar —el mundo, a los otros, a ustedes mismos— con el paso del tiempo?

DGC: Creo que me he vuelto menos juzgador. Mi mirada se ha vuelto más empática, menos juzgadora. Trato de entender más los fenómenos, las coyunturas, los contextos, entender a la persona. Antes, de más joven, para mí era el bueno y el malo. Y ahora con la edad creo que ya no lo veo tan blanco y negro. Pienso que un victimario también tiene mucho de víctima. En fin, más compleja la mirada. 

BR: Pienso que la curiosidad se hace más amplia, aunque uno sea más selectivo en cuanto a elegir de qué cosas quieres rodearte, qué lecturas quieres tener, qué cosas quieres ver, porque hay menos tiempo. Este valor del tiempo me atormenta ahora, siento que todas las cosas ya son las últimas. No que sea la última vez que las viva, pero sí siento que tengo que estar muy atenta al tiempo, que es lo único que tengo.

DGC: Oye, pero es que estamos en el último tramo de nuestra vida. En la pandemia me entró esta onda de que me quedarán unos 25 años, si nos va bien. Pues ya no es tanto. Eso también me ha condicionado a mí. Sé que ya no podemos ir a todo. Hay que ya medir bien los tiros, ser más selectivos.

BR: Lo trato de vivir muy intensamente como perceptora, pero también, a la hora de querer devolver eso que entiendo de las cosas sí me siento más en paz, no perseguida por lo que va a decir la crítica o el curador. Ahora lo hago más de veras, ya no me importa nada de eso.

Daniel Giménez Cacho es un referente que ha construido una sólida carrera en el entretenimiento y la cultura.

T Magazine México: ¿Cómo influye el acto de viajar? Ya sea físico, emocional o imaginario en su manera de crear. ¿Hay un viaje que haya cambiado su obra para siempre?

DGC: Para mí fue muy claro, siento que al haberme ido de aquí, de México, acá se queda ese personaje: Daniel. Hay la posibilidad de tener otra mirada y dejar atrás, reconsiderar quién has sido y qué te gustaría ser, porque ya no estás con esa identidad que aquí pesa. Salir de tu casa, tu familia, la gente que te conoce, eres Betsabé y si te vas, ya sé que es como una ilusión, pero a lo mejor Betsabé se queda acá, ¿no? 

BR: Cuando te entregas a una lectura, a una obra de teatro, a un un concierto, es un viaje. Me parece que estos son los viajes que más me han transformado. Recuerdo ahora a Yuja Wang, la pianista china a quien vi tocar el piano antier. La alegría de recorrer Chaikovski desde todo su territorio, creo que nunca había recorrido el Concierto número dos con tanta alegría y sus manos abrían paso a esa sinfonía desde una energía increíble. Por eso creo en el arte, es en sí un modo de viajar, el que más me contacta con lo que de humano nos queda en este momento.

T Magazine México: El Anahuacali fue concebido como un centro utópico de creación. ¿Qué espacio utópico han creado ustedes con su obra o vida? 

BR: Sin duda, cada que hago este homenaje, con el enorme dispositivo cultural vivo que tenemos y que no existe en ningún otro lugar, que son las ofrendas de muertos. He tenido la oportunidad de releer y regresar algo que ayude a pasar duelos colectivos, recordando y dedicándose a los difuntos cada año. No sé si es real o utópica, pero es algo en lo que me gusta trabajar, creo en estas herencias culturales que son parte de nosotros y que las viví desde niña. Es increíble que hayan sobrevivido para ayudar a la gente a pasar sus duelos, que son de las cosas más difíciles de pasar en la vida. Recuerdo en particular una instalación de ofrendas dentro de trajineras en el Zócalo. Cada una tenía una razón por la cual había muerto gente en el año, estaban llenas de ediciones de cerámica y serigrafía junto con muchas más cosas. El día que se inauguró había 700,000 personas. Aún sin seguridad durante la noche nadie se robó nada. Fue una experiencia maravillosa.

DGC: Rememoro un proyecto que hicimos que no era mío, pero invité a una teatrista holandesa. Era un proyecto en donde se encuentran gente de mundos que no tiene nada que ver, como un habitante de Tepito con otra persona, conviven juntos 15 días y de ahí se produce una obra de teatro y luego el público lo visita en lugares que normalmente no entrarías porque son peligrosos, porque te pueden matar. Entonces sí había un espíritu utópico en el sentido de luchar contra estas fronteras sociales que nos ponen. De ‘tú no entres ahí, tú no entres allá’. Lo que produce esta obra es darte cuenta que esencialmente somos idénticos. Traemos el mismo tipo de heridas, de duelos y entonces ahí se daban unas uniones muy poderosas. 

Asistente de fotografía: Luis Álvarez

Asistente de estilismo: Sofía Esquivel

Locación: Museo Anahuacalli


TE RECOMENDAMOS